Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Anárquica y humanitaria generosidad irresponsable?

 

Hoy, una vez más, un barco cargado de personas desesperadas, navega erráticamente por el Mediterráneo en busca de un puerto que les acoja. Nada nuevo, aunque quizá demasiado viejo en la historia de una humanidad que siempre ha visto y vivido estos sucesos, desde visiones excesivamente encontradas.

Un gobierno “conservador” italiano les niega sus puertos para el desembarco, mientras que uno “progresista” español anuncia su acogimiento, cuando los primeros reciben diariamente un número de inmigrantes que multiplica !por 10! los recibidos en España.

Las razones son siempre similares. Desde los “conservadores” se esgrimen argumentos tales como que ello en nada nos favorece, que nosotros con nuestro trabajo, nuestros impuestos y nuestro modo de vida hemos conseguido a lo largo de duros años de sacrificios, el llegar a atesorar un estado de bienestar que sus países han sido incapaces de conseguirles, que vienen con otras costumbres, muchas veces contrarias a las nuestras y a nuestros intereses, que no son pacíficos, que viene lo peor de cada casa, que no están formados ni conocen el idioma, que si no hay trabajo para buena parte de nuestros nacionales menos debería haber para ellos, que hay que atenderles gratuitamente cuando nosotros pagamos tales atenciones, que con ellos aumenta considerablemente la delincuencia, que sobre todo, en el caso de los musulmanes, se van imponiendo poco a poco a través de un indice de natalidad que pronto hará que vayan alcanzando unas mayorías que harán que impongan unas exigencias que para nada debemos soportar, que son tratados mejor en cuanto a atenciones sanitarias y de escolarización que nuestros nacionales, que nuestras complacencias provocan un progresivo efecto llamada etc., etc.

Por parte de los “progresistas”, las razones también se repiten invariablemente, como que es una labor humanitaria, que hay que integrarlos, que nosotros también hemos sido un pueblo emigrante, que vienen a ayudarnos, que pronto cotizarán a la seguridad social y con ello pueden ayudarnos a todos, que la diversidad de culturas nos enriquece, que ayudan a conseguir una mano de obra en labores que los españoles no quieren, que es de justicia, que si globalizamos la economía, también debemos hacerlo socialmente, etc., etc.

No cabe duda que ambas posturas disponen de razones suficientes como para ser mezcladas y con ello sumirnos en un conflicto que hasta ahora aun nadie, irresponsablemente, ha resuelto satisfactoriamente. 

Lo que si es cierto es que también hasta ahora, nadie que represente a tales posturas encontradas ha hecho nada eficiente como para solucionar el problema. De momento, en España, tanto con gobiernos conservadores como progresistas, la solución ha sido la misma. En primer lugar tratar de evitar la entrada, bien repatriándolos cuando se conoce su país de origen y no se trata de perseguidos políticos, levantando muros, alambradas o cierres de fronteras, y si aun a pesar de ello consiguen entrar y son capturados, repartirlos por el país por medio de autobuses y abrirles las puertas aleatoriamente, para que al que dios se la dé, san Pedro se la bendiga, entregándose con ello a las mafias del “barato, barato”, de la falsificación y de la ilegalidad unos, de la prostitución otras y de la delincuencia organizada los que van formando bandas urbanas, para ir integrándose, a su aire, el resto que quiere hacerlo desde una legalidad a la que les resulta casi imposible acogerse, aunque eso si, ofreciéndoles todo tipo de logros que no se les ofrecen a los nativos.

Si ello ocurre desde los gobiernos, por parte del “pueblo” las cosas no cambian demasiado, pues desde quienes pueden contratarlos para algún trabajo, pretenden no hacerlo, salvo que sea a muy bajo coste y para trabajos por los que puedan despedirlos en cualquier momento y sin indemnización de ningún tipo, mientras que los que exigen que se les ayude, no conozco a ninguno que albergue en su propia casa y ayude desinteresadamente a ninguno, limitándose a pedir que el país les ampare, pero desde la perspectiva de que su casa y sus cosas no pertenecen a ese país que ha de acogerlos, pero si todo tipo de logros sociales conquistados por todos, tras largos años de sacrificio.

Como ejemplo, y no demasiado exagerado sino bastante común, sobre todo en la comunidad andaluza, voy a transcribir un correo que circula en estos días y que es representativo del sentir de la gran parte de nuestra ciudadanía que ha podido comprobar su realidad. Se trata del contraste de trato entre un matrimonio de jubilados españoles y otro de jóvenes marroquíes.

Por un lado, Juan, español de 68 años y María, también española de 65 años. Juan y María se compraron su humilde casa con mucho esfuerzo, Juan 45 años cotizando. Ambos reciben una pensión de 580 € para los dos y para toda la vida, debiendo limitarse en todos sus gastos. Juan padeció cáncer, le dieron cita para una resonancia con 3 meses, por ser español y con papeles. En el hospital tuvo que comer carne en cuaresma no respetando su condición de católico. Ambos fueron una semana hace tres años a veranear a Benidorm con el Imserso.

Por otro lado, Hassan, marroquí, saltó la valla en 2015. Aasiyah, su mujer, también marroquí, saltó la valla semanas después. Ambos ocuparon una casa vacía al llegar. Hassan no ha cotizado jamás a la seguridad social, aunque ambos reciben en ayudas más de 1.400 € al mes, para toda la vida. Hassan se rompió un tobillo, le hiciera la resonancia en dos días después, por no tener papeles y ser tramitado de urgencias. Hassan tuvo un menú especial en el hospital por su condición de musulmán. Ahora ambos residen en Marruecos 6 meses al año, donde siguen cobrando las ayudas que les enviamos y que allí representan una enorme cantidad de dinero.

Esto viene siendo lo habitual, no como un camino de integración, sino de entrega de privilegios absolutamente injustos, que en nada contribuyen a solucionar realmente el problema, mas que a ofender a quienes, por españoles, han cotizado toda su vida para ver ahora como unos recién llegados que nada aportan ni han aportado, sin preparación alguna, sin la cultura del país y ajenos a sus costumbres y deberes, obtienen unos privilegios muy superiores a nosotros. 

Hoy la sociedad española vuelve a sumirse, con este asunto, en la eterna confrontación de las dos españas, esas que acaban helándose el corazón mutuamente hasta el punto de odiarse por sus encontradas y enconadas ideas.

Una vez más, no obstante, las soluciones vuelven a estar ausentes, pues nadie ha dicho nada sobre el futuro de los desesperados del barco en cuestión y las ofertas vuelven a incidir en lo mismo, repartiendo por autonomías las iniciativas de acogerlos y ahora todo ello “coordinado” por el mayor demagogo del reino, el alcalde de Vigo y presidente de la federación de municipios y provincias, quien se apresura ya a ponerse otra medalla sin haber dado solución efectiva de ningún tipo, ni siquiera a base de ocurrencia alguna de iluminado a que nos tiene tan acostumbrados. ¿Los pondrá a cambiar aceras, a hacer dinosetos, a parir horteradas?. ¿Lo hará a costa de prescindir del trabajo de los trabajadores locales que venían haciendo esos trabajos? ¿Lo hará de forma ajena a la legislación laboral? ¿Creará nuevos puestos de trabajo a los que no puedan presentarse los trabajadores locales en el paro?… dudo que, salvo para su propio provecho, tenga idea alguna de como solucionar el asunto de forma efectiva para todos ellos y sus familias, salvo la de esa injusta y espléndida caridad sin contraprestación alguna, practicada a costa del sacrificio de todos y en oposición al trato que damos a los nuestros.

Desgraciadamente y tal y como se presenta la falta de ideas al respecto, me parece que las salidas volverán a ser las mismas (ojalá me equivoque): “barato barato”, manta, ilegalidad, competencia desleal a los comerciantes establecidos, ferias de tres al cuarto, más delincuencia, más prostitución, más droga, más pobreza, y más chuleo asistencial por parte de quienes así se lo montan, y eso que en Galicia prácticamente no nos enteramos de la realidad a la que día a día condenamos u obsequiamos a estos desesperados de la vida, algo cotidiano en Cataluña, Valencia, Madrid y Andalucía sobre todo, donde al tiempo que a muchos nada se les ofrece,  otros se lo montan chuleándonos a todos, con el beneplácito de los apóstoles de la alianza de las civilizaciones, fanáticos islamistas incluidos.

A estas alturas de lo expuesto, he de declarar que estoy de acuerdo en que se les ayude a llegar a España y no se les abandone a su suerte, pero una vez aquí, la ausencia de alternativas serias me parece patético.  

Evidentemente la solución, demagogia y demagogos aparte, ni es fácil ni resoluble en el corto plazo, pero se trata de un problema político de primer orden que es preciso solucionar, y la solución ha de afrontarse universalmente, con el concurso de todos los países y al menos, en cuanto al mediterráneo, con el concurso de la Unión Europea, que de nada nos vale si no encuentra remedio a estos problemas, que evidentemente no pasa por contemplar una sangría permanente e ir repartiéndoselos para luego abandonarlos a su suerte, sino por afrontar el problema valientemente, pasa por evitar las dictaduras en los países de origen, por elevar en ellos el nivel de vida repartido con mayor ecuanimidad, por crear en los lugares de origen las infraestructuras necesarias para que no se produzcan tales éxodos incontrolados, por la creación de gran número de puestos de trabajo en origen, por la enseñanza, y por ir regulando poco a poco la emigración en función de necesidades y aptitudes. 

Y si esto es lo procedente a medio y largo plazo, en el corto y para los que ya están aquí, al menos que las ayudas que se les ofrezcan sean a cambio de un trabajo que nadie hace y a nadie se le hurta, como es el de servicios sociales del tipo de atender la limpieza de los montes, de los rios, la vigilancia contra incendios y en general aquello que hoy no cuidamos y que bien podrían hacerlo ellos en tanto no encuentran un trabajo privado remunerado que les permita vivir en condiciones y cotizar como el resto de los españoles. 

Hoy lo políticamente correcto es poner a caer de un burro a los italianos por cerrar sus fronteras, hartos de recibir una sangría sin freno y constante de inmigrantes con los que ya no sabe que hacer, mientras se alaba la actitud hipócrita de España que los acoge sin tener la menor idea de que hacer con ellos, salvo ir abandonándolos a su suerte por ciudades, pueblos, pueblecitos, o asignarles sin más, todo tipo de atenciones sociales sin límite, como si esa fuese una solución digna, humana y socialmente aceptable.

Recientemente, en un rápido viaje al Pais Vasco y Cataluña, he podido observar como, en ambas zonas, la escolarización, en vasco y catalán, por supuesto, alcanzaba a gran cantidad de inmigrantes, generalmente africanos y sudamericanos en el Pais Vasco, y también musulmanes en Cataluña, quienes habrán de compensar el bajo indice de natalidad de ambas regiones, pero ya muy aleccionados desde su más tierna infancia en el “hecho diferencial”, que hará de lo español algo cada vez más ajeno para toda esa serie de emigrantes forzosos, quienes finalmente habrán de integrarse en las futuras repúblicas catalanas y vascas, a efectos de perpetuar una especie elegida por los dioses en la que integrarse, mientras en el resto de España  los abandonamos a su aire y en Andalucía, por evitar problemas y por proximidad (allí casi todos son musulmanes) los mantenemos a base de “todo gratis” sin mayores logros de integración.

Francamente, me da la sensación que ni conservadores ni progresistas están haciendo las cosas bien, sino todo lo contrario. Así como en Estados Unidos la invasión es mayoritariamente mejicana, en Europa procede casi en su totalidad de Africa, y de ese continente prácticamente de menos de una decena de países, casi todos ellos regidos por intratables dictaduras que tienen sumido al pueblo en un estado de impotencia, pobreza y desesperanza absoluta, algo que a pesar de que teóricamente se atente contra la soberanía de ciertas naciones, debería pasar por ciertas imposiciones por parte de occidente a algunos de tales países, que no son para nada pobres, y por al ayuda a otros que lo son en grado sumo, y ello aunque hubiera que hacerlo despojando del poder a tales dictadores e interviniendo hasta restablecer una solución de vida aceptable para todos, que les evitase tener que abandonar sus países para poder vivir dignamente en ellos, sin necesidad de jugarse la vida en las peores condiciones para, tras todo tipo de penurias, tener que ser abandonados a su suerte en países como la políticamente correcta España, que ahora se cuelga la medalla de una anárquica generosidad sin respuesta, que nadie sabe como acabará.

La intervención por parte de la comunidad internacional en ciertos países está más que justificada. Una guerra es siempre el fracaso de la política, el fracaso de la diplomacia o el capricho de la vanidad de un dictador. A las guerras se llega porque alguien considera que la vida de sus enemigos o la de los ciudadanos propios a los que se les pide la muerte a cambio de una victoria que solo satisface al dictador que la sostiene, es causa suficiente para la barbarie. ¿Existe mejor causa que una intervención internacional para otorgar al pueblo un mínimo de dignidad, educación, comida, vestido y esperanza en un futuro mejor, interviniendo en esos gobiernos causantes del desamparo que ofrecen a los suyos?.

Esta bien el acoger a los desesperados, pero la solución a medio o largo plazo no puede ser esa, sino una actitud de todos que nos lleve finalmente a solucionar el problema, y a recuperar para esos desesperados el bienestar y la dignidad perdida, aunque nunca la hayan conocido.

La anárquica y humanitaria generosidad irresponsable está bien puntualmente, pero no deja de ser una demagogia insultante, digna de quienes (sobradamente conocidos) se apresuran a valerse de sus frutos electorales.       

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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