Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

!Oh, mi tierra!

 

Estallada la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), el rey Felipe IV se vio obligado a participar, como consecuencia de su parentesco con el emperador romano-germánico, su tío Fernando II. Debido a ello, la autoridad y la reputación de la monarquía española se deterioró y, en 1624, el Conde-Duque de Olivares presentó al rey su Gran Memorial: una serie de reformas encaminadas a reforzar el poder real y la unidad de los territorios que dominaba, con vistas a un mejor aprovechamiento de los recursos al servicio de la política exterior. Unas reformas que, en Cataluña, tuvieron el efecto contrario. Por si fuera poco, nueve años más tarde, España entró en guerra con Francia y el sentimiento de agravio entre los catalanes aumentó cuando el Conde-Duque de Olivares declaró que los catalanes ponían poco empeño en la defensa de su propio territorio.
En mayo de 1640 se produjo un alzamiento generalizado de toda la población de Cataluña contra la movilización, y permanencia sobre él, de los tercios del ejército real y contra la pretensión de que fueran alojados dentro de las poblaciones. Acciones y contra acciones desencadenarían un rápido levantamiento armado de ciudadanos y campesinos que, de las comarcas gerundenses, se fue extendiendo por todo el territorio.
En esta tensa situación, el 7 de junio de 1640, día del Corpus Christi, un pequeño incidente en la calle Ample de Barcelona entre un grupo de segadores, trabajadores temporeros, y algunos barceloneses, en el cual un segador quedó malherido, precipitó la revuelta conocida como el Corpus de Sangre. Los alzados se apoderaron de la ciudad durante tres días. Los segadores no sólo se movían por su furia contra las exigencias del gobierno real, sino también contra el régimen señorial catalán, ya que, desde el primer momento, los rebeldes habían atacado a los ciudadanos ricos y a sus propiedades, convirtiendo aquello en una guerra civil entre catalanes. El balance de víctimas fue en total de entre 12 y 20 muertos, en su mayor parte funcionarios reales, entre ellos el virrey, Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma. Este levantamiento marcó el inicio de la sublevación de Cataluña de 1640 o Guerra de los Segadores (1640-1652), que finalmente fue sofocada.
Como suele ser habitual en el nacionalismo catalán, al igual que con la Diada, de una derrota se suele hacer una victoria victimista de largo alcance, al efecto de seguir cultivando ese anhelo ya ancestral de independencia de un centralismo, que siempre han considerado la bestia negra de sus pretensiones de autogobierno.
Como consecuencia de los hechos relatados, se crea un primer himno (Els segadors), no de exaltación patria como la mayoría, sino de despecho y rechazo que, finalmente, y dada la extensión del original, es transformado en el siguiente, que incluso un catalanista como Valentí Almirall tildó en 1902 de «canto de odio y fanatismo».
Catalunya triumfant (Cataluña, triunfante),
tornarà a ser rica i plena. (volverá a ser rica y plena)
¡Endarrera aquesta gent (Atrás esta gente)
tan ufana i tan superba (tan ufana y tan soberbia)!
¡Bon cop de falç (Buen golpe de hoz)!
¡Bon cop de falç, defensors de la terra! (Buen golpe de hoz, defensores de la tierra)
¡Bon cop de falç! (Buen golpe de hoz)
Hoy es el himno de una Cataluña que dispone del mayor grado de autodeterminación de su historia, de su mayor bienestar económico y social, de una libertad y consideración de la que nunca gozó, de una libertad absoluta en el aleccionamiento de sus menores a través de permanentes mentiras perfectamente consentidas e incluso respetadas por un gobierno central cobarde e interesado, pero una Cataluña que sigue alimentando, desde sus gobernantes, el énfasis y la militancia en el !bon cop de falç!, con odio y fanatismo como apuntaba Almirall.
Hoy, tras 40 años en los que tanto el PP como el PSOE les han ido dando todo lo que han pedido, incluso mucho más allá de lo razonable, a los únicos efectos de valerse de sus votos para la consecución del poder, como “agradecimiento”, y ya con una nueva generación aleccionada en el sempiterno intento de secesión, lo han intentado de nuevo, dejándonos plantados, aunque de nuevo y siempre que se antepone el sentimiento a la razón, sin medir las consecuencias, pues ni estamos en la época de la guerra de los segadores, ni en la de la sucesión española, ni en la segunda república, sino en una Europa civilizada, entregada a la labor de unirnos cada vez más, de legislar de forma común y de colaboración política entre sus socios.
Para que prospere una independencia de parte, tradicionalmente siempre han sido precisas, al menos, 5 características a considerar: Un mínimo de sustento legal, una población en estado de miseria, la existencia de armas próximas a la población o de un lado del ejercito, un reconocimiento internacional y finalmente contar con un “modus vivendi” que te permita andar solo, circunstancias que no se dan (ni una sola) en la Cataluña actual.
Hoy el gobierno independentista que ha osado dar el paso, no solo está intervenido en aplicación de un artículo creado al efecto en nuestra ley de leyes (también la suya), sino que parte de él está en la cárcel y el resto en vías de estarlo, al haberse pasado por el arco de triunfo todo tipo de artículos de nuestra Constitución e incluso de su propio Estatuto, por lo que no disponen de sustento legal alguno.
El pueblo catalán no solo no está en la miseria y, por tanto, sin nada que perder (esto no es la revolución francesa), sino que dispone de una clase media con un excelente nivel de vida que para nada está dispuesto a jugárselo.
No existe ni una mínima parte del ejercito que apoye su postura, los mossos ya se han “rendido” y nadie dispone de armas para hacer frente a nada.
En sus pretensiones, no disponen del reconocimiento internacional ni de un solo país medianamente civilizado y saben perfectamente que no lo tendrán y menos en el seno de la Unión Europea.
Sus principales empresas han cambiado ya el domicilio de sus sedes sociales y algunas incluso fiscales, ya que de todos es sabido que el dinero no tiene patria, un concepto regido exclusivamente por sentimientos, condición ajena por definición al hecho empresarial, en este caso nada “diferencial”, pues se trata de una de las características universales del vil metal.
¿Que pasará pues entonces?. Depende… que diría un gallego.
Evidentemente el victimismo independentista (alimentado por los últimos acontecimientos) saldrá claramente reforzado, hasta el punto que tratarán de aprovecharlo en pos de una victoria en las anunciadas elecciones.
Y, ¿que pasará en esas próximas elecciones?. De nuevo, depende.
Por un lado, y por parte del Estado, dispone de la ley, el poder, la economía, pero también juegan en su contra la distancia, la imposición (!Enradera aquesta gent tan ufana i tan superba!), el no saber comunicar, la falta de empatía y el representar en Cataluña todo lo que históricamente han condenado los catalanes.
Por otra parte y desde el lado independentista, la fuerza de unión de sentirse humillado, vencido y despreciado por el enemigo, el comunicar perfectamente con los suyos, el de seguir disponiendo de su órgano de aleccionamiento TV3, gracias a la imposición del PSOE (otra concesión electoralista interesada) de no intervenir la cadena, la táctica pacifista, la disculpa de que no les hayan dejado votar, etc.
Ahora depende todo de los partidos.
Por un lado y desde el constitucionalismo, a la derecha el PP, con un electorado fijo y no demasiado poblado, odiado por los catalanistas. Ciudadanos, evidentemente el vencedor por el lado de los “legales”, con una buena líder y representando el “seny” catalán perdido. Finalmente los socialistas, siempre en la cuerda floja de la incoherencia, dando una de cal, otra de arena y sin entenderse entre ellos.
Por otro lado y desde los independentistas, a la derecha lo que queda de CiU, ahora PDCat, en caída libre, sin líder decidido, hecho unos zorros. Por otro, ya en la izquierda, los podemitas, o lo que sea, de Ada Colau, dispuesta a rentabilidad sus constantes vaivenes. Le sigue ERC, los republicanos, siempre con un fuerte tirón en Cataluña, siempre encantados de estar en prisión, lo que les ayuda enormemente en sus pretensiones. Finalmente a la izquierda de la izquierda, los antisistema, la CUP, esos perroflautas que quieren que todo rompa, los que mejor rentabilidad el caos, la calle. Todos ellos arropados por ese sentimiento sempiterno de derrota que algún día habrá que vengar (Catalunya triumfant, tornarà a ser rica i plena), algo a lo que están dispuestos los nuevos cachorros, esa juventud que cada mayoría de edad va pidiendo una revolución.
¿Que va a pasar entonces?. Depende de la inteligencia en bloque de todos ellos, pues el problema en unas elecciones es que cada uno va por libre, tratando de robar votos al contrario como sea, de manera que la tentación de pelearse entre ellos en el bloque constitucionalista es muy alta, pues el PP le puede arañar algún voto a Ciudadanos, al igual que los socialistas, pero lo que es seguro es que Ciudadanos le arañará más a cada uno de los anteriores, en una guerra de la que pueden salir beneficiados los independentistas, si finalmente no acaban arrancándose la piel unos a otros. La clave puede estar también fuera de Cataluña, si se aprueba finalmente la asignatura pendiente de siempre del gobierno central, de comunicar con efectividad hacia los catalanes las consecuencias de una ruptura, aunque no desde la amenaza, sino desde la persuasión y el cariño en el mensaje, apoyándose para ello en una fructífera gestión de participación en los políticos europeos.
¿Y si al final, y a pesar de todo, ganan los independentistas y Cataluña vuelve a tener un gobierno perroflautista, suicida e insolidario por voluntad popular?…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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