¿Y qué creen que pasaba hasta ahora?

(PD).- Dice Carlos Herrera que a su generación también le formaron el espíritu nacional: «A los de mi aula, en concreto, nos lo formaba un señor no muy corpulento, de vocecilla prudente y aspecto algo asustadizo que llevaba por nombre Don Salvador».

Recuerdo bien que arrancaba la clase y soltaba de carrerilla lo mismo que llevábamos años escuchando, de curso en curso, de viernes en viernes, sin que hubiera nada que lo detuviera o le hiciera vacilar.

Podíamos estar todos los alumnos tirándonos las carteras de lado a lado del aula, como de hecho ocurría, que él no se inmutaba y proseguía con su monserga del Fuero de los Españoles.

La calle de aquellos ya lejanos setenta bullía en deseos de oír nuevas proclamas, de poner nueva letra a los himnos cotidianos, de asistir a la llegada de la modernidad, de adelantar el futuro que todos decían antes o después había de llegar… y aquél señor tan monocorde seguía dando la matraca con aquello de que los españoles éramos poco menos que un pueblo elegido envidiado por el mundo entero.

Faltaban un par de años para que se muriera el caudillo invicto y el régimen no contemplaba otra cosa que llenar de pajaritos absurdos la cabeza de los adolescentes que debían asaltar el porvenir cuatro días después. Cosas de las dictaduras.

Hoy leo enternecido que la Generalitat de Cataluña contempla en su ley de educación formar a los niños como miembros de la nación catalana, más concretamente «cultivarlos en el sentido de pertenencia» a la misma.

Es decir, lo mismo que intentaba hacer el pobre de Don Salvador… pero cuarenta años después: amasar los futuros sentimientos de los niños y lanzar al futuro legiones de nuevos catalanes correctamente instruidos en la autosatisfacción de pertenencia al pueblo elegido.

Muchos se han alarmado por esta proclama pero no entiendo bien a qué viene ello: ¿y qué creen que han estado haciendo hasta ahora? La educación en las aulas catalanas está marcada desde hace tantos años como los que está transferida por la debida manipulación histórica y la no menos evitable doctrina nacionalista.

En ningún momento se les habla a los alumnos de la Constitución ni se les crea ningún sentimiento de nexo común con otras «sensibilidades» históricas españolas. Sólo existe Cataluña y sólo a Cataluña deberán rendir cuentas en el futuro.

El sentido de pertenencia es literalmente exacto: tú nos perteneces y serás como nosotros digamos que tienes que ser. De la Formación del Espíritu Nacional a la Formación del Espíritu Nacionalista.

El Estatuto, al fin, habla de Nación y de Símbolos Nacionales, con lo que hay poco que discutir: España, si acaso, es una simple realidad administrativa de la que emanan algunos signos externos inevitables, como el pasaporte o el DNI, de los que no debemos renunciar a prescindir en un futuro, pero que, hoy por hoy, son necesarios para nuestra relación burocrática con el resto del mundo.

El Tribunal Constitucional debería haber revisado ya la norma estatutaria para evitar que su desarrollo se convierta en una imposible marcha atrás, como de hecho va a ocurrir si es que a sus gandules señorías les da por retocar algún aspecto de su articulado. En tres años han sido incapaces de pronunciarse y no se dan cuenta que éstos en tres años diseñan un nuevo amanecer como Dios pintó a Perico.

La habilidad del nacionalismo para crear atmósferas de pertenencia a colectivos nacionales hace que ésta se desarrolle en cualquier materia: no se trata sólo de inducir el orgullo de pertenencia a una tribu a través de la geografía, cosa relativamente sencilla de conseguir mediante el estudio exclusivo de ríos y montañas del terruño; se trata, y lo consiguen, de hacerlo hasta en el estudio de matemáticas, que mira tú que son difíciles de manipular.

Por otra parte, con esta proclama, no inventan nada nuevo. No veo yo motivo de sorpresa: de hecho, entre las pláticas insufribles de Don Salvador y esta técnica anunciada sólo ha habido un corto espacio de tregua allá por los últimos setenta. No sé de qué nos alarmamos.

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