La que se nos viene encima

La que se nos viene encima

Lo del «otoño caliente» es un sintagma nominal acuñado en tiempos de la Transición, cuando los sindicatos volvían de las vacaciones con cuerpo de guerra y ponían boca abajo el país a golpe de huelgas que desestabilizaban a los gobiernos centristas de un Suárez acorralado.

Luego le cogieron el gusto a la calentura, ya con el socialismo en el poder, y fueron subiendo la fiebre reivindicativa hasta aquella convulsa otoñada del 88, la más caldeada de la democracia, que acabó con la ruptura histórica entre el felipismo y la UGT: un desencuentro cuya memoria horroriza a Zapatero y le bloquea cualquier tentativa reformista.

Explica Ignacio Camacho en ABC que el presidente Zapatero se ha puesto en manos del sindicalismo como si fuese una fuerza de choque, y ha entregado a sus dirigentes la llave de la política anticrisis sin reparar en que las centrales defienden sobre todo a quienes tienen un trabajo, no a quienes ya lo han perdido.

Pero los sindicatos necesitan ejercer alguna clase de protesta para mantener viva su esencia inconformista y ejercitar sus anquilosados resortes de movilización, y como el Gobierno está de su parte han puestos los ojos en el enemigo tradicional, que son los empresarios, contra los que Comisiones Obreras ya ha anunciado el temible otoño laboral embravecido.

Ocurre empero que la escena pública, y no digamos la socioeconómica, se calienta ya sola todo el año, sin apagarse nunca como los altos hornos antes de que los desmantelaran Felipe y Solchaga, de modo que la expresión «otoño caliente» suena hoy a un lenguaje arcaico, metalúrgico, de un obrerismo arqueológico y «demodé» que no encaja con la posmodernidad líquida del zapaterismo.

Viendo cómo arde el verano en el airado toma y daca entre el gobierno y la oposición, ese intenso fuego dialéctico prendido entre barbacoas de chiringuito, poco miedo puede meter la perspectiva de una rentre_ acalorada; muy tórrida tendría que ser para superar la temperatura media del ambiente político.

Pero es que además ahora la atmósfera la recalientan los bancos con su asfixia del crédito, el déficit con su bloqueo de la recuperación y hasta las autonomías con su insaciable rebatiña por los escasos dineros disponibles; es el marco económico general, el macro que dicen los expertos en su jerga, lo que está chamuscando las expectativas sociales.

Las huelgas y los jaleos sindicales sólo pueden incrementar unos cuantos grados esa abrasión del horizonte colectivo, que desde luego no va a mejorar si encima desciende por culpa de los conflictos la poca productividad que nos queda.

Porque hasta el muy optimista Gobierno zapateril admite que en septiembre se va a recalentar la tasa de desempleo, que debe ser lo único que se ha enfriado una pizca en este estiaje reseco de perspectivas.

El «otoño caliente», si llega, sólo sería el prólogo de una glaciación de la prosperidad que probablemente ya está en marcha.

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