Una novelita preciosa de Rachid Boudjedra, escritor argelino nacido en Ain Beida en 1941. En una gran población del norte de África un funcionario público, jefe del departamento de desratización, lucha denodadamente contra los millones de ratas que amenazan la ciudad. Solitario, obsesivo y sensible hasta rozar la paranoia, se entrega a su trabajo de manera ejemplar. Toda su vida transcurre bajo un orden extremo, sin dejar nada al azar, y con la manía de anotar reflexiones íntimas y secretos sobre pequeños trozos de papel.
Se trata de una fábula política escrita con un humor delirante, una aguda crítica al régimen argelino, a una burocracia que anula la libertad de expresión, generando una realidad asfixiante en la que no se puede vivir.
La forma del texto es original, brillante, concisa, sorprendente. Frases cortas y punzantes. Como un navajazo inesperado. Como un salivazo en los labios. La historia y su esencia nos llevan a la risa, al sarcasmo, a la abertura de la boca inundada de ironía y de hiel. No hay diálogos. Sobran. Sólo ratas. Y él, escondido, expectante. Esto es, el caracol. Con su moco, su hermafroditismo, su petulancia, su asco.
Boudjedra en una escena puntillista. Hay que verla de lejos, tal vez. Y volver sobre las palabras, subirlas unas en otras, atragantarse de frases. Reír incesantemente con la sonrisa de los tontos, de los asfixiados, de los impotentes.
Un buen comienzo para conocer más a fondo la obra de este argelino que se fue a París. Exiliado. Condenado a muerte. Escribió siempre en francés, hasta 1982, en que se pasaría al árabe. Poeta. Profundo. Auténtico.
Delante de mí, sobre la mesa, dos libros más de Rachid: “Para no soñar más” (1965) y “5 fragmentos del desierto” (2007). Comida. Que no falte.
Vale.