Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

El problema siempre es el pueblo

 

Pocas veces o ninguna, un político, con razón o sin ella, ha sido más criticado nada más pisar poder que Donald Trump, pero pocas veces o ninguna, ha habido un político que nada más pisar poder, se apresure a cumplir con todas sus promesas electorales como lo está haciendo Donald Trump.
Habrá que empezar por dejar claro que, a mi concretamente, no me gusta Donald Trump, pero tampoco me gustaba Hilaria Clinton, ni la política americana de sumisión al petróleo y la ametralladora.
Algo también es evidente, y es que EEUU no es Europa y que las cosas se ven de muy distinta forma a un lado u otro del Atlántico norte. También en ello influye el que EEUU es actualmente el “jefe” de toda la movida y que si se tratase de Venezuela, el personaje en cuestión sería otro Maduro de la vida, que podría indignarnos, pero no preocuparnos demasiado.
Curiosamente, en la caduca Europa, y más en España, el país menos pro yankee de todos, hoy se rasgan las vestiduras millares de periodistas, analistas y cuentistas, que aseguraban que las cosas serían muy distintas nada más pisar poder, que sus manifestaciones no eran más que estrategias electorales, y que al final todo se quedaría en pequeñas reformas para que todo siguiese igual.
En Europa, y sobre todo en España, entendemos mejor al político que hace solo lo políticamente correcto, que nos miente, que solo actúa en función de exaltar nuestras más bajas pasiones, de mantenerse en el poder, o en interés de su partido, lo que aberrantemente nos parece bien y acabamos votándole, aunque sea un demagogo, un inmovilista, un corrupto, un mentiroso o todo a la vez, como ocurre con Rajoy, quien es incapaz de llevar a cabo reformas de calado que cada vez necesitamos en mayor medida, que dirige con mano de hierro el partido más corrupto de nuestra historia reciente, y quien ha mentido sistemáticamente incumpliendo todas y cada una de sus promesas electorales, virtudes suficientes, en esta casposa sociedad, para ganar elecciones e incluso por mayoría absoluta, lo mismo que a nivel local ocurre en Vigo con Abel Caballero, incapaz de gestionar algo importante para la ciudad, dedicado a sus múltiples horteradas sin mayor trascendencia, tras haber corrompido y acallado a todas las instituciones viguesas teóricamente independientes, y con la única estrategia permanente de la mentira por bandera, compensándonos con la menor chorrada, o con cualquier exaltación de localismo pueblerino que excite nuestro más profundo resentimiento.
También en ámbito nacional y en el lado opuesto a Rajoy, nos hemos cargado a un político como era, o es, Pedro Sánchez, elegido democráticamente por su propio partido, que no hacía otra cosa que seguir a rajatabla las indicaciones de su órgano de dirección (no es NO), y que tras un golpe interno, auspiciado claramente por golpistas de la talla de la tal Susana Diaz, y los que le siguen, esperando cargos, carguitos y carguetes, traidora de libro, con amplio curriculo en dejar en la estacada a quienes la auparon a su actual poltrona, participe de un socialismo andaluz, desde bien joven, donde se trincaba a manos llenas, al final acaba siendo alabada por una amplia mayoría de su partido y a la espera de convertirse en su líder, sin que nunca de sus labios nadie haya escuchado ni una sola idea, ni socialista ni de ningún tipo, salvo los típicos tópicos de la protección los desamparados, lo de la clase trabajadora, lo malos que son los malos y bla, bla, bla. Los líderes de la caspa.
El problema siempre surge de la falta de preparación del pueblo en general, de pueblos poco preocupados por la solidaridad, por lo común, por la ética como camino hacia el bienestar y la justicia en colectividad.
Estas cosas no ocurren, en general, en países escandinavos, o en los centroeuropeos, donde el laicismo o la influencia luterana han hecho de la tolerancia, del respeto al vecino y a sus derechos, la bandera de la convivencia.
Europa ha tenido tres revoluciones que han marcado su carácter en lo avanzado, como han sido la reforma luterana (Alemania), la revolución industrial (Inglaterra) y la revolución social (Francia), mientras nosotros nos hemos quedado estancados en valores de sumisión al poder, “educando” a nuestros hijos en el besamos a fanáticos de la irracionalidad y la intransigencia ataviados de sotana y cruz en ristre, con la consiga de “que inventen ellos” y lindezas semejantes que nos han castrado invirtiendo los valores propios de nuestras potencialidades internas, por nuestra sumisión a todo tipo de poderes externos a magnificar, ya sean políticos, sociales o religiosos, lo que finalmente nos ha llevado a disponer de una calidad de líderes absolutamente deleznable, sin sentido de la responsabilidad, de la ética, de la decencia o de la valía personal.
Sirvan de ejemplo las residencias oficiales de los primeros ministros del norte de Europa, en comparación al nuestro, que reside en el Palacio de la Moncloa, un palacio aislado a las afueras de Madrid, con un jardín de 20 hectáreas y en una vivienda de 8 dormitorios, 9 cuartos de baño y distintas salas, etc. En Suecia su primer ministro Stefan Löfven reside en la casa Sayer, una casa entre medianeras en una calle de Estocolmo, el de Dinamarca, Lars Lokke Rasmussen, no tiene residencia oficial, el de Finlandia Juha Sipillä, tampoco tiene residencia oficial, la presidenta del gobierno noruega Elna Solberg vive en una residencia en una calle céntrica de Oslo, el de Islandia Bjarnl Benediktsson, no tiene residencia oficial, el de Holanda Mark Rutte, en la propia residencia del gobierno de los Países Bajos, la de Gran Bretaña, Theresa May, en la casa de al lado del 10 de Downing Street, mientras que la poderosa primera ministra alemana Angela Merkel, reside en su propio piso de Berlín, va a veces a la compra y cocina cuando puede, cosa que a Mariano Rajoy ni se le pasaría por la imaginación, aunque lo más grave es que a la práctica totalidad de los españolitos les parezca normal y más en un país en el que las residencias de los obispos, en lugar de ser modestas viviendas acordes con el mensaje que se suponen han de transmitir, han sido siempre grandes palacios o extraordinarias residencias.
Curiosamente EEUU, al igual que Australia, son países formados por los desheredados de la tierra, por emigrantes de todas las latitudes, por gentes que todo lo habían perdido en sus lugares de origen y que todo lo encontraron formando un nuevo y gran pais, su inmenso tesoro, del que se sienten absolutamente orgullosos al haber conseguido llegar a lo más alto desde el origen más bajo, admirando pero a la vez despreciando a esa vieja Europa de la que salieron, encorsetada, incapaz de evolucionar en esa frescura, sinceridad y solidaridad que ellos practican para con los suyos. Pero también hay una parte importante, la llamada America profunda, que se ha quedado a medio camino, que ya no ve esperanza, que salió de lo más bajo pero que tampoco ha llegado a ninguna parte y que se aferra a lo más conservador de las “virtudes” del pueblo americano, ávidos de escuchar mensajes de predicadores populares, de vendedores de iglesia, de comerciales que les prometan aquello que desean escuchar y que les lleve algo de esperanza hacia sus anhelos de seguridad y protección, que en definitiva son los principales objetivos de los colectivos que no emprenden, de los que pasan la vida dejándose llevar y de los que no aportan demasiado, pero si son capaces de formar grandes rebaños dispuestos a pastar en los amplias llanuras de la complacencia, conducidos por fuertes pastores que les protejan.
Donald Trump ha sabido pescar en el mar revuelto del mundo del dinero, en los peligrosos rápidos de la política, pero sobre todo en las grandes lagunas de esa clase media descontenta con su suerte, consigo mismos y en definitiva con el mundo, esa que ya cansada de esperar por vanos progresos, solo busca aupar a un líder que revuelva las aguas, para ponerse a pescar en rio revuelto, esperando algún fruto que compense su existencia.
El pueblo americano es un pueblo joven y por tanto guerrero, que nunca ha sido invadido pero que se siente vulnerable y al que la tragedia de las torres, marcó profundamente en ese sentido, lo que junto a su fuerte endogamia, propia de quien ha adquirido sus orígenes en pocas generaciones, y su situación de predominio en el mundo de la energía, las armas y el dinero, le convierte en un gigante tremendamente susceptible y muy dispuesto a defender lo suyo bastante mas allá de lo razonable.
Hace unos días, Gonzalo Caballero, quizá el político mejor preparado, en todos los aspectos, de la izquierda gallega, un lujo masacrado para la política socialista por lo más impresentable de ese mismo partido, su propio tío, que he citado anteriormente (no se trata de una tragedia griega… o si), recomendaba la lectura de un artículo en el que la autora trataba sobre la forma de llegar en política a los más altos cargos, exponiéndolo de forma bastante acertada, no obstante incurría, para mi, en un error amparado en un tópico por excelencia de la democracia, al asegurar que los políticos debían ser fiel reflejo del pueblo al que servían. Ello no solo me parece una barbaridad, sino que opino que ha de ser precisamente lo contrario. El político debe ser fiel conocedor del pueblo, de sus virtudes y de sus defectos, vivir como él, pero si ese pueblo ha de progresar no puede quedarse en el inmovilismo del pueblo que necesita de ese progreso, ha de ir más allá, para no ser la pescadilla que se muerde la cola, ya que nunca innovaría lo más mínimo, al estilo Rajoy, quien además a nivel internacional ya acaba de confesar que su mayor anhelo, de cara al primo de zumosol, es hacer de “correveydile”.
Donald Trump es todo lo contrario de un líder que se parece al pueblo que le ha votado (la mayoría por debajo de la renta media), pero es quien mejor ha demostrado conocer a ese pueblo, a sus miserias y a sus virtudes, y exaltando estas últimas y asegurando combatir las primeras, se ha llevado el gato al agua. Ahora empieza a cumplir y nos llevamos las manos a la cabeza, por eso sigo creyendo que el problema está en nosotros, en el pueblo en general.
Francamente, no cambio España por nada, pero me gustaría seguir viviendo en esta maravilloso pais de sol, playas, paisajes, historia, gastronomía, costumbres, etc. pero ser gobernado por otros que también valoran nuestras excelencias, que no las tienen en sus países, pero que si estiman adecuadamente la solidaridad, el bien común, el respeto hacia los demás, la ética, las normas que nos hemos dado para vivir mas felices y en convivencia (el PP y el PSOE habrían pasado a la historia), vamos que no solo no me importaría ser gobernado por un noruego, un sueco, un danés, un finlandés o un islandés, sino que, al menos en estas latitudes, una nueva invasión de hordas vikingas a la nueva usanza, no nos vendría nada mal.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

Lo más leído