Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Serán la corrupción y la gilipollez valores a considerar?

 

Finalizadas las monarquías absolutistas, el pasado siglo se caracterizó, entre otros muchos avatares políticos, por la aparición en Europa de al menos cinco conocidos dictadores, dos centroeuropeos y tres latinos, cada uno de ellos a partir de distinta procedencia política, concretamente Stalin en Rusia, Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, Oliveira Salazar en Portugal y Franco en España. Sin duda hubo alguno más (Tito, Ceaucescu, etc.) pero estos siete representan mejor que nadie una peculiar, y a veces contradictoria, forma tiránica de gobernar. Todos ellos tuvieron sus enemigos, pero también sus más entregados partidarios.
Sin duda, Stalin y Hitler han sido para la Europa reciente los peores dictadores conocidos, los de peores consecuencias, siguiendo a distancia Franco, con una guerra a sus espaldas y una larga posguerra, con Mussolini a la zaga, ya a mayor distancia y finalmente, al frente de un fascismo descafeinado, el profesor Oliveira Salazar, de larga influencia en Portugal.
Como denominador común, el que todos ellos emergen tras fuertes desastres nacionales, agravados por gravísimos problemas económicos y de identidad nacional, algo sin duda común a las dictaduras, como el que tras su subida al poder, los países experimentan una rápida recuperación, con fuerte estancamiento posterior.
Resulta curiosa también su relación con la religión, pues Stalin (“hombre de acero”), antiguo seminarista, a diferencia de Lenin, quien seguía a Marx en su manifestación de que “la religión era el opio del pueblo”, no veía a la religión como un enemigo ideológico, sino un competidor por su ambición de control de la sociedad, por su ambición de poder, con quien competía, aunque llegó incluso a reinstaurar la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa.
Por su parte Hitler, hijo de una católica practicante, por el contrario si veía en la religión un competidor ideológico hacia el nazismo, lo que no le impidió el reconocimiento oficial de la Iglesia Católica (enemiga del judaismo) y una relación muy controvertida con la autoridad papal.
Mussolini, aun declarado ateo, impulsó finalmente el Estado Vaticano como Estado soberano, firmando los pactos de Letrán para acabar declarando el catolicismo como la religión oficial del Estado, obligando a que las aulas y los tribunales fueran presididos por crucifijos, estableciendo la obligatoriedad de la enseñanza católica.
Los casos de Franco y Salazar, muertos ambos por enfermedad, fueron de total entrega a la Iglesia Católica, cómplice absoluto de uno y otro en el ejercicio de sus prolongadas dictaduras.
En cuanto a su acceso al poder, la variedad resulta sorprendente.
Stalin, uno de los seres mas abyectos que ha conocido la humanidad, llega a través del partido bolchevique, una vez fallecido Lenin, haciéndose pasar por su heredero ideológico y neutralizando a sus enemigos internos, apoderándose de sus ideas y acabando con todos ellos, en algunos casos literalmente, convirtiendo al partido comunista en una maquina de terror, con el resultado de millones de asesinados tras deportaciones y torturas de todo tipo. Su muerte oficial fue debido a una enfermedad, pero es más posible que hubiera sido envenenado.
Hitler, a partir de la práctica de un matonismo socialista de corte nacionalista a ultranza, y por medio de la creación de un partido ad hoc, alcanza finalmente, tras varios fracasos, el acceso al poder por vía democrática, para ya desde ahí imponerse absolutamente. Su muerte oficial nos habla de un suicidio, pero nunca apareció finalmente su cadáver.
En cuanto a Mussolini, otro socialista y matón sindicalista, también de corte ultra nacionalista, llega al cargo a través de la organizada marcha sobre Roma de sus “camisas negras”, sus fascistas, quienes con la marcha fuerzan la dimisión del primer ministro y el encargo del rey Victor Manuel III de formar gobierno al propio Mussolini, quien acabaría con los distintos partidos, instituyendo una dictadura bastante pintoresca de corte popular, pero muy efectiva. Su muerte fue debida a un linchamiento, tras la perdida de la guerra.
Franco, como sabemos, se trata de un militar laureado (con la república, el general mas joven de Europa en su momento) que en compañía de otros acaba dando un golpe de Estado que finalmente le lleva a presidir el pais tras una cruel y larga guerra. Muere en la cama, a consecuencia de una enfermedad, mientras su velatorio, al igual que el de su admirado Oliveira Salazar, concentra colas kilométricas de simpatizantes.
Oliveira Salazar, catedrático de enorme prestigio por la universidad de Coimbra, tras ser reclamado por distintos gobiernos para encauzar la economía portuguesa, el éxito le lleva a verse apoyado por militares y parte de la alta sociedad para, finalmente, y a través de un nuevo partido, la Unión Nacional, acabar presidiendo un nuevo Estado en el que no tienen cabida otros partidos y en el que se instaura un fascismo moderado.
Decía al principio que este tipo de personajes, en contra de lo que pudiera pensarse, suelen estar apoyados por multitud de ciudadanos que ven en su forma de actuar una firmeza, una determinación, y unas consecuencias con las que acaban identificándose, sobre todo en momentos en los que cualquier Estado necesita encauzarse con energía, con un golpe de timón que les reafirme en su camino, tras tiempos de crisis agudas, de incertidumbres, debilidades y situaciones caóticas de inseguridad ciudadana y de desconcierto. Ello ha hecho avivar la conocida y vieja dicotomía entre los llamados dictadores “buenos” y “malos”, calificativo que todos ellos han conocido desde distintas sensibilidades, aunque algunos mayoritariamente el de malos, como Stalin o Hitler, y otros el de buenos, como Tito o Salazar.
Al igual que sucede con los derrocamientos, que cuando son “malos” suelen ser conocidos como golpes de estado, y cuando son “buenos” como revoluciones, la cuestión suele ser siempre, desde la óptica de la democracia, el estado de derecho y el orden internacional, la legalidad de tales situaciones, y no me refiero a la legitimidad que pueda asistir a la necesidad de una revolución que acaba entronando a una “buena” dictadura que libere al pueblo de un tirano que hubiese llegado al poder por cauces incluso democráticos, como pudiera haber pasado de triunfar alguno de los atentados cometidos contra Hitler, sino de la legalidad en el estricto sentido de tales actos, de la ilegalidad de un derrocamiento, sobre todo si de democrático se trata.
Hoy asistimos, en España, a un derrocamiento claramente golpista de un líder socialista elegido democráticamente por sus bases, al más puro estilo de Bruto y su camarilla con César, un golpe por el poder, maquinado orquestalmente en el tiempo, por autores claramente reconocidos, a los que se suman los oportunistas de siempre.
El partido socialista, de distinta tradición a la hora de designar sus cargos, acabó finalmente por instaurar la democracia interna a los efectos de nombrar a su secretario general, lo que en democracia significa que solo unas nuevas elecciones pueden derrocarlo, no unos cuantos, que quieren su cargo y el de sus colaboradores y demás sucursalistas ciscados por la geografía nacional, por muy cargados de razones que crean sentirse. Se trata no obstante, de un partido con un cierto bagaje de tradiciones golpistas, algo ocurrido ya en su día con Borrell (Almunia en su lugar), Bono (Zapatero en su lugar), que fueron defenestrados por sus enemigos internos de la cúpula del partido, en contra de la mayoría. Si nos desplazarnos en el tiempo, su trayectoria, en sus primeras manifestaciones, no resulta tampoco demasiado edificante, habiendo propiciado el golpe de Estado dado en España en Asturias y Cataluña contra la república en 1934, de clara inspiración socialista (Largo Caballero e Indalecio Prieto). Posteriormente, y durante la dictadura, nadie sabía nada de socialista alguno, hasta que el dictador, ya en la llamada “dictablanda”, murió en la cama, momento en el que volvieron a aparecer, como redentores de la modernidad los Gonzalez, Guerra y demás progres (cien años de honradez…y ninguno más).
Con Sánchez se podía o no estar de acuerdo, pero ni actuó dictatorialmente, ni fue un cobarde, ni traicionó a los suyos. No era preciso hacer con él lo que no tuvieron el valor de hacer con el dictador, pues su “NO es NO” respondía claramente a un mandato “unánime” de la ejecutiva del partido. Otra cosa es que él no hubiera sabido gestionar el complicado mandato ante el Partido Popular, tratando de negociar, cuando sabía que no había otro camino pero disponía de votos fuertes para ello, no solo para la aprobación de toda una batería de propuestas, sino incluso para la designación por parte de los populares de otro candidato que ofreciera más garantías a todos, que no fuera el inútil y dictatorial Rajoy.
La medida que ahora todos corean, echando al guaperas, no es ni mínimamente democrática, ni de recibo, ni atesora valor alguno, nos guste o no tanto el personaje como su actitud, ya que el partido dispone de cauces suficientes para propiciar un debate que consiga articular una estrategia que convenza medianamente a una razonable mayoría, y sea esta quien articule nuevos planteamientos, pues si así no fuera, ¿ante que coño de partido estaríamos?.
Yo creo, sinceramente, que en esta amalgama de miserables y navajeros, aun habiendo personas de buena voluntad, existen varios tipos cuyo talante dictatorial está fuera de toda duda (en Madrid, en Sevilla y en Vigo), que su lucha tiene mucho de staliniana, aun salvando las distancias, y que al igual que están haciendo las viejas glorias en sus desfiles televisivos, unas viejas glorias que fueron en su momento el gobierno más corrupto jamás conocido, que incluso llegaron a articular un terrorismo de Estado y que finalmente fueron echados democráticamente a gorrazos, le han hecho y le están haciendo un flaco favor a su partido, alimentando al único vencedor en todo este desaguisado, Mariano Rajoy, el hipócritamente beneficiado en la sombra de unas terceras elecciones, una nueva llamada a las urnas que anhela como agua de mayo y que las estadísticas, de producirse, ya le dan en su alianza con Ciudadanos mayoría absoluta como para mandar a los socialistas a hacer gárgaras a Ferraz, si finalmente son capaces de no tener que malvender su sede ante la ruina inminente (económica, me refiero) que se les viene encima por falta de ingresos, lo que no hará más que agravar el problema que ya tienen actualmente con los créditos bancarios (impagados) que aun les sostienen.
La posición actual de debilidad absoluta en que han puesto al PSOE, no solo les impide negociar nada favorable con el PP, sino que a éste, lo único que le interesa ahora, aunque sea inconfesable, son unas terceras elecciones donde se ven (al haber hecho el papel de víctimas) con mayoría absoluta y con todas las armas en su mano para lograrlo, empezando por culpar a los socialistas de tener que ir a ellas y de todos los males a los que sus consecuencias nos han remitido.
¿Será Rajoy el dictador bueno del momento? Pobriño…
Lo que si es seguro es que al pueblo español, en el fondo, lo de la corrupción le trae al pairo. Tres elecciones seguidas y cada vez la subida en votos es paralela a los nuevos procesos por corrupción que van adornando al PP y a toda su retahíla de embutidos de todos los gustos. ¿Y porqué no unas cuartas?. Si ahora solo necesitan a un nuevamente devaluado Ciudadanos para la mayoría (el único que pone condiciones para terminar con la corrupción), quizá con unas cuartas, dentro de otro año, cuando ya no queden ciudadanos que pretendan eliminar la corrupción y cuando ya casi toda la cúpula del PP esté procesada, no necesiten a nadie más para la mayoría absoluta.
Por otra parte, parece que todos por fin estamos contentos con el golpismo sociata y la obligación para los que quedan, de entregarse al PP, a cambio de nada, porque debe ser así, por !!!España!!!, con los serviles medios (El Pais, quien te ha visto y quien te ve) jaleando y aplaudiendo con las orejas.
Tenemos una oportunidad única para acabar de una vez con los partidos más corruptos de nuestra historia, gracias a la aparición de gente joven que quiere otra forma de entender la política, con sus contradicciones, sus errores y toda su controvertida trayectoria juvenil, y no les pasamos ni una, al tiempo que a los más canallas les toleramos todo.
¿Serán la corrupción y la gilipollez valores a considerar?. Pais de cretinos…

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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