Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

Felicidad o tristeza

 

Acaba de salir a la luz la lista de países más felices del 2018, de entre 156 calificados por la ONU, en función de toda una serie de parámetros entre los que destacan: ingreso per cápita, bienestar, salud, esperanza de vida, libertad social, generosidad y ausencia de corrupción, entre otros, como la calidad de la enseñanza, la plena ocupación, la conciliación laboral, la ausencia de discriminaciones, etc.
La sorpresa ya no es tal, si consideramos que viene siendo ya una constante en los últimos años, encontrar entre los 10 primeros a los cinco países escandinavos.
La lista la encabeza esta vez Finlandia con un 7,632 y le siguen Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza, Países Bajos, Canadá, Nueva Zelanda, Suecia y Australia. En el número 18 está EEUU y le siguen Reino Unido y Emiratos Arabes, encontrándose España en el puesto 36 con un 6,310, con China en el puesto 86 con un 5,24, Venezuela, el país que más baja, en el puesto 102 y cierra la tabla Burundi, en el puesto 156 con un 2,90.
Como curiosidad, entre los diez primeros, 8 se ubican en el hemisferio norte, 7 son europeos, 2 de Oceanía y 1 de América del Norte. De los 7 europeos, 5 escandinavos, 3 son islas, ninguno está cerca del ecuador, 5 son en su mayoría de religión luterana, 3 católicos, 1 anglicano y 1 agnóstico (Países Bajos), aunque salvo los luteranos (escandinavos) el resto con muy poca proporción de ciudadanos que practiquen alguna religión, escalando puestos el agnosticismo.
Evidentemente en esta clasificación tiene mucho que ver el bienestar económico y social, la salud, el ejercicio de la libertad y la generosidad, y sobre todo la ausencia de corrupción. Esto configura la realidad de países muy habitables, aunque curiosamente bastante fríos y sin gran cantidad de luz en invierno, sin demasiada alegría manifiesta en la población y sin una vida social demasiado llena, pero con una gran seguridad, amparo y confianza hacia las instituciones, todo lo contrario de otros países como España o Italia, en los que lo expuesto se invierte, pues se trata de países cálidos, con mucha luz, alegría y vida social, aunque con muy poca confianza hacia las instituciones. Ello nos indica que lo único que nos falta para estar en los primeros lugares es el conseguir unos dirigentes en quien confiar, la seguridad en el funcionamiento de las instituciones y un actitud mucho más colaboradora hacia el bien común, cuestiones que no se consiguen en el corto plazo, pero que son alcanzables, lo que no podemos asegurar de las carencias de los que hoy se sitúan en los primeros lugares, pues por mucho que lo intenten no conseguirán ni más horas de luz, ni más calor, ni de repente gozar de un carácter más alegre y social. Vamos, que Finlandia no será nunca la cuna del cante jondo.
Veamos no obstante unas pinceladas entre el cielo y el infierno, entre la felicidad y la tristeza, entre Finlandia (7,632) y Burundi (2,900).
Finlandia, tiene como capital Helsinki que se sitúa a unos 60º de latitud norte y cuenta con unos 620.000 habitantes. Es una república parlamentaria, tiene una superficie de cerca de 340.000 Km2, una línea de costa de 1.250 Km, una población de alrededor de los 5,5 millones de habitantes, lo que supone una densidad de población bajísima, de 16 habitantes/Km2, y una renta per cápita de cerca de los 45.000 dólares, con un indice de natalidad de 1,71. Su moneda es el euro, tiene alrededor de unos 190.000 lagos y una temperatura que oscila entre los -40º en el norte en invierno y unos 30º en el sur en verano. Sus ciudadanos practican en un porcentaje del 72% la religión luterana y solo existen alrededor de unos 10.000 católicos, siendo sus idiomas el finés, el sueco, mientras la población, en su práctica totalidad, habla también inglés, siendo considerada la 1ª del mundo en la enseñanza, con un nivel de desarrollo industrial, social, económico y de modernidad de primer orden.
Por su parte, Burundi, cuya capital es Buyumbura se sitúa a unos 3º de latitud sur y cuenta con alrededor de 1.000.000 habitantes. Es una república presidencialista y su origen parte de haberse independizado de Bélgica en 1962 (antes había pertenecido a Alemania). Tiene una superficie de 27.830 Km2, se sitúa en el interior, aunque cuenta con lagos de la importancia del Victoria, Tanganika y un incipiente rio Nilo. Su población está en los 11,2 millones de habitantes, lo que supone una densidad de población de 388 habitantes/Km2 (una de las mayores del mundo), una renta per cápita de 820 dólares y un índice de natalidad de 5,86 y en aumento. Su moneda es el franco burundés, prácticamente sin cotización, y su temperatura suele oscilar entre los 30º y los 40º. Sus ciudadanos practican en un porcentaje del 62% la religión católica, sus idiomas son el kirundi, el swahili y en general el francés. El 80% de la población está en la pobreza, con un 60% de niños con desnutrición crónica, una esperanza de vida de 50 años, un analfabetismo que ronda el 70% , una relación de 3 médicos por cada 1.000 habitantes y un sida galopante. Se trata de uno de los países más pobres del mundo, en guerra casi permanente entre las tribus hutus y tutsis, con un sistema jurídico y educacional muy deficiente, dependiente de la ayuda extranjera, con una economía basada en la agricultura de subsistencia, pero con una riqueza importante en el cultivo del café y minas de uranio, níquel, cobalto, cobre y platino.
Si llevamos a cabo una mínima comparación, podemos destacar que mientras Finlandia se sitúa por encima del trópico de cáncer, con oscilaciones de temperatura de cerca de 70º, Burundi lo hace en el ecuador, con oscilaciones que rondan los 10º. Una es una república parlamentaria con una democracia avanzada, mientras la otra es una república presidencialista con una democracia prácticamente inexistente, en pro de dictaduras oligárquicas de distintas tribus y familias, con un dictador al frente (Pierre Nkurnunziza) en permanente lucha con la oposición a la que masacra sin demasiados miramientos. Finlandia es 12 veces mayor, tiene la mitad de población y una densidad 24 veces menor, con un índice de natalidad cerca de 4 veces también menor, una renta per cápita 55 veces mayor y un nivel de desarrollo industrial, social, económico, educacional y de seguridad, tanto jurídica como ciudadana, diametralmente opuesta, al encontrase Burundi permanentemente en guerra entre sus dos tribus principales, con porcentajes de analfabetismo, hambre y desatención sanitaria escandalosas.
No obstante, no se puede decir que Burundi sea un país pobre, ya que dispone de dos lagos muy importantes como son el Victoria y sobre todo el Tanganika, que le comunica con los países del entorno, del nacimiento del Nilo en su interior, y sobre todo de minas de uranio, níquel, cobalto, cobre y platino, aunque todo ello en manos de unos pocos, con unas diferencias astronómicas de renta entre la élite más enriquecida y la práctica totalidad de la población, de una población en la que más del 50% son menores de edad que ya han pasado por las mayores miserias y por presenciar las mayores atrocidades. Un país en el que solo un 13% reside en áreas urbanas donde hay un mínimo de servicios, con una deforestación alarmante, una balanza comercial negativa en una proporción de 7,5 a 1, una tasa de crecimiento anual de la población del 3,3%, donde el 85% son de la tribu Hutu, estando la homosexualidad criminalizada y donde las fosas comunes, las ejecuciones extrajudiciales, los asesinatos, las desapariciones forzosas, las detenciones ilegales, la tortura, las violaciones, etc, están a la orden del día, al igual que el flujo de refugiados que huyen a los países vecinos de Tanzania y Ruanda quienes generosamente les acojan.
El país más triste de la Tierra, curiosamente con una población menor de edad que supone más de la mitad de la población, una población de niños tristes, sin futuro, con un pasado desolador, sin esperanza, perdidos en el interior de Africa y olvidados del mundo, de ese mundo feliz que tiene como ejemplo a Finlandia, de ese mundo que se llama global pero que mira hacia otro lado ante una realidad frustrante que debería concienciarnos a todos y exigir una media de felicidad para esa infancia, que es el futuro, que no se merece ser carne de cañón ante la indiferencia de los más hipócritas y el saqueo de los más canallas, alimentado por la pasividad de los poderosos.
Nuestro mundo será solidario o no será, y no se trata de enviar dinero para que al final se lo queden los de siempre, sino de intervenir de alguna manera, de convertirnos en ciudadanos del mundo y de que ese sea también nuestro mundo por el que luchar poniendo de manifiesto esa realidad, exigiendo a nuestros gobiernos, a nuestros políticos, una acción internacional encaminada a evitar estas miserias, a rescatar a esa juventud condenada, ya que si no lo hacemos se convertirá en la semilla del mal de mañana. No se trata de cerrar fronteras o abrirlas mesuradamente, sino de intervenir en origen, rescatando de la miseria y de la oligarquía a esos países, poniéndolos en la senda de un crecimiento efectivo para todos. En definitiva, de que todos nos comprometamos a obligar a nuestros políticos a parar por un tiempo en sus estúpidos y pueriles afanes, y en centrase en lo positivo y solidario de esa pretendida globalización.
El ser humano puede soportar una mezcla de felicidad y tristeza, pero no podemos consentir que algunos han de soportar siempre la tristeza y sin esperanza de un atisbo de felicidad, y menos si esa mayoría son menores de edad y por tanto representan el futuro.
¿Cual podría ser mi pensamiento de ser un chaval hutu que leyera esta noticia, o viera un programa de TV sobre esos 10 países más felices, casi todos ellos en Europa, cuando para mi no existiera futuro, el presente estuviera permanentemente amenazado y el pasado hubiera ya lastrado mi dignidad y mi esperanza, sin nada que perder y con la fuerza y las ambiciones de una juventud que se me escapa? Acompañado o no, me agenciaría como pudiera una pequeña lancha y desde la orilla del Tanganika, Nilo arriba, seguiría su curso en el Congo, Ruanda, Uganda, Sudán del Sur, Sudán y Egipto hasta llegar, tras cerca de 7.000 km. y todo tipo de vicisitudes a Alejandría y encontrarme con el Mediterráneo, para desde ahí y por otros medios cruzar el mar eterno y desembarcar en una playa europea para seguir camino al norte, en busca de esa felicidad anunciada. Seguramente no llegaría y me hubiera quedado por el camino nada mas iniciar mi éxodo particular, pero muchos lo han intentado y algunos lo han conseguido, una epopeya de héroes a los que Europa no acaba de acoger y por lo que nada hace por evitarles tal calvario y facilitarles la felicidad en sus pequeñas aldeas, o en sus superpobladas capitales de miseria, delincuencia y desesperanza.
Ese acomodado, o ese héroe, o ese fracasado, podríamos haber sido cualquiera, simplemente con haber nacido en la feliz Finlandia o en la triste Burundi, algo que no depende de nuestra voluntad (salvo que uno sea de Bilbao, que ya se sabe que nacen donde quieren), pero si depende de ella la lucha por conseguir que no se impongan estas diferencias. De todos, y de cada uno en su medida. Sea.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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