Robin de las cajas

Robin de las cajas

(PD).- Ahora que ya sabemos, por un documento recién aparecido en Eton, que Robin Hood también robaba a los pobres, no queda ninguna razón moral para confiar en las buenas intenciones de ningún presunto redistribuidor del dinero, por muy socialdemócrata que se reclame.

Subraya Ignacio Camacho en ABC que en España algunas autonomías han levantado pequeños estados del bienestar que bajo el pretexto de equilibrar recursos se han quedado con una buena parte de los mismos para el disfrute de sus castas dirigentes, sea a través de la especie política del clientelismo o del usufructo de bienes públicos como si fueran propios, creando majestuosas redes de gastos suntuarios en coches oficiales, viajes de protocolo, tarjetas de crédito o despachos de lujo.

Los chamanes de estos miniestados de taifas han leído del revés a San Pablo, considerando que el bienestar bien entendido empieza por uno mismo. Y cuando se les ha quedado pequeño el poder oficial, con toda su inmensidad presupuestaria, han extendido su influencia a la periferia de las instituciones con significada complacencia en las cajas de ahorros, a las que han venido utilizando como cajas de dispendio, auténticos bancos públicos destinados a sufragar el derroche.

En la hora de la recesión, que deja en evidencia la mala gestión y pone luz en los agujeros negros de los caudales disipados, pretenden desleír las pérdidas acumuladas en el contexto de la crisis financiera para solicitar el socorro de los contribuyentes al descalzaperros de sus balances trucados.

En realidad, se trata de tomar como rehenes a los clientes, cuando no directamente a los ciudadanos. Como el riesgo de quiebra que han provocado amenaza a la totalidad del sistema, los autores del desaguisado cajista reclaman el apoyo del Estado y hasta del resto de la banca que ha hecho mal que bien sus apurados deberes.

Para que no se arme un escándalo persiguen la impunidad disimulada en fusiones, absorciones y otras variantes de la intervención que les permitan salir airosos y seguir agarrados de la ubre que han exprimido.

El Banco de España, que a duras penas procura la estabilidad de un sistema degradado, auspicia estas soluciones intermedias con el fin de que no cunda el pánico. Hace bien, pero no basta: alguien tiene que pagar los platos de la vajilla que ha roto.

En el carrusel de cajas que se avecina no se pueden mover sólo los balances y los recursos, cambiando de manos para engordar otros poderes victoriosos. No es suficiente con que desaparezca alguna caja subsumida por otra más grande: hay que pasar factura a los responsables del descalabro, que son gestores y políticos, a veces políticos mal reconvertidos en gestores.

Si no van a la cárcel, que al menos rindan cuentas; es hora de que alguno mire a los ojos a quienes ha defraudado y vea si puede ahora sostenerles la mirada. Ni siquiera Robin Hood, con todo su falso mito a cuestas, trató nunca de pasar por un tipo respetable.

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