Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

España, ¿Un Estado aconfesional? Venga ya…

 

Los calendarios son en esencia un instrumento para controlar, regular, e informar, sobre el paso del tiempo, algo que en puridad no debería pasar de ahí, pues el tiempo carece de ideologías, de creencias, o de festividades. De hecho así ocurría en principio, cuando su utilización tenía como principal cometido el control de las labores agrarias, de aquello de lo que dependía el sustento, tanto en el sembrado de los cultivos, como de la recolección, del clima más adecuado para distintos trabajos, o simplemente para contar el paso del tiempo.
Es la política, la religión, o el comercio, aquellas actividades que pretende utilizar al ciudadano en pro de sus propios intereses, quienes acaban embruteciendo su natural neutralidad.
Leyendo estos días la enciclopedia Eslava, el último “hijo” de mi admirado Juan Eslava Galán, en el apartado dedicado a “los trabajos y los días”, hace una referencia histórica a los primeros pasos del calendario romano, comentando que al principio se basaba en el año agrícola y como el romano era pragmático, no contaba el invierno, en el que la tierra está muerta, así que se conformaba con diez meses. Comenzaba en marzo, consagrado a Marte, padre de Rómulo y Remo, dios de la guerra y protector de la agricultura, abril (aprilis o abrir), así llamado por la floración vegetal, mayo por la pléyade Maia que traía la fertilidad agrícola, junio por la diosa Juno, protectora del hogar, y ahí paraban las referencias, de manera que al quinto mes se le llamó quintilis, al sexto sextilis, al séptimo september, al octavo, october, al noveno november y al décimo december. En un principio ahí acababa el año. Enero y el resto de los meses los añadió Julio César cuando reformó el calendario (Juliano) para integrar el invierno. Enero fue januarius por Jano, el dios de los dos rostros, uno que mira al año anterior y otro al que empieza. Al mes siguiente le llamó februarius por los ritos de purificación (februalia) que se practicaban en esas fechas dedicados a Plutón para un buen inicio de las actividades agrícolas. Después de la muerte de Julio César, Augusto decidió honrar su memoria dando su nombre a un mes, de manera que quintilis, el quinto, se llamó desde entonces julius, y por la misma razón sextilis se llamaría augustus, en memoria de Augusto. Al sucesor de Augusto, Tiberio, le propusieron denominar september con su nombre, pero rechazó la idea, con muy buen criterio, pues no habría salida para cuando se acabasen los meses y siguiese habiendo emperadores, por eso, de septiembre en adelante no hubo modificaciones.”
Como vemos, ya en el nombre de los meses se alteraba lo natural, ordinal y simplemente de referencias propias a la agricultura, con elementos religiosos, políticos y no tanto comerciales (dioses y emperadores).
Pasado el tiempo, el protagonismo de las actividades agrícolas, de los dioses que las protegían y de los emperadores, dio pie a que el enorme poder de la Iglesia, absolutamente todopoderosa a lo largo de los siguientes siglos, modificara incluso el calendario Juliano en favor del Gregoriano (otra chapuza), para coincidencias de su propia cosecha, y se apropiara no ya de los meses, ni semanas, sino de lo más inmediato y presente, los propios días, a los que adjudicó la figura de un santo o santa, virgen, mártir, apóstol, Papa, o lo que fuera, dejando las fechas más señaladas para los personajes más prominentes de su fantástico ideario, algo que ha perdurado hasta nuestros días, y no solo en cuando a la adjudicación que la propia Iglesia hace del día en cuestión, sino del mantenimiento de la festividad que su ideario le adjudica, y que ha conseguido mantener para la sociedad en general, con independencia de su carácter laico, aconfesional o vinculado a cualquier otra religión, lo que pudiera tener su justificación en un Estado que se considerase confesional, pero nunca en uno en cuya Constitución se deja meridianamente claro que España es un Estado aconfesional (art. 16).
Concretamente hoy, 9 de diciembre, se dedica el día a las santas y vírgenes (como si la virginidad fuera un mérito) Leocadia, Cesaria, Valeria, Gorgonia, a los obispos Daniel, Julián, Procuro, Severo, Siro, Restituto y Victor, los mártires Anmonio, Basilio, Eusebio, Basiano, Primitivo, Mirón y Lucio, a Cipriano, Balda, Ulrico y Pedro Fourier (no confundir con el de la baraja). Pero es que ayer, y a bombo y platillo, siendo incluso fiesta nacional, los españoles, en un Estado aconfesional, festejamos oficialmente “la Inmaculada Concepción”.
Veamos cuales han sido las fiestas no laborables en Galicia en este último año:
6 de enero. Epifanía del Señor. 13 de abril. Jueves Santo. 14 de abril. Viernes Santo. 17 de mayo. Día das letras galegas. 25 de junio. Santiago Apóstol. 15 de agosto. Asunción de la Virgen. 12 de octubre. Fiesta nacional. 1 de noviembre. Todos los santos. 6 de diciembre. Día de la Constitución. 8 de diciembre Inmaculada Concepción. 25 de diciembre. Navidad. Es decir: de 11 días no laborables entre semana, 8 de ellos (72,5%) son absolutamente ajenos al carácter aconfesional que se adjudica en la Constitución al Estado español, pero es que además responden a supuestos hechos de los que ninguno de ellos, no solo no tiene confirmación histórica alguna, sino que responden todos ellos a una fantasía desbordante absolutamente impropia de cualquier atisbo de razón, ni lógica, ni histórica, ni científica.
Ya para no entrar en demasiadas consideraciones y centrarnos en lo más inmediato, analicemos someramente lo de la “Inmaculada Concepción” o la “Purisima”, como también se le conoce, comenzando por decir que nada tiene que ver con aquello de la virginidad, la aparición del angel, el embarazo sin contacto humano, la ignorancia de José, su sueño clarificador, y toda esa serie de fantásticas historias alrededor del nacimiento de Jesús, elaboradas a base de la mezcla de varios evangelios, concretamente Mateo (años 70 al 90) y Lucas (años 80 al 100), pues ni el primero, el de Marcos (años 65 al 75), ni Juan (alrededor del año 100), tratan del tema y los primeros, evangelios de autores desconocidos aunque atribuidos a Mateo y Lucas, de forma inconexa e incluso contradictoria, en pro del burdo cumplimiento de una de las tantas profecías judías de enrevesado cumplimiento, que tanto cuidaron los pablistas, llegando Mateo a sostener que María y José vivían en Belén, que ella queda embarazada, decidiendo José repudiarla (significaba la lapidación), lo que corrige por la aparición en sueños de un ángel que le comunica que el embarazo se debe a la intervención del Espiritu Santo (¿le comunicó José a Mateo, a quien no conocía, lo del sueño muchos años después?), mientras que según Lucas vivían en Nazaret y a María se le aparece un ángel que le anuncia que va a quedar embarazada, lo que esconde a José (al parecer se lo comunica a Lucas muchos años más tarde), de quien tanto uno como otro exponen su genealogía, que para nada coincide, Mateo desde Abraham y Lucas desde !Adan! (un personaje mitológico), genealogía que si José no era el padre, para nada servía en aras del cumplimiento de la profecía, que hacía a Jesús descendiente de David, a quien habría que poner por nombre Enmanuel (!).
Esto de la Purísima, no obstante, es algo bastante más flipante. Decidido por el Papa Pío IX en 1854, a través de la Bula Ineffabilis Deus, parida como reacción al naturalismo, como despreciador de toda “verdad” sobrenatural, es decir, contra los defensores de la verdad científica, en un momento de la historia en el que afortunadamente el ser humano empezaba a anteponer la ciencia, la lógica, el entendimiento, los conocimientos, la razón y la tolerancia, a todo el oscurantismo de ese mundo de creencias, basado en la más absoluta y mantenida ignorancia, y en la amenaza sempiterna del castigo eterno para infieles.
La Bula (que tiene tela) decía lo siguiente: “Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho”.
Que hoy, en pleno siglo XXI, cuando el naturalismo ha sido contrastado en su totalidad en detrimento de un absurdo creacionismo, cuando cualquier mente medianamente pensante reconoce el carácter novelado de los llamados textos sagrados, su primitivismo y la falta absoluta de soporte histórico, un Estado aconfesional, europeo y moderno, celebre oficialmente el acontecimiento como día no laborable, en honor a tamaño despropósito, no tiene el menor sentido, y más si analizamos bajo un prisma racional el contenido de la mencionada Bula, tanto en su planteamiento como en el amenazante final, en el que a los que “osamos manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquier manera externa lo que sentimos en nuestro corazón, a parte de condenarnos, quedamos sujetos a las penas establecidas por el derecho”. De ahí a la hoguera…
A estas alturas, lo religioso en las iglesias, en las mezquitas, o en las sinagogas, y respetando el derecho de sus seguidores, pero ni en las calles ni tergiversando los calendarios. Si España es un Estado aconfesional, como dice la Constitución, ¿a que espera el gobierno de turno para que el 100% de nuestras celebraciones públicas responda al común interés de los ciudadanos?. Tampoco es tan complicado sustituir esas 8 fechas por otras de interés común. Un ejemplo de los muchos posibles: 4 de ellas con la llegada de cada estación (primavera, verano, otoño e invierno), otra como día de Europa, otra la fiesta de la libertad, en homenaje al más noble atributo del ser humano; el de la ciencia, como homenaje al progreso del estudio, el conocimiento y la razón, y finalmente el de la paz, como reconocimiento a la capacidad de entendimiento entre los seres humanos, sean del pais, ideología, raza, condición social o religión de que ser trate. Podríamos seguir con el arte, en Galicia ya se hace con la literatura (dia das letras galegas), etc.
¿Estado Aconfesional? ¿Respeto al artículo 16 de la Constitución? Venga ya…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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