Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Decretazo o democracia?

Si hay algo en política que resulta evidente, es que el camino hacia un liderazgo está plagado de puñaladas, mentiras, traiciones y todo tipo de intrigas hasta alcanzar la meta ambicionada, y que cuando se llega a ella, lo que más se esquiva, desprecia y teme, es la propia democracia, aunque de cara a la galería haya que defenderla por encima de todo y uno se proclame un demócrata “de toda la vida”.

En la trayectoria del líder, todo tiende a la dictadura, al ejercicio del poder absoluto, al criterio único, al ordeno y mando hasta el punto de eliminar la discrepancia, la controversia, el contraste de pareceres y todo aquello que pueda poner en duda nuestras ordenes, nuestra autoridad y nuestro liderazgo, por el que todos deben trabajar si esperan algún cargo, carguito, carguete, o simplemente están fanatizados en el seguimiento tribal.

Esto ocurre invariablemente, se trate de una dictadura (más rápido), de una democracia (más lento), o de cualquier sistema más o menos mixto en apariencia.

El líder, tanto en la derecha como en la izquierda, si puede, lo acaba siendo en el partido, en el poder ejecutivo (Gobierno), y si dispone de mayorías suficientes, en el poder legislativo (Congreso y Senado) y en el poder judicial, evitando todo tipo de controles (el espíritu de la democracia) que los distintos poderes teóricos puedan ejercer sobre sus decisiones, rodeándose de los más serviles, de quienes no puedan hacerle sombra, y defenestrando a todos aquellos, propios y extraños, que puedan ser mínimamente sospechosos de no rendirle pleitesía: la tiranía, con origen teórico en la democracia o en una formal dictadura. 

Sería absurdo poner ejemplos cercanos, pues en España, desde el advenimiento de la llamada democracia, todos los presidentes del gobierno han actuado así, y no solo los del gobierno, sino también, gran parte de los de las comunidades autónomas, diputaciones, e incluso los alcaldes de la inmensa mayoría de las ciudades. 

Aquí el líder ha de ser un caudillo, y si no es así pronto acaba defenestrado. La única diferencia, en “democracia”, es que hay que someterse formalmente a unas ciertas reglas para que parezca que todo discurre por las vías correctas de la participación y control, pero a efectos prácticos, el carácter deliberativo y democráticamente decisorio por parte de las instituciones y sus representantes, no es otra cosa que una fachada, una burla hacia quien, en una auténtica democracia, ha de ostentar el poder: el pueblo.

En otros países el diputado, aun perteneciendo a un partido, se debe prioritariamente a los ciudadanos de la circunscripción que lo ha votado y a su mandato adapta el voto, mientras aquí todos votan lo mismo, sean dos o doscientos, representen a la provincia que representen. Todos votan lo que dice el partido, es decir, el líder, en un acto absolutamente dictatorial.

A todo ello contribuyen los distintos partidos de uno y otro signo (entre bomberos no se pisan la manguera) y lo que es más triste, el llamado cuarto poder, los medios, quienes también acaban viviendo de las carencias de un sistema que aceptan sin mayor denuncia que la de algún que otro provocador.

Salvo con la UCD de Adolfo Suarez, en donde el partido estaba formado por multitud de siglas, más o menos representativas de las nuevas corrientes de entonces, y por tanto ostentar un liderazgo firme era tremendamente complicado, y así le fué, el resto de los liderazgos correspondió siempre hasta hoy al PP o al PSOE, cuyos líderes han seguido siempre la trayectoria indicada, con matices, pero en igualdad de desprecio hacia la auténtica democracia, con vanidad y adoración a su persona, por encima de cualquier consideración, todos ellos.

Ayer le tocó al PP y hoy le toca al PSOE, o a lo que queda de él, quien gobierna por medio de otro sectario y narcisista ambicioso, guaperas, mentiroso, acomodaticio y sin escrúpulos, que responde al pie de la letra a las características enunciadas como líder decisor de prebendas o de indignidades.

Superando ya todo lo conocido, el actual presidente del gobierno, perdedor en las últimas elecciones, ha conseguido llegar al cargo, aliándose para ello con la extrema izquierda (hoy, Unidas Podemos) y con los independentistas radicales, siendo, a pesar de ello, incapaz de aprobar los Presupuestos Generales del Estado para el año en curso, lo que le ha llevado a la necesidad de clausurar las Cortes y convocar elecciones.

Esto en democracia no tendría más consecuencia que iniciar la campaña electoral y … a quien Dios se le dé, san Pedro se la bendiga pero, ¿que sucede sin que nadie se escandalice demasiado, en este sucedáneo de democracia en que vivimos?.

La ley de Presupuestos del Estado es la base de toda política, ya que contiene los medios para llevar a cabo cualquier programa que se pretenda, y sin su aprobación, lo que supone la voluntad de la mayoría de las fuerzas representadas en el Congreso, en teoría la voluntad de la mayoría del pueblo, quien también en teoría ostenta el poder, ninguna política de reformas es factible, ya que las leyes, quien las aprueba es el poder legislativo, a efectos de que el ejecutivo pueda llevar a cabo la política que de tales presupuestos se desprenda. Saltarse el poder legislativo, a esos efectos, es saltarse la democracia y el Estado de Derecho.

Existe, no obstante, una excepción para cuando haya que saltarse el presupuesto, debido a causas de absoluta  e incontestable urgencia, para que entonces, y por medio de decretos, sea el ejecutivo quien disponga de un cierto poder legislativo, que posteriormente habrá de confirmar el propio poder legislativo, tratándose de excepciones propias, en general, de la necesidad de atención a catástrofes naturales o de situaciones que no admiten demora, so pena de perder algo de importancia fundamental para el país, por cuestiones de plazos, etc., no de asuntos a justificar porque puedan ser favorables para el ciudadano, ni buenos para el país, ni adecuados etc., pues esos tienen ya un camino como proyectos de ley a tramitar por la vía del legislativo, sino de muy excepcional urgencia, o necesidad, que de no hacerlo así impediría afrontar el problema a resolver.

La decisión de llevar a cabo estas excepciones a las facultades del poder legislativo, corresponde al ejecutivo, al gobierno, pero siempre amparándose en las razones expuestas, no en fraude de ley utilizando el procedimiento para dar salida a programas propios de interés de partido, por muy buenas que parezcan hacia la ciudadanía, sino solo si se trata de urgencias excepcionales.

El actual presidente del gobierno, ya asentado en las características propias del líder incuestionable, ha decidido finalmente que todo aquello de su programa político que no ha encontrado aprobación en la mayoría de la cámara, lo va a ir sacando adelante, de espaldas a esa mayoría, en fraude de ley utilizando un sistema ajeno a su finalidad legal, cual es el decreto, teniendo incluso la desfachatez y chulería de llegar  a comunicarnos a todos que lo va a seguir utilizando en el tiempo que dure la campaña electoral y hasta el fin de la legislatura, pues no existe mejor publicidad y efectividad para sus intereses, que ir sacando leyes ejecutivas, al menos hasta que la Diputación Permanente del Congreso lo apruebe o lo rechace, con independencia de que haya o no dinero para hacerlas efectivas, si son de un contenido demagógico y de un populismo aplastante, pues esas leyes, en tanto no sean rechazadas son ejecutivas y tienen plena vigencia.

Como la batería de decretos ya ha empezado a ser ejecutiva, el cariz resulta de influencia absolutamente marxista, pero no del señor Karl, sino del admirado Groucho,  quien ante las peticiones más apetecibles, remataba con aquello de… y un huevo duro. Todas ellas encomiables, muy poco meditadas, irresponsables e imposibles económicamente, so pena de no cumplir en nada las previsiones de gasto, ni de endeudamiento que nos marca la Unión Europea, sobre todo cuando las de ingresos que contenían los presupuestos rechazados, o se basaban en nuevas subidas de los impuestos más variopintos, o en recaudaciones por inspecciones de Hacienda de imposible ejecutoriedad.

¿Qué gobierno que salga de las urnas va a tener el valor de negar al ciudadano los regalos en campaña, en forma de decreto, del irresponsable Sanchez, sabiendo que con ello perderá el voto del pésimamente informado pueblo si, a la vez, quiere converger con las imposiciones presupuestarias europeas?

¿Qué pasará si al rey mago Sánchez le sale bien la jugada del fraude de ley y finalmente es el elegido en las urnas, o de nuevo, por alianzas entre perdedores, vuelve a la poltrona, sabiendo que no cuadran las cuentas de sus ocurrencias?.

Zapatero, otro personaje de similar calaña salido de la cuadra socialista de nuevo cuño, también acabó aprobando leyes de tómbola que luego no pudieron ser ejecutadas por falta de liquidez presupuestaria, aunque al líder eso parece importarle poco si el objetivo de obtención del voto ingenuo está ya conseguido.

¿Decretazo o democracia?. Evidentemente decretazo… faltaría más. El poder legislativo ni está ni se le espera en estos meses, el judicial está secuestrado y pasa de todo, los medios siguen sobreviviendo a costa de estas cosas y del pastoreo de la política, y el pueblo, ese teórico depositario del poder democrático, ni se entera, ni le hace asco alguno a los regalos aunque tengan su origen en una ilegalidad manifiesta y finalmente ni puedan materializarse, pues al final volverán a convencerlo de que los malos son otros y … a empezar de nuevo. 

Si, gobernar por decreto, con disposiciones demagógicas, nos acerca cada vez más a las dictaduras, a las repúblicas bananeras, a las ideologías extremas, a los independentismos fascistas, a la categoría de pueblos sometidos, a la ignorancia, y hacerlo desde el acatamiento y la indiferencia nos sitúa, engañados, en las antípodas del progreso y a años luz de vivir en democracia. 

¿Decretazo o democracia?      

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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