Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Propuestas para un futuro más justo: La regulación del tiempo y el trabajo (I) El Tiempo

Miguel Font Rosell

Hace ahora unos tres años escribía un artículo que titulaba “Propuestas para un futuro más justo: la regulación del tiempo y del trabajo”, evidentemente sin la menor repercusión, pues se trata de algo puramente utópico que exigiría un consenso internacional de muy difícil implantación, pero…por algo hay que empezar.

Como sigue teniendo plena vigencia, lo retomo con algunas correcciones en el ánimo de llevar al lector a recapacitar sobre algo que a todos nos afecta, que a día de hoy tiene una regulación obsoleta, y que su modificación ayudaría en gran manera a simplificar algo tan a la orden del día como el convencionalismo sobre la medida y la regulación del tiempo. 

LO CONVENCIONAL

Lo relativo y convencional son la base de nuestro marco tribal de organización. Nuestras organizaciones en las que nos integramos, se enmarcan en parámetros relativos y puramente convencionales en los que organizar la convivencia, sin que nos preocupe demasiado la certeza de nuestros principios de base.

Una cuerda horizontal limitada, formando una línea, la recorremos de principio a fin en un tiempo determinado, pero si a la misma cuerda, con la misma medida, le unimos sus extremos convirtiéndola en una circunferencia, sin principio ni fin, podemos seguir camino infinitamente. Es la visión occidental de nacimiento y muerte y la oriental de las reencarnaciones sucesivas, lo finito y lo infinito en el mismo objeto, lo diametralmente opuesto, según sea su posición relativa.

Hoy centramos la expansión del universo en una extraordinaria explosión acaecida hace algo más de unos 14.000 millones de años, llegando hasta el ser humano (hace aproximadamente 1,5 millones de años) a través de una evolución constante de aclimatación a circunstancias cambiantes, e incluso se piensa que tal expansión pueda detenerse y volver atrás hasta fundirse de nuevo en un único cuerpo super denso que vuelva a explosionar de nuevo y volver a expandirse, teorías a las que nos lleva un creciente conocimiento, todavía incompleto, pero en constante evolución. No obstante seguimos “instruyendo” a nuestros cachorros en absurdas fantasías absolutamente superadas, a partir de vetustos y primitivos dioses creadores, que no soportan el menor análisis actual medianamente serio. 

Si hoy y aquí, aseguramos que estamos en 2019 y que 5+5 es igual a 10, no solo todos asentimos, ya que nuestro calendario gregoriano referencia el tiempo al nacimiento de Cristo, aunque éste realmente nació alrededor de unos cuatro años antes del año 1. Pero si estuviésemos en Tel Aviv, en un congreso de informáticos, y les dijese que estamos en 5779 y que 1+1 es igual a 10 en su sistema binario, tampoco nadie se extrañaría lo más mínimo, ya que ese es el año judío actual desde la mítica creación del mundo según la Biblia, un domingo 7 de octubre (palabra de Dios). Aunque si estuviésemos en Roma, en un ciclo sobre Julio Cesar, mencionar el año 2065 como actual del calendario Juliano, y que X es la suma de V+V pasaría lo mismo. O en Damasco, en un congreso de matemáticos estudiosos del sistema de base 4, tampoco extrañaría a nadie el decir que estamos en 1497 y que 2+2 es igual a 10. En Shangai mencionar el 4716 como el año actual chino y el signo + como 10 es lo normal. En Cancún, ante antropólogos mayas, mencionar el 5133 y llegar a 10 por medio de dos palos verticales, es algo absolutamente aceptado, etc. 

Ello puede llevarnos a múltiples conclusiones, pero entre ellas hay una que me interesa destacar, y es que el ser humano precisa de amplias referencias en las que integrarse como grupo, referencias relativas y convencionales, tan admitidas por la práctica totalidad del grupo que, aun no siendo reales, se tomen como tales en nuestro imaginario colectivo, ya sea en cuanto al origen del mundo, al tiempo, al espacio, la forma de comunicarnos o de calcular, las virtudes sociales, la religión, la política, las relaciones personales, en general un micro mundo donde sentirnos cómodos y en el que nos protegemos de cualquier agresión externa, aun a costa de matar la verdad, lo absoluto y casi siempre la libertad.

Los europeos vivimos en un microcosmos distinto al de los orientales, o al de los yankis, o al del Africa negra, o al musulmán, o judío, nos regimos por distintos planteamientos ya sea en el habla, en las costumbres, religión o política, hasta el punto de matarnos unos a otros a lo largo de la historia por la prevalencia de alguno de nuestros convencionalismos, principalmente políticos, religiosos, económicos, sociales o culturales, por supuesto ninguno de ellos objetivamente verdaderos ni absolutos, y siempre en detrimento de la libertad de los demás.

La idea de Dios parte de un convencionalismo ancestral, particular en cada grupo concreto, basado en el temor y en las limitaciones conscientes del ser humano. Objetivamente, Dios no es más que un concepto en el que contener toda una serie de incógnitas y a la vez de cuestiones de poder, tanto anteriores a la vida, como posteriores a la muerte y de control terreno en el transcurso entre ambos extremos, mientras subjetivamente ha sido secularmente personalizado por los distintos grupos, hasta el punto de haber existido miles de dioses a lo largo de los siglos, por supuesto, todos ellos verdaderos para cada grupo, aunque no exista prueba alguna de la existencia de uno solo de tales creadores. 

En cuanto a lo del mas acá, a la política, las cosas, aunque no tan extremas, también tienen su grado de convencionalismo, dependiendo principalmente del lugar y del tiempo. Nuestro mundo occidental más cercano, curiosamente, tiene localizados muy próximos sus orígenes, pues nos movemos en torno a unos principios judíos para la fantasía, la especulación y la tradición, griegos para la ciencia la filosofía y la razón, y romanos para la comunicación, y el derecho.

EL TIEMPO

Judíos, Cristianos y Musulmanes, con sus múltiples escisiones, sectas, sensibilidades o interpretaciones, tienen todos ellos el mismo origen. Un origen que al correr de los años ha dado lugar a todo tipo de encuentros y desencuentros, donde generalmente estos últimos han sido y siguen siendo los causantes de las mayores desgracias sufridas a lo largo de la historia por la solemne estupidez del género humano. Tal es así que incluso, con un dios común, no han sido capaces de ponerse de acuerdo a la hora de controlar el tiempo a través de un calendario (calendas, o primer día del mes) y todo por la prevalencia de sus dioses, o de las interpretaciones que de ellos han hecho sus seguidores a la hora de asentar sus convencionalismos.

El mundo de influencia cristiana se encuentra, como hemos expuesto, a mediados de su año de 2019, cuando para los hebreos transcurre el 5779 y para los musulmanes el 1497, chinos y otros aparte. Pero analicemos diferencias.

En cuanto al comienzo, para los hebreos, se debe a la génesis del mundo según la Biblia, concretamente el 7 de octubre de 3760 a.C. referido a nuestro calendario, lo que para ellos fue el 1 de Tishrei del año 1, con lo que el próximo 5 de septiembre comenzará su año 5779, desde el origen del mundo, la creación. Evidentemente ningún dato histórico sostiene tal acontecimiento, pues en esas fechas en Mesopotamia, la zona más próspera del mundo de entonces, se conocía ya incluso la rueda, amén de la primera revolución agrícola y ganadera, etc. 

Para los cristianos, el comienzo de su calendario es el nacimiento de Cristo, teóricamente hace ahora 2019 años, fecha absolutamente errónea, ya que su cálculo se debe a un monje rumano, Dionisio el Exiguo (año 607), que fijó tal fecha como el 25 de diciembre del 753 del calendario Juliano (Julio César), basado a su vez en los orígenes de Roma y sacado del calendario egipcio, incurriendo el Exiguo en graves errores al situarse el nacimiento real aproximadamente a mediados del año 4 a.C., lo que tampoco es comprobable, al no existir datos históricos sobre tal nacimiento, ni del año, ni del día, aunque del mes se estima que pudiera haber tenido lugar en verano, en contra de lo convencional.

Para los musulmanes, su origen tiene lugar al inicio de la Hégira de Mahoma, concretamente el 16 de julio de 622 relacionado con nuestro calendario, de manera que pronto tendrá lugar el año nuevo de 1497. En este caso, sí existen datos históricos sobre el particular.

En cuanto a influencias, mientras el calendario hebreo es de una complicada determinación a base de combinar sol y luna, el cristiano (Gregoriano) es de influencia únicamente solar, mientras el musulmán es puramente lunar.

Para hebreos y cristianos, el año coincide con el ciclo de la Tierra alrededor del sol, mientras para musulmanes se basa en ciclos lunares de 30 años, de manera que hay 19 años (simples) de 354 días y 11 años (intercalares) de 355 días. De esta forma cada 33 años musulmanes, de distinta duración, coinciden con cada 32 de hebreos y cristianos.

En cuanto a los meses, para los hebreos y musulmanes coinciden con el ciclo lunar alrededor de la tierra, aproximadamente de 29 días y medio, de manera que para los hebreos el mes termina con la luna nueva, y el medio mes con la luna llena, situación que desplazan en muy poco los musulmanes, que empiezan el mes con el comienzo del creciente lunar, mientras que en el calendario gregoriano los meses nada tienen que ver con la luna, siendo su duración y determinación puramente convencional, equivalente aproximadamente a una doceava parte de la duración anual.

Si nos referimos a los nombres de los meses, para los judíos son de origen babilónico, para los cristianos de origen pagano, y para musulmanes, salvo el viernes y el sábado, de origen numeral.

Las semanas, son de siete días para todos ellos, no obstante su festivo es el viernes para musulmanes, el sábado para judíos y el domingo para cristianos (ni en eso se han puesto de acuerdo).

También existen diferencia para con el día, pues para los hebreos este comienza con la salida de las tres primeras estrellas en el ocaso, culminando en el ocaso del día siguiente, mientras para musulmanes comienza el día una vez caído el sol. En cuanto al calendario gregoriano el comienzo y final del día es puramente convencional, al empezar el día pasadas las 12 de la noche.

En relación a asumir las diferencias que provoca el ciclo real y el resultante del calendario, los judíos lo llevan a cabo con un sistema complicadísimo en el que intervienen años llamados bisiestos (años de 13 meses), a los únicos efectos de hacer coincidir la pascua judía. Los musulmanes a base de los ciclos lunares de 30 años ya apuntados, y los cristianos con la introducción de meses de 30 y 31 días con uno de ellos de 28, y utilizando meses bisiestos cada cuatro años, con ciertas excepciones.

Evidentemente existen otros calendarios, algunos anteriores, pero el mas antiguo de los conocidos fue descubierto en Escocia y data de hace unos 10.000 años, unos 5 siglos antes de que el dios de los judíos llevase a cabo su pintoresca creación del universo, tierra, luz, agua, plantas, animales, hombre etc. todo en una semanita.

Considerado lo expuesto, hace unos pocos años, la mayor parte de los medios se hacían eco de una noticia tratada en general de forma un tanto superficial, y como un enfrentamiento entre laicos y católicos, al declarar la alcaldesa de Barcelona, que ese año en su ciudad, iban a impulsar la celebración del solsticio de invierno coincidiendo con la Navidad (en realidad coincide más acertadamente con el día de la lotería nacional, hoy en día quizá la única salida que le queda a la maltrecha economía de su autonomía). Si somos capaces de abstraernos de costumbres, tradiciones y querencias, el asunto tiene la suficiente enjundia como para un interesante debate.

El calendario es un instrumento que regula el transcurrir del tiempo, de los años, sus meses, semanas y demás efemérides de orden astronómico, en base a la duración del transcurso de la Tierra alrededor del sol. En occidente, rige nuestro calendario, el llamado Gregoriano, introducido por el papa Gregorio XIII, que sustituyó en 1582 al Juliano instaurado por Julio Cesar en 46 a.C. La reforma nace de llevar a la práctica uno de los acuerdos del Concilio de Trento relacionado con el momento en el que debería celebrarse la Pascua y demás festividades religiosas, una solemne chapuza científica, de un calibre que, a estas alturas, deberíamos modificar a efectos de aproximarlo, con mucha más precisión lógica, a su propio origen de instrumento de regulación astronómica. El cese de un convencionalismo absolutamente ajeno a la lógica y al conocimiento astronómico que debe regir estos planteamientos.

La Tierra, en su eclíptica alrededor del Sol, pasa por cuatro momentos de singular importancia para nosotros, los solsticios y los equinoccios, momentos en los que nos distanciamos más o menos de nuestra estrella, con las consecuencias, de todo tipo, que ello supone para todos. La propia Tierra, en su giro interno nos proporciona el día y la noche en un periodo de 24 horas. La luna, por otra parte, en ese transcurso anual de su planeta, gira 13 veces alrededor de la Tierra, dándonos en cada giro otras cuatro fases de singular importancia para cuestiones astronómicas de menor calado, como pueden ser las mareas y en general todo lo que depende de una mayor o menor atracción, pero en definitiva hechos importantes al fin.

El problema de cambiar el calendario a día de hoy, es el de su universalidad, el consenso que exigiría y la adecuación que requeriría en todo tipo de instrumentos ajustados a nuestro actual calendario, aunque ya a corto, y sobre todo a medio y largo plazo, los beneficios serían mucho mayores, desvinculando además al calendario, como instrumento astronómico, de connotaciones absolutamente ajenas a su cometido, generalmente de orden religioso que nada aportan a una determinación racional al transcurso del tiempo.

EL CALENDARIO

En ese orden de cosas, me permito proponer un calendario, infinitamente más sencillo, lógico, e identificable ante cualquier circunstancia, basado exclusivamente en razones astronómicas. 

Hemos de partir del dato de que la eclíptica tiene una duración aproximada de 365 días y cerca de un cuarto, que en ese periodo de tiempo la luna gira alrededor de la Tierra 13 veces, y que cada periodo de giro sobre si misma dura aproximadamente 28 días, trasladándose alrededor de la Tierra en el mismo periodo de ahí que solo veamos siempre una de sus caras. 

Si dividiéramos el año en 13 meses (con anterioridad al 700 a.C. eran únicamente 10), uno por cada luna, cada mes tendría una duración de 28 días, o cuatro semanas exactas, lo que haría un total de 364 días a los que añadir (convencionalmente) uno más a final de año, para completar los 365 y otro en el medio del año en los años bisiestos, para los 366. A esos días, que serían festivos (fin de año y medio año), a efectos de evitar alteraciones, no les correspondería señalamiento de día de la semana (al ser festivos no lo necesitan). 

Así las cosas, el arranque se produciría, en el momento del cambio, trasladando la fecha actual del solsticio de invierno, 21 ó 22 de diciembre, al 1º de enero del año en el que el cambio tuviera lugar (con el cambio del juliano también se perdieron 10 días), fecha en la que se iniciaría el año con el ciclo solar en el que la Tierra está más próxima al Sol, pero con una incidencia angular bastante abierta a causa de la longitud de la noche y de la menor potencia de los rayos solares sobre la Tierra, momento en el que los días empiezan a crecer. 

El primero de mes sería siempre un lunes y el último un domingo. Todos los meses tendían 28 días salvo las excepciones señaladas. El solsticio de invierno, como se ha expuesto, tendría lugar el lunes 1º de enero. El equinoccio de primavera tendría lugar el lunes 8 de abril, el solsticio de verano, la mitad del año, el lunes 15 del nuevo mes (medio), el equinoccio de otoño el lunes 22 de septiembre y de nuevo el solsticio de invierno el lunes 1º de enero, con lo que el calendario sería igual para todos los años (salvo la excepción de los bisiestos, que no lo alteraría) y cualquier fecha de cualquier año sería perfectamente identificable en cuanto a día de la semana, fase de la luna y posición solar, durando cada estación 3 meses y una semana. 

A efectos laborales, actualmente contamos con 52 fines de semana, lo que suponen 104 días festivos que se mantendrían, coincidiendo invariablemente con los días 6 y 7 en la primera semana, 13 y 14 en la segunda, 20 y 21 en la tercera y, siempre además, con los dos últimos días de mes, días 27 y 28, a los que habría que añadir los 12 que en España componen el calendario laboral de festivos, que serían los siguientes: los 4 lunes señalados (solsticios y equinoccios), fin de año (día añadido sin señalamiento semanal, tras el domingo 28 de diciembre), 3 festivos de señalamiento nacional, coincidiendo con los viernes día 5 de los meses de marzo, agosto y diciembre, 1 europeo, concretamente el viernes 5 de junio, 2 de señalamiento autonómico (uno en cada mitad de año), concretamente los viernes 5 de mayo y julio, y 1 de señalamiento local, el viernes 5 de octubre, al que añadir en los años bisiestos, el del medio año, como día sin señalamiento semanal, inmediato anterior al lunes 15 del solsticio de verano del nuevo mes. El principal periodo vacacional tendría lugar a lo largo del nuevo mes, principalmente para la administración, alrededor del solsticio de verano, cuando los días son mas largos, coincidentes con la actual segunda quincena de junio y primera de julio.

A los efectos de no variar el número de días de vacaciones, al mes que se disfrute se añadirían los días 25 y 26 de diciembre, a los efectos de prolongar los días no laborables a final de año, y dar opción a quienes profesan una religión a celebrar la navidad.

Por otra parte, la coincidencia de los lunes en solsticios y equinoccios y de los viernes en festivos haría que a lo largo del año se dieran 3 festivos seguidos en 10 ocasiones y que al formar parte de las vacaciones los días 25 y 26 de diciembre hiciera que se dispusiera a fin de año de 6 días seguidos, de manera que únicamente en dos meses (febrero y noviembre) no hubiera 3 fechas seguidas no laborables.

Se trataría pues de un auténtico calendario astronómico, sin más connotaciones que las propias que corresponden a un calendario, con la libertad tanto para el gobierno de la nación, como para los autonómicos y locales, de introducir los festivos que les corresponden, ya sean de orden religioso, deportivo, lúdico, comercial, o de cualquier otra índole, en función de la demanda ciudadana al respecto, siendo evidente que si alguna festividad tradicional supone para el ciudadano algo digno de tener en cuenta, como puede ser la semana santa en determinadas autonomías o localidades, la navidad, carnaval, o cualquier otro evento a considerar, tendrían cabida en el calendario dentro de las festividades señaladas en las fechas citadas, lo que en el fondo nada altera, ya que toda celebración responde a cuestiones puramente convencionales perfectamente modificables. 

En cuanto a las fechas inamovibles, como onomásticas públicas o privadas, seguirían manteniéndose en cuanto al ordinal anual, de manera que para una conmemoración personal de alguien nacido, por ejemplo el 30 de mayo, fecha que se corresponde con el ordinal 150 del año, con el nuevo calendario correspondería al miércoles 10 de junio.

El que vivamos en un estado laico, no quiere decir que no se celebran festividades religiosas si ello supone el sentir de una amplia mayoría (laico y democrático), pero lo que tampoco puede ser, a estas alturas, es el seguir contando con un calendario absurdo como instrumento astronómico, al servicio de una concreta religión, por mucho protagonismo e imposición de la que haya dispuesto en tiempos pasados, religión por otra parte, a la que nadie le niega su capacidad interna de llevar a cabo en sus instalaciones, todas las celebraciones que pretendan y que sus seguidores estén dispuestos a sostener.

No creo por tanto que la “ocurrencia” de la alcaldesa de Barcelona haya que tomarla como tal, sino profundizar en ello, pues quizá lo que le faltó a su propuesta fue el venir apoyada en un estudio más serio sobre el particular y el no haber contrastado la voluntad popular tras hacerles partícipes de sus razonamientos al respecto (vicio demasiado extendido, por todos, a la hora de ocupar poder).

Poder contar con un instrumento de regulación del tiempo puramente astronómico, con la lógica y la exactitud que de ello se desprende y de conocimiento inmediato de todos a la hora de localizar cualquier día en cuanto a su día de la semana, posición lunar, duración solar y demás efemérides, es evidente que facilitaría en gran manera cualquier determinación a la hora de concretar cualquier actividad.

Pienso que si el Parlamento Europeo se lo plantease, se lo propusiese a la Organización de las Naciones Unidas, y un grupo de expertos buscase la mejor manera de implantarlo, en pocos años podríamos gozar de sus ventajas y perder de una vez todos sus inconvenientes, sus incongruencias, complicaciones y razones fantasiosas de su implantación.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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