Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿De que orgullo hablamos?

 

Hace unos días se ha celebrado en Madrid el día del orgullo, antes gay, y hoy LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales), o en plan chiste, catalán, de leridanos (L), gerundenses (G), barceloneses (B) y tarraconenses (T).
Pero ¿en que consiste el “orgullo”?.
Curiosamente, el termino orgullo es uno de aquellos en los que filosofía y religión más difieren, pues en general, para la filosofía, quien deposita su protagonismo en el hombre, el orgullo suele tener connotaciones positivas, mientras las tiene negativas para la religión, quien asimila el término a la soberbia, un pecado capital casi imperdonable, ya que empuja al hombre a revelarse ante su condición de oveja a la que la religión en general le tiene condenado en vida, mientras que para la filosofía no pasa de considerarse autoestima, autoconfianza o sentimiento satisfactorio del que vanagloriarse.
Veamos que acepciones tiene el término según nuestro diccionario de la lengua: 1. exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás. 2. sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno que se considera meritorio.
Vemos pues que el término tiene mucho que ver con algo conseguido por el individuo en función del desarrollo de un proyecto, actividad o dedicación, o del trabajo meritorio con el que ensalza su persona o sus capacidades, algo fruto de un esfuerzo que le hace sentirse superior o en un plano de protagonismo en la sociedad. Así uno se siente orgulloso cuando ha conseguido algo meritorio, como acabar una carrera, conseguir un récord, o vencer una dificultad, cuestiones todas ellas que no están al alcance de cualquiera.
El orgullo, no consiste pues en pertenecer a un grupo, raza, país o condición por puro nacimiento, por herencia, o por cuestiones ajenas a nuestros propios méritos, sino a algo conseguido con nuestro propio esfuerzo, o con un esfuerzo colectivo en el que participamos, pues aquello que nos pueda parecer un orgullo de pertenencia a cualquier grupo, actividad, país de origen o circunstancia, en positivo, no es más que una suerte, una ilusión, una alegría, o la satisfacción que produce tal circunstancia, como en negativo, no se trata de ningún demérito.
Ha sido la sociedad, y sobre todo las religiones con su proverbial ignorancia, intolerancia y bajeza moral, a lo largo de los siglos, y en función de ciertos prejuicios, quienes han hecho de ciertas circunstancias ajenas a los propios valores del individuo, su asimilación a un orgullo, o a una calamidad.
A lo largo de la historia, para muchos, el ser hombre, blanco, católico, adinerado y aristócrata, ha sido un orgullo, contrario a la condición de ser mujer, negra, atea, pobre y sirvienta o incluso esclava, algo que hoy sabemos que nada tiene que ver con el orgullo, sino con una valoración que hace la sociedad de aquellos más afortunados en el orden social establecido, pues seguramente podrá sentirse más orgullosa esa mujer negra, atea, pobre, y de una clase social desfavorecida, si por si sola y con su esfuerzo, ha conseguido ir adelante en la vida con la mayor dignidad, que el consabido heredero favorecido por la suerte y que en su mediocridad lo ha perdido todo en aras de su solemne estupidez.
Así las cosas, ¿que orgullo hay en ser homosexual o heterosexual?, ¿que orgullo puede haber en nuestra proporción hormonal de uno u otro signo?
No se trata de la condición lo que proporciona o no un cierto orgullo, sino la capacidad de aceptar en sociedad una condición natural que tal sociedad en sus prejuicios ha tenido como maldita a lo largo de los siglos. Es la valentía de “salir del armario” lo que puede comportar un cierto orgullo, de vivir de forma natural una condición sexual que la sociedad ha condenado a lo largo de su historia, da dar la cara y de luchar por desterrar de esa sociedad tales prejuicios, de pelear por vivir en igualdad de condiciones desde el desprecio que aun perdura en grandes capas de la sociedad, y de hacerlo con dignidad.
Y si el orgullo comporta una cierta lucha desde la seriedad de valorar los propios logros y la no descalificación de toda persona capaz como el que más, de llegar a las más altas cotas de todo aquello que la sociedad valora positivamente, ¿que pintan todas esas “locas del tinte” pasando como representantes del colectivo afectado, cuando para nada representan a esa parte de la sociedad con valores firmes de esfuerzo y preparación, desde la ciencia, la universidad, el arte, la profesionalidad, el trabajo, y en definitiva el mundo normal de una sociedad civilizada? ¿Como puede sentirse representado en su lucha, un catedrático de universidad, por un par de horteras peludos y en tanga, desfilando medio desnudos y pintarrajeados por la Castellana, esgrimiendo locamente todo tipo de posturas de casposo sexo de baja estopa?. ¿Acaso si algún día acabáramos por tener que luchar por el orgullo hetero, deberíamos salir todos a la calle en plan Nacho Vidal, esgrimiendo material, lanza en ristre y con un par, para ser considerados?
Sinceramente, creo que tales manifestaciones del “orgullo” son un error descomunal, que perjudica seriamente a todos aquellos homosexuales que nada tienen que ver con tamañas horteradas y que desean seguir luchando seriamente contra una sociedad intolerante que, cada vez, y debido a tamaños desatinos, vuelve a identificar a homosexual con la clásica loca de turno. Un paso atrás.
Ni una sola manifestación con un cierto trasfondo de seriedad en este día del “orgullo”. ¿Es ese el camino que se pretende?. ¿De que orgullo hablamos?.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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