Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

La primera, en la frente

 

El primer acto de Rajoy como presidente del gobierno, su toma de posesión, la ha llevado a cabo, por propia voluntad, bajo la trilogía confesional que ya Felipe VI descartó en el cambio de protocolo de julio de 2014, y que el propio Rey, reina incluida y Casa real abandonaron, como acto de respeto a todos los españoles de cualquier confesión, credo o ideología. No obstante, el presidente pepero, no promete, jura, y lo hace ante la Biblia y un crucifijo, la trilogía arcaica, confesional, innecesaria y partidista, en un estado no confesional como es España.
El ser consecuente con lo que uno representa institucionalmente, no suele ser demasiado habitual en este país en el que sistemáticamente se anteponen los intereses particulares, de clan o de equipo, sobre los derechos generales a considerar, aunque se trate de actos de interés general que siempre deberían contemplarse desde una perspectiva no partidista.
En 1978 España se declara, con el voto mayoritario de los españoles, un estado no confesional. Tuvieron que pasar 36 años, el mismo espacio de tiempo que estuvo Franco en el poder, para que finalmente el Rey, no un gobierno constitucional ni de derechas ni de izquierdas, sino un rey, diera el primer paso para acabar con una imposición de la Iglesia Católica, de obligar a contar con ella a la hora de que un ciudadano elegido por el pueblo se comprometiese a “guardar y hacer guardar” la Constitución. Se trata, no obstante, de una medida incompleta, al seguir permitiendo tal simbología en un acto tan laico como el que nos ocupa, simplemente porque el elegido profese o no la impositora religión, paso que, por otra parte, ni siquiera ha tenido lugar en cuanto a la necesaria revisión del Concordado con el Estado Vaticano, algo cuyo contenido rechina también fuertemente en aplicación de nuestra Constitución.
En otro orden de cosas, conviene aclarar la diferencia entre jurar y prometer. El juramento se sostiene en la garantía de hacerlo ante Dios, mientras la promesa, lo es en la garantía de la palabra de la persona que la pronuncia, adquiriendo la primera una carga religiosa ajena al acto en si, mientras que la segunda se ajusta plenamente al compromiso que de una persona en concreto se espera, sin que se precise la mediación de dios alguno en tal trámite.
El asunto arrastra un lastre de tal porte, que ya la Constitución pretendidamente liberal de 1812, establecía la formula del juramento “por Dios y por los Santos Evangelios que defenderé y conservaré la religión católica, apostólica y romana, sin permitir otra alguna en el reino”. No se trataba de defender la Constitución, sino la religión católica en concreto, con absoluta intolerancia hacia cualquier otra en cuanto se tomaba posesión del poder terrenal patrio. Curiosamente, tal Constitución fue abolida por la nefasta monarquía a cargo del Borbón más canalla, Fernando VII, por ser considerada excesivamente liberal. Franco declaró por Decreto que “La religión católica, apostólica, romana, sigue siendo la única de la Nación española y gozará de los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley Divina y el Derecho canónico”. Tuvo que ser la Constitución republicana de 1931 la que estableciese “la promesa, ante las Cortes solemnes reunidas, de fidelidad a la República y a la Constitución”, pues no de otra cosa se trata.
Desde hace ya algún tiempo, Europa está siendo invadida por emigrantes que en su mayor parte profesan la religión musulmana, de tal manera que se espera que si nada cambia, en menos de 20 años, naciones como Bélgica, ciudades francesas y algunas incluso del Reino Unido o Alemania, serán regidas por musulmanes, quienes se constituirán en mayoría, al situarse los índices de natalidad de los nativos en menos de dos hijos por familia, mientras los emigrantes están llegando a cifras que cuadriplican la expuesta. Sin ir más lejos, a día de hoy, el actual alcalde de Londres es musulmán de origen y de religión.
Si conservamos, por tanto, la discrecionalidad en cuanto a los símbolos religiosos a la hora de toma posesión de cargos políticos, ¿que puede pasar en unos años si nuestro presidente de entonces, desde otras opciones, conserva la mala decisión que hoy ha tomado Rajoy de mezclar el culo con las témporas?. De ser musulmán, en la mesita al efecto, acompañando a la Constitución, nos podremos encontrar con la media luna o con la mano de Fátima, o con el candelabro de siete brazos si se trata de un judío, una escuadra con su plomada si se trata de un masón, cualquier símbolo al gusto si se trata de un agnóstico, o incluso si ese trata de un ateo “militante”, convencido de que todos los males históricos de España se deben a la intolerancia secular de la Iglesia Católica, como bien pudiera tratarse de algún líder podemita al uso, la cruz invertida.
Es preciso colocar cada cosa en su sitio, algo que no parece demasiado pedir en un estado constitucionalmente no confesional. La libertad religiosa que garantiza nuestra Constitución consiste en que cada uno, en el ámbito de su privacidad, puede profesar la religión que crea conveniente, sin sufrir imposiciones ni hacia su persona, ni practicarlas desde su organización hacia los demás, sobre todo cuando se trata en general de religiones excluyentes, pues tanto para unos como para otros la suya es la única verdadera, considerando infieles o herejes al resto. Esto no es la Roma abierta en que se admitían todos los dioses, esto es el resultado de siglos de inquisición, intolerancia, muerte, tortura y toda serie de barbaridades en aras de la religión de unos, que acabaron expulsando de la península a todos los demás.
No puede ser que tras tantos meses de deshoje de la margarita, finalmente el investido presidente nos obsequie con un primer acto lleno de parcialidad hacia algo todavía vital para muchos en nuestra sociedad, anteponiendo su propio y particular credo, urbi et orbe, imponiendo símbolos que hasta el propio Rey, en bien de la conciliación nacional y en aras de una constitución muy clara sobre el particular, ha desterrado ya de cualquier acto oficial. ¿Que partido tomará Rajoy si finalmente se impone la negociación de un nuevo concordado, o la supresión de tamaño agravio a la igualdad, estando enfrentados los intereses vaticanos con los nuestros?.
Si se admite la presidencia de un pais laico, en el caso de usar símbolos, ello debe hacerse mediante el uso de símbolos comunes, que unan, que cohesionen como la propia Constitución, lo único que se le pide que se comprometa a defender, y no mediante aquellos símbolos parciales que desde siempre han traído controversia con buena parte de la población, sobre todo cuando para los cruzados solo hay un dios, por supuesto el suyo, en contra de lo que opinan otros también excluyentes, siempre enfrentados y considerándose además infieles unos a otros.
De Rajoy sabemos que su fuerte no son ni las manifestaciones culturales, ni el tacto, ni su capacidad de unir. Se trata de un presidente que no acude prácticamente nunca a un concierto, ni al teatro, ni a la opera, ni al cine, ni a un museo, que no dialoga, que en todo su mandato no ha visitado la RAE ni una sola vez, ni asistido a los premios Goya ni a los Max, que no suele presidir acto cultural alguno, que no se le conoce lectura habitual más allá del Marca, que no habla idiomas, necesitando siempre la carabina de un interprete, pues en los 35 años que lleva viviendo de la política, no ha sido capaz de ofrecer a los españoles la imagen de un presidente capaz de comunicarse directamente con sus colegas europeos, aunque eso si, en su mandato ha machacado con impuestos a todo lo que huela a cultura, subiendo el IVA cultural del 8 al 21%, cuando la media europea gira alrededor del 7%, de manera que los españoles, por su desprecio a la cultura, necesitamos pagar entre 3 y 4 veces más en impuestos por asistir a cualquier manifestación cultural de esas que él ignora, aunque eso si, las prerrogativas de la Iglesia católica, sus excepciones y particularidades se mantienen intactas.
Nos preside un personaje que responde por todo ello al prototipo del clásico ciudadano mediocre socialmente, sin más inquietudes culturales que las puramente deportivas, sometido a las más obsoletas tradiciones, un presidente todo lo que se quiera, menos progresista en el mejor sentido de la palabra, por mucho que se trate de un registrador de la propiedad en excedencia permanente, pues en sus largos años de vivir de la política ha sido incapaz de permitir que la cultura pase, aunque sea someramente, por sus entretelas.
En definitiva, si a partir de ahora todo habrá que negociarlo, contemplar las diferencias, ceder en lo accesorio y ser generoso, empezamos mal, muy mal.
Pero, ¿alguien esperaba otra cosa?.
La primera, en la frente.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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