Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Hay alguien más?

El saben aquel…que diu que estaba un tío en un barranco colgado de una rama sobre el abismo pidiendo socorro… socorro, asistidme. De repente oye una voz fuerte, segura, firme: si hijo mio, estoy aquí, yo te sacaré. Debes abandonarte a mis ángeles quienes te sujetarán, emprenderán el vuelo, y mansamente te depositarán seguro en lo alto del barranco…, si vale, pero, ¿hay alguien más?… 

Confieso no tener ni idea de infinidad de cosas que nos ocurren en esta vida y tengo al mismo tiempo la absoluta seguridad de que nadie sabe nada de nada de una hipotética vida después de la muerte, pues en caso de que tal hubiera, la separación entre ambas sería como una válvula que permite pasar a la otra vida, pero impide volver a esta, pues no ha existido absolutamente nadie en la historia (fantasías religiosas aparte) que haya vuelto para contarlo.

Por otra parte y como agnóstico militante y por tanto enemigo de cualquier tipo de fe, como actitud castradora de cualquier atisbo de racionalidad, me parece tan absurdo la actitud del creyente como la del ateo (dos caras de la misma moneda), empeñadas ambas en asentar algo en su interior de lo que carecen totalmente de dato alguno que ampare sus aseveraciones, tanto en un sentido como en otro.

La duda, no obstante, como mecanismo inteligente y racional ante cualquier hipótesis, me lleva a interesarme por lo relacionado con todo lo concerniente a esos dos estados que separa eso que llamamos “muerte”. Un concepto sobre el que tanto se ha escrito, se ha filosofado, estudiado y a la vez tanto se ha fantaseado desde todo tipo de religiones, como escapatoria ante la falta de conocimientos de quienes, incapaces de aceptar su desconocimiento, precisan asirse a algo que ampare al rebaño para no sentirse desamparados, y con ello evitar entrar en más disquisiciones.

En ese estado de cosas, la moneda del credo, presenta una cara que sostiene firmemente que con la muerte todo se termina, mientras la otra asegura que con la muerte empieza una nueva vida de premios y castigos, de variopintas posibilidades según la religión o teoría de que se trate.

Siguiendo pues la senda del racional agnosticismo, el camino es el de sustituir la creencia por aceptar la ignorancia sobre el particular, sin que ello conduzca a desesperación alguna, sino todo lo contrario, a un estado de desafiante incertidumbre que nos lleva a la búsqueda de posibles hipótesis, que nos produce incluso la satisfacción de adentrarnos en campos en los que no existen caminos seguros, pero en los que disfrutar de la exploración de un mundo poblado de realidad y fantasía en el que todo puede ser posible, aun a riesgo seguro de que nos alcanzará la muerte en similar estado de incertidumbre.

Ya en la espesura de esa selva ignota y armados de sentido y fantasía, pero teniendo a nuestra propia racionalidad como única arma, sin la contaminación de principios que otros han acuñado y de los que se han valido para el dominio de ingentes cantidades de masas, adormecidas en el sueño de la eterna protección, y en un puro estado cartesiano, van fluyendo las ideas, en la esperanza y la lucha por conseguir la mayor ausencia de contaminación en su elaboración.

Hoy por hoy, la moneda sigue en el aire dando vueltas, de ahí la creencia, que no es otra cosa que la falta de certidumbre, situación que únicamente se dará en el momento en que caiga irremisiblemente de un lado o de otro, aunque también pudiera caer de canto y no inclinarse por opción alguna.

Por un lado, existen argumentos sobrados para esperar que caiga del lado de los ateos, ya que el argumento de que nadie ha vuelto de ese supuesto mas allá es enormemente pesado y por el otro, el que caiga del lado de los llamados “creyentes” y que tras esta vida exista otra, también tiene su peso, pues son la mayoría de los vivos quienes lo creen, aunque en su carga está el que existen también cientos de teorías, de situaciones, de dioses, etc. que lastran en gran manera ese tipo de creencias enormemente contradictorias. Lo que si es seguro es que de momento, los únicos que tenemos razón somos los agnósticos, quienes defendemos que mientras tanto y hasta que la moneda caiga de un lado o de otro, nadie sabe sobre el particular absolutamente nada de nada, por mucha querencia que tenga por una voluntad determinada.

No me valen pues, ni dioses a la antigua usanza, vengativos, intransigentes, temibles, que se indignan ante una insignificante ofensa humana, ni aquellos más modernos, fruto de la ingenuidad humana, que a su condición natural de omnipotentes, pretenden sumar un imposible, la de una bondad infinita, cuando el mundo conocido está lleno de injusticias, perversidades y todo tipo de males y miserias, no solo consecuencia de la actividad humana, todos perfectamente evitables por un dios que pretenda tal infinita bondad. Ayer mismo, circulaba por una carretera cuando, en un curva de la misma, un monumento en forma de lápida, con una imagen del dios habitual en estas latitudes, junto a unas flores, recordaban la muerte de un joven motero, fallecido en accidente. !Un monumento! a quien podía haber evitado el suceso, según creen sus allegados, y no lo hizo, lo que de seguro hubiera hecho cualquiera de nosotros de haber podido, y no precisamente, entre otras consideraciones, porque nuestro humano código penal trata tal acto de crueldad en quien se inhibe, de un delito de denegación de auxilio. Es absolutamente contradictorio ser inmensamente bueno y todopoderoso y no intervenir ante una tragedia, lo que también descalifica a cualquier supuesto dios.

Dicho esto y manteniendo de nuevo una actitud agnóstica, seguiré sosteniendo que ignoro la existencia de dios alguno, pero algo si tengo claro, y es que de haberlo, con toda seguridad, no es ninguno de los que conozco, ni el cruel y vengativo del Antiguo Testamento ni el inmensamente bueno del Nuevo, y menos si ambos se nos venden como una misma persona… absolutamente desequilibrada. No meto aquí a Alá porque es el mismo dios del Antiguo Testamento versionado  por Mahoma, al dictado del mismo arcángel Gabriel que se apareció al profeta Daniel, que anunció a María lo de su embarazo siendo virgen, a Zacarias que su mujer estéril pariría a Juan el Bautista, que según los musulmanes consoló a Adán cuando este bajó a la Tierra, que anunció también a Abraham el nacimiento de su hijo Isaac, etc. Enfin… 

Hecha la aportación racional al asunto, vayamos ahora con la aportación de la fantasía propia, la no acuñada por otros de la que beben las apesebradas masas, una fantasía que como tal no precisa de análisis racional alguno, sino simplemente del culto a la imaginación.

Así como la creencia implica certeza y tantas veces intransigencia, la esperanza, desde la incertidumbre, implica deseo positivo de que algo se produzca. En esa situación de esperanza y con un mínimo de conocimiento sobre la naturaleza humana, todos conocemos, hemos conocido, o tenemos referencias, de seres absolutamente prescindibles y de otros desafortunadamente desaparecidos, de características extraordinarias. Pensar en que tras la muerte ya no existe nada más y que todo ser vivo, tras pasar esa barrera, desaparece, quizá no revolucione nada en nuestro interior cuando se trata de personajes prescindibles, pero si que daña, al menos anímicamente, ese concepto de justicia universal, que parece que es inherente al ser humano, cuando de seres extraordinarios se trata. 

Si a la hora de expresar sinceramente nuestros sentimientos, sin condicionantes políticamente o anímicamente entendidos como correctos, pensamos en la muerte de tantos seres humanos que a diario nos dejan, veremos que algunos nos apenan profundamente y no solo por la cercanía, sino por lo que han sido sus vidas, lo que han aportado a los demás, a la historia, a la civilización, a la filosofía, al conocimiento, o a la vida en general. Otros nos trae absolutamente sin cuidado, bien por no conocidos o porque su vida ha sido algo absolutamente insulso, aburrido y carente de aquellos valores que de alguna manera consideramos. Finalmente, existen otros que se mueren y que parece que respiramos por ello, que se ha hecho justicia, que ya era hora y que … hasta luego Lucas.

Siendo así, y ya digo que se trata de una exposición sincera, sin considerar aquí todo tipo de tópicos y frases acuñadas, como eso de que no se debe desear la muerte de nadie (¿ni de Hitler, Stalin o cualquier torturador?), o la universal dignidad del ser humano (¿también de estos?), o que todos tenemos derecho a … etc., mi deseo, mi voluntad, o mi esperanza, reside en pensar que no me gustaría saber que todo acaba tras lo que conocemos como muerte corporal, al menos para aquellos que pienso que su supervivencia en este mundo, en otro, o en otra supuesta dimensión, debería estar garantizada.

Desde esa postura pues, de agnóstico militante, y esa esperanza en que exista algo más tras la valla de la muerte física, hoy por hoy considero que la teoría, a mi entender más lógica, es la de la reencarnación, aun cuando supone toda una serie de contradicciones e indefiniciones, que la mantienen muy alejada de cualquier tipo de certeza que comprometa cualquier actitud fuera de ese agnosticismo.

Hoy, no obstante, el concepto o definición de muerte física tras la evolución sufrida a lo largo de los siglos gracias a la ciencia, parece estar bastante clara y aunque a la mayoría le aterra, le preocupa o le atemoriza, es lo único que tenemos claro los humanos, pues solo existe una verdad real en nuestra vidas, y es que tarde o temprano nos llegará esa muerte física, paliada en muchos por la creencia en otra vida tras esa muerte, de la que, en su ignorancia, creen saber incluso sus mecanismos de premio y castigo, etc., o para otros, entre los que me incluyo, por la curiosidad de la consiguiente sorpresa en caso de que tal existencia post mortem se manifieste, y nos permita alguna suerte de subsistencia.

Pero, ¿en que consiste la más recomendable aproximación a esa barrera desde su proximidad objetiva debido al paso de los años?

Mientras algunos esperan encontrar un premio a su paso por este mundo, en forma de contemplación de un dios, del disfrute de un supuesto paraíso, o de encontrar a sumisas mujeres entregadas a carnales satisfacciones, optando para ello a través del ejercicio de la bondad, de la adoración a su supuesto dios, o de asesinar a quienes no piensen como ellos, creo que de nada de eso se trata si conviene una subsistencia que nos devuelva mejores a una nueva vida, sino de haber contribuido a hacer mejores a los demás, a entregarles un mundo mejor a partir de la persecución de nuevos conocimientos, del uso racional y emocional de nuestras mejores intenciones, de llevar a la práctica aquel viejo axioma de no querer para los demás los males que no quisieras para ti, o de querer para ellos los bienes a los que aspiras, sin tener que llegar a esa fantasía de querer a los demás como a uno mismo, pues esa cursilería lo impide el propio instinto de conservación.

Aunque existen infinidad de excepciones para todo pues no todos somos iguales, y la variedad de situaciones inclina a unos u otros hacia distintos destinos,  creo que, en general, la muerte es una combinación entre lo físico y lo anímico, un estado de desequilibrio, bien únicamente físico o únicamente anímico, o en la mayor parte de los casos una mezcla de ambos, que si conseguimos ir equilibrando con nuestras acciones, ya que no somos solo el resultado de lo que nos ocurre, sino de nuestras reacciones a los avatares a los que nos va llevando el destino, la muerte no conseguirá aterrorizarnos y entregarnos a las fantasías religiosas más delirantes, encontrándonos en un estado de sosiego ante lo que pueda venir, si es que, tarde o temprano, algo ha de venir.

Los griegos decían que la situación propia del hombre era el ocio, entendiendo como tal la dedicación a la filosofía, al pensamiento, a la creación, al estudio de todo lo que nos produce satisfacción y nos lleva al conocimiento y que aquellos incapaces de deambular por esos caminos estaban abocados al negocio, como negación del ocio, y no tanto en el aspecto económico, sino en el entregarse al ocio de los demás por propia incapacidad. Así aquel para el que su trabajo le suponía una personal satisfacción a la que dedicarse gustosamente, con el que creaba, aumentaba conocimientos y aportaba con ello nuevos avances a la sociedad, era una persona ociosa, mientras que el que dedicado al mismo trabajo, lo hacía sin obtener más satisfacción que el resultado económico, era alguien que negaba el ocio, alguien por tanto dedicado al negocio.

Si una vida dedicada al ocio es una vida llena de satisfacciones, esa dedicación en los últimos años de tu vida es el auténtico camino hacia la posibilidad de saltar la valla del posible más allá sin temor alguno, dejando en vida tu auténtico legado, contribuyendo a una sociedad mejor, creando, adquiriendo nuevos conocimientos, transmitiéndolos, aportando tu experiencia, ayudando a los demás, apoyando a los mejores y desenmascarando a los canallas, cultivando la amistad, comunicándote, etc. pues lo peor que podemos hacer en la vida es renunciar a ella, y más en favor de absurdos sacrificios, renuncias y castraciones.

Si de los poetas hemos de beber en estos lances, ahí van las sabias reflexiones de algunos de los más queridos, esos que nunca mueren, al menos en nuestro recuerdo, con quienes quizá algún día volvamos a encontrarnos y vuelvan a contribuir a nuestra felicidad con su presencia.

De Pablo Neruda:       

Muere lentamente quien no viaja,

quien no lee,

quien no oye música,

quien no encuentra gracia en sí mismo.

Muere lentamente

quien destruye su amor propio,

quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito

repitiendo todos los días los mismos trayectos,

quien no cambia de marca,

no se atreve a cambiar el color de su vestimenta

o bien no conversa con quien no conoce.

Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones,

justamente estas que regresan el brillo

a los ojos y restauran los corazones destrozados.

Muere lentamente quien no gira el volante cuando esta infeliz

con su trabajo, o su amor,

quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño

quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,

huir de los consejos sensatos…

¡Vive hoy!

¡Arriesga hoy!

¡Hazlo hoy!

¡No te dejes morir lentamente!

¡No te impidas ser feliz!

De Federico García Lorca:

Si del no ser venimos y hacia el no ser marchamos, 

nada entre nada y nada, cero entre cero y cero, 

y si entre nada y nada no puede existir nada, 

brindemos por el bello no ser de nuestros cuerpos.

De Antonio Machado: 

Y cuando llegue el día del último viaje, 

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 

me encontraréis a bordo ligero de equipaje, 

casi desnudo, como los hijos de la mar.

De Juan Ramón Jiménez:

MURIÓ. ¡Más no lloradlo!

¿No vuelve abril, cada año,

desnudo, en flor, cantando,

en su caballo blanco?

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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