Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿De un infarto?

 

Hay actividades en el ser humano que suelen ir acompañadas de una cierta pasión a la hora de llevarlas a cabo, pasión que nada tiene que ver con actividad intelectual alguna y que nos lleva invariablemente al refugio en la manada, para justificar ciertas actividades, creencias, o entregas, que inexplicablemente parecen posicionarnos adecuadamente ante los demás, ante la tribu, pero también en la valoración de resultados ajenos al más cabal de los sentidos.
Entre tales actitudes suele estar la del aficionado al fútbol, concretamente a un equipo en particular, algo que, al igual que para las religiones, le hace no solo no poder ser al mismo tiempo de otro equipo, al menos de un claro rival, sino enemigo del resto y en mayor medida de aquellos, o bien más cercanos fisicamente, o en calidad futbolística. Tal es así que hoy en día, en que los valores propios flaquean como identidad personal y el individuo tiende a refugiarse y a sentirse seguro buscando la fuerza exterior en tribus, manadas o sectas que proliferan en gran medida, no hay equipo que no tenga sus jóvenes ultras, más o menos salvajes, pero todos ellos intolerantes, fanáticos y violentos, militando bien en ideologías de extrema derecha, extrema izquierda o nacionalismos excluyentes, y encontrando en el fútbol la válvula de escape a sus necesidades de manifestarse violentamente ante una sociedad de la que se valen, que dicen no soportar y a quien atacan protegidos en la masa de la manada.
Hace unos días, se jugó un partido de fútbol en Bilbao, entre el Atletic de Bilbao y el Spartak de Moscú, partido considerado de “alto riesgo” por el salvajismo conocido de los ultras rusos (quizá los peores de Europa) y el propio de los Herri Norte, herederos directos de ETA y de sus juventudes más violentas.
La reyerta entre ambas aficiones fue iniciada por Herri Norte, a la que respondieron los rusos conduciendo todo ello a una auténtica batalla campal, con los consiguientes destrozos de todo tipo y la muerte de un policía autonómico.
La versión oficial es la de que el policía murió víctima de un infarto, pero la que al parecer dan algunos de sus compañeros que le asistieron, indignados con tal versión, es que la muerte se debió a una bengala en el pecho que le rompió el corazón, procedente de un miembro de Herri Norte, hecho silenciado políticamente al no interesar, al parecer, despertar a la bestia, refugio de ciertos flecos terroristas. Lo aseguran algunos policías hartos también de prescindir de las balas de goma que les permite actuar a cierta distancia y de forma más efectiva y en su lugar tener que responder cuerpo a cuerpo y en plan flojeras, no vaya a ser que la izquierda toca huevos critique a los políticos “responsables” de las cargas policiales, por ejercer la “violencia” contra los pobres ciudadanos cuyo único delito es ser aficionado al fútbol.
Hoy el mundo del fútbol lamenta lo ocurrido, los flojos condenan los hechos, velan porque no se vuelva a producir e incluso rezan por ello, pero el remedio efectivo a tales deseos nadie lo plantea, y es el mundo del fútbol el que tiene la solución en sus manos.
Todos sabemos que el principal soporte de los violentos es la manada, el hacerlo todo juntos, la solidaridad y camaradería en la violencia y en el jaleado contacto entre unos y otros. No creo por tanto que exista solución ajena, a romper esas manadas. Son tribus que van juntos al estadio, que se ubican juntos y que se van juntos acabado el partido, a celebrarlo a lo bestia o a machacar al contrario, algo que desgraciadamente muchos equipos no solo no combaten, sino que aplauden, fomentan, apoyan e incluso financian, en lugar de hacer todo lo contrario.
A mi modo de ver y como todo esto lo regula la FIFA o la UEFA en Europa, la primera medida sería pedirle a estos organismos una manifestación pública y clara, no solo de condena a estas bandas, a los clubes que las permiten y a quienes lo amparan, sino dictando disposiciones durísimas, que obliguen a los clubes a actuar con estos individuos de forma drástica y definitiva.
Se conocen perfectamente las distintas peñas violentas de cada equipo e incluso su lugar de asentamiento en el estadio, entre otras razones por haber sido el propio club el que les ha facilitado la exclusividad de ciertos lugares en el campo, casi siempre tras una portería, al objeto de atemorizar a los porteros contrarios, o bien a los delanteros, incluso tirándoles objetos, utilizando espejos para cegarles, o bien punteros láser, etc. Son incluso los clubes quienes facilitan a los rivales las entradas que estos demandan para los desplazados de otras aficiones, etc. y todo ello amparado en un supuesto argumento de seguridad al tener con ello concentrados a los violentos para mejor control policial, cuando realmente lo que hace peligrosos a tales energúmenos es su unión en manada, el ir siempre juntos y ampararse en la propia manada para jalearse en sus tropelías.
A mi entender, los organismos que rigen el fútbol, deberían obligar a los clubes que quisieran jugar competiciones europeas, e incluso en las propias ligas, a algo que precisamente por el propio concepto de manada no sería tan difícil de conseguir:
Hoy todos los clubes saben perfectamente quienes son los componentes de cada peña violenta, donde se ubican, cuantos son y en la mayor parte de los casos quienes son sus líderes, gran parte de ellos auténticos delincuentes, ex reclusos con importantes delitos a sus espaldas.
Como primera medida la desubicación de la manada, de manera que si se trata de un número determinado de individuos, se repartan de forma muy atomizada en todo el estadio, evitando las partes bajas y las traseras de las porterías, localizándolos de forma arbitraria y de uno en uno en las gradas altas, sin que exista contacto entre ellos, repartiéndolos entre todo el estadio. Con ello se evitaría el efecto manada, cada uno entraría y saldría por una puerta distinta, por lo que no podrían llegar ni salir juntos por una misma entrada y armar allí el lio, de manera que el club que no consiguiera el efecto deseado, fuese fuertemente multado, y en última instancia expulsado de la competición, ocupando las traseras de las porterías los socios familiares, compensados por ello con importantes descuentos en el coste del carnet.
En cuanto a los aficionados de los equipos visitantes debería ocurrir algo similar, siendo ubicados de forma bien atomizada y en las partes altas de las gradas, sin contacto entre ellos.
Evitado en el interior del estadio, y en las entradas y salidas del mismo el efecto manada, la localización puntual de los más exaltados y peligrosos siempre sería una tarea mucho mas sencilla, debiendo expulsar los equipos, como socios, a aquellos que los informes policiales así lo requieran, pues no estamos hablando de lugares públicos donde las “libertades” publicas van muchas veces bastante más allá de lo prudente, sino de los propios de una entidad y para la celebración de un tipo de competiciones que se rigen por los criterios y normas que establecen los organismos que rigen tales competiciones.
Si esto sigue pasando y no se ataja de forma tan sencilla como la expuesta, es porque los clubes y quienes los rigen (ellos mismos), no quieren, y entre otras razones por miedo de sus dirigentes a ser amenazados e incluso agredidos, algo que habrá que superar, ya que el fenómeno va en aumento en general y en algunos países en particular se ha convertido ya en una seria amenaza para la convivencia y para la población.
Pongamos como ejemplo el Camp Nou o estadio del Barça, cuya manada de fanáticos más destacados (no los únicos) fueron los conocidos como Boixos Nois hasta que en 2005 el presidente Laporta tuvo la valentía de echarlos a todos del estadio, consiguiendo con ello su práctica desaparición. Esta es una forma de actuar muy radical, pero efectiva para aquellos clubes que se lo proponen seriamente. Algo similar ha ido ocurriendo con grupos ultras que años atrás eran los más representativos, como los Ultra Sur en el Real Madrid, o las brigadas blanquiazules en el Español, gracias a una actitud más beligerante con ellos por parte de sus clubes. No obstante veamos el ejemplo de hoy en día. Al parecer los grupos más violentos en la actualidad según una clasificación “oficial” al efecto, son: el Frente Atlético (At. de Madrid), los Riazor Blues (Deportivo de La Coruña), los Biris Norte (Sevilla), los Malaka y el Frente Boquerón (Málaga), los Iraultza (Alavés), etc. con guerras declaradas entre unos y otros e incluso alianzas para conseguir refuerzos cuando de combatir a un enemigo visitante se trata.
A efectos de ilustrar lo expuesto, veamos el caso práctico del estadio del Campo Nou, con 21 accesos al recinto del estadio y una supuesta peña ultra violenta compuesta por un millar de energúmenos, bien de ideología de ultra derecha, de ultra izquierda o de nacionalistas radicales. Hoy sabemos quienes son y donde se ubican, por lo que podemos localizar perfectamente sus carnets para proceder a los cambios pertinentes. Si los atomizamos por todo el estadio, de entrada, el grupo de 1.000 tendría que entrar y salir del recinto repartidos por las 20 puertas distintas, a una media de 50 bárbaros por cada una, en un perímetro de aproximadamente 1.500 metros alrededor del estadio (uno cada 30 metros). Ya en el estadio, las puertas de acceso a las distintas ubicaciones en grada son 103, de manera que si prescindimos de las tres principales, nos quedan 100 puertas por las que entrarían 10 por cada una. Si consideramos que el aforo del campo es cercano a los 100.000 personas, cada puerta recibe aproximadamente unos 1.000 aficionados, lugar en el que se ubicarían 10 ultras convenientemente repartidos para que ni siquiera se viesen (1%). De ahí a tener a los 1.000 entrando y saliendo todos por la misma puerta y en manada (100%), el asunto cambia radicalmente, hasta el punto de la más que probable desaparición de la peña en pocas jornadas.
Desgraciadamente, gran parte de la violencia en el fútbol provocada por los propios clubes, se debe a que estos proyectan en general estadios en los que las gradas estén muy próximas al terreno de juego, para que sus aficionados más ultras atemoricen, tanto a los jugadores contrarios, como al equipo arbitral. La entrada y salida de jugadores y del equipo arbitral debe estar frente a una grada lateral, para que los fanáticos puedan alcanzar con sus “proyectiles” a los árbitros, o a algún jugador visitante al que machacar. Las porterías y las bandas sin más separación que la ubicación de fotógrafos tras las porterías y el deambular de los suplentes por las bandas, para que así tanto porteros como delanteros tras las porterías y linieres a lo largo de las bandas, puedan ser condicionados, amenazados, e incluso alcanzados por cualquier “proyectil” al efecto.
Tuve la dicha profesional entre 1980 y 1982 de formar parte del equipo técnico que diseñó la remodelación del estadio del Celta para la celebración del Mundial 82 en Balaidos, consiguiendo convertir al estadio, con la oposición de sus dirigentes de entonces, en el más seguro de España, pues por una parte mantuvimos su trazado de estadio con las pistas de atletismo a su alrededor y un foso perimetral, de manera que jugadores y equipo arbitral salían y entraban por detrás de una portería, situada a bastantes metros del “aficionado” mas cercano, separados por el semicírculo del trazado de las pistas, al igual que las bandas para los jueces de línea. Hoy el estadio se está reformando con un lavado de cara, por un lado, debido a una falta de mantenimiento clamorosa por parte de su propietario, el ayuntamiento vigués, cuyos sucesivas corporaciones han dejado que se oxiden las partes metálicas de las cubiertas, sin labor alguna de mantenimiento en cerca de 40 años y con un “acercamiento” del público al terreno de juego, y no precisamente porque el Celta precise de mayores aforos, pues prácticamente no se ha llenado en la vida, sino para otros efectos… “deportivos”.
Es el mundo del fútbol quien ha de terminar con la violencia, pero poniendo “todos” lo necesario para ello, desde los propios aficionados de verdad y los clubes, hasta los dirigentes, quienes parece que solo reaccionan a base de fuertes multas, descalificaciones y negativas a competir por parte de los organismos que se supone que han de regir la práctica del fútbol.
Los ciudadanos no tenemos porque soportar cada fin de semana a auténticos energúmenos de aquí y de allá por nuestras calles, enfrentándose a nuestras fuerzas de seguridad, rompiéndolo todo, atemorizando a la gente y dando ejemplos lamentables de civismo, de convivencia y de falta de todo tipo de consideraciones, propiciando guerras callejeras, destrozos e incluso muertes, que al final acabamos pagando entre todos, mientras esa basura de la sociedad se va de rositas, e incluso aplaudida y financiada por ciertas entidades que se hacen llamar deportivas, a mayor gloria del club local y silenciando o minimizando sus tropelías. Y aquí no ha pasado nada.
Se ha muerto un policía que había dedicado su vida a velar por todos nosotros, por nuestra seguridad, por una sociedad más justa… ¿de un infarto?.
Hoy es la sospecha, el propósito de la enmienda, mañana… a lo de siempre.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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