Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

!Oh, la «democrática» mediocridad!

 

Hace unos días volví a escuchar la estúpida y manida frase de quien coge el rábano por las hojas en materia política, siguiendo los avatares demagógicos al uso en esta España que no acaba de entender que la política es algo muy serio, que condiciona profundamente nuestras vidas y la esperanza en un futuro mejor de nuestros hijos: “no sé porqué os quejáis de los políticos, pues son fiel representación de la sociedad”.
Decía ya Platón, hace la friolera de veinticuatro siglos, que no era entendible que si para curar a tu hijo buscas al mejor médico, para curar a la patria te valga cualquiera.
La democracia bien entendida, en cuanto al ejercicio del poder, guarda una relación directa con la igualdad de oportunidades, pero la igualdad de oportunidades de salida, no de llegada. Hoy, tras siglos de progreso, disponemos para nuestros hijos de enseñanza obligatoria, con enormes facilidades para quienes, si demuestran interés, dedicación y preparación, puedan alcanzar, a través de los estudios correspondientes, aquella profesión que se propongan, ya sea universitaria o para el ejercicio de cualquier oficio especializado. Tal es así que la ley castiga a quienes ejerzan una profesión de responsabilidad sin el oportuno titulo habilitante para ello, salvo que te dediques a la política.
Si se trata pues de operar a nuestro hijo, siguiendo a Platón, nadie renunciaría a que fuera el mejor quien lo operara, convirtiéndose en una extravagancia el que en su lugar pidiéramos que hubiera una votación en la que concurriera todo el personal del hospital, ya sean administrativos, celadores, enfermeras, choferes de ambulancias etc, sin titulación alguna habilitante, para ver quien resultaba elegido de entre todos ellos para llevar a cabo la operación, si el más simpático, el más mentiroso, o el más demagogo, algo a lo que ninguno estaríamos dispuestos a consentir por el riesgo absoluto de muerte al que someteríamos a nuestro hijo. Siguiendo en la linea de Platón, ¿porque lo hacemos para elegir nuestros diputados, o a nuestros concejales, cuando sabemos que la inmensa mayoría no tienen preparación alguna para asumir las tareas que se les encomienda, ni para nombrar presidente, ni alcalde, personajes que acaban decidiendo todo sin la menor idea de casi nada, aunque siempre con la demagogia de que ya tienen asesores suficientes, lo cual es otra solemne tontería, ya que en general suelen ser cargos nombrados, no por sus conocimientos (generalmente muy escasos), sino por sus fidelidades, o funcionarios que de lo que ocurre en la calle o en la empresa no saben absolutamente nada?.
Yo no quiero políticos que sean fiel reflejo de la calle, que no sepan casi nada de casi todo, que actúen movidos por intereses partidistas, que estén asesorados por quienes han sido designados para que les rían las gracias. No quiero un gobierno en el que los ministros no lo sean por sus conocimientos en la materia, sino por sus escalafones en el partido, por favores prestados, porque recaudan más, o porque son de la cuerda de quien les nombra. No quiero una Bibiana Aido, la “miembra”, ministra de “Igual da”, que no trabajó en su vida más que unos meses en prácticas, en un par de entidades bancarias, que contaba como máxima virtud la de haber sido nombrada a dedo como directora de la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, que a propuesta de otro figura (Zapatero), fue obsequiada con la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, sin que nadie hasta ahora haya averiguado el motivo y causando el que otros distinguidos anteriores devolviesen la medalla en cuestión, pasando finalmente a ocupar un puesto excelentemente remunerado como asesora especial en la ONU, sin que tampoco sepamos sobre que asesora, siguiendo esa especie de deporte que tanto practican nuestros partidos, de recompensar a los cesados generosamente a costa del bolsillo de todos, con altos puestos en el exterior, dando ejemplo de los cerebros con que contamos en España, aunque se trate de una analfabeta funcional que tenga la misión de “resolver”, en el campo encomendado, los problemas que afectan a todos los españoles, desde la más absoluta ignorancia o inexperiencia, o estar representado en el mundo por un presidente que no hable inglés (imprescindible para cualquier cosa hoy en día), que no se entienda directamente con ninguno de los principales dirigentes mundiales, como nos ha ocurrido, y si no lo remediamos nos seguirá ocurriendo, con todos los presidentes de nuestra mediocre democracia, sean de uno o de otro partido.
Quiero, y tenemos derecho, a los mejores, a personas preparadas para el cargo, como lo está nuestro rey actual para el suyo, a los mejores politólogos, ingenieros, economistas, arquitectos, médicos, abogados, etc. con amplia experiencia en el campo empresarial, en relaciones internacionales, a personas de reconocido prestigio, ni a vividores de la política, ni a destacados ignorantes, ni a vivos demagogos, y quiero escogerlos directamente (hoy la tecnología lo permite sin mayores dificultades) sin intervención de unos partidos convertidos en auténticas mafias donde impera la dictadura, el clientelismo, el egoismo, el navajeo y en general la ignorancia en grado sumo.
La democracia es el gobierno del pueblo para el pueblo, por eso votamos todos, pero para que sea efectiva no se nos puede negar la posibilidad de hacerlo por quienes consideremos los mejores, no los que las mafias al uso nos imponen en unas listas cerradas y blindadas en los que para encontrar a alguien medianamente válido hay que hacer juegos malabares, y para ello encontrándolo casi siempre en los últimos lugares de las listas, en aquellos lugares en los que es imposible obtener representación y en los que solo figuran para prestigiar, si cabe, esas indignantes listas.
La práctica totalidad de mi vida profesional la he dedicado al urbanismo, y ello desde mi condición de licenciado en derecho, de arquitecto técnico, de agente de la propiedad inmobiliaria, de promotor inmobiliario, de haber trabajado en la empresa pública y en la privada, de haber dirigido la ejecución material de mas de doscientos edificios y haber colaborado en más de media docena de planes urbanísticos. Al poco de editarse el libro de mi autoría “Planeamiento y gestión urbanística. Su necesaria transformación radical en objetivos y actitudes. Los Planes Generales de Ordenación Municipal, como instrumento para la reactivación de las ciudades”, una dura crítica al nefasto urbanismo que se practica en gran parte de nuestras ciudades, con documentados ejemplos de la ciudad que más conozco (Vigo), una de las ciudades españolas en la que desde hace ya más de medio siglo existe un desconocimiento prácticamente absoluto por parte de todas las corporaciones municipales que son y han sido sobre el particular, varios lectores me comunicaron su enorme preocupación por conocer en manos de quienes estamos en cuanto al devenir de ciudades como la citada y el irresponsable poder que acumulan sus dirigentes.
Hoy, sus preocupaciones vuelven a manifestarse en su más absoluta notoriedad.
Vigo, en 2008, tras ocho años de absurda y dilatada tramitación, disponía de un Plan a punto de ser aprobado que no se diferenciaba en gran manera de todos los anteriores, sin objetivos determinados, sin criterios urbanísticos claros, sin ofrecer un modelo de ciudad ajustado, ni a sus necesidades, ni a sus posibilidades, pero al menos equilibrado en cuanto a cargas y beneficios, con un criterio de aceptación generalizado entre los profesionales del sector, lo que lo hacía medianamente viable. Llegó a la alcaldía el actual alcalde, el mayor demagogo de la historia de la ciudad, Abel Caballero, quien en aras de su principal “virtud”, acabó aprobando un Plan absolutamente desequilibrado, en el que introdujo la demagogia decisión de convertir el residencial en cerca de un 50% de vivienda protegida, una tipología ya entonces obsoleta y abandonada en los principales países europeos, donde se financia a la persona para la modalidad de alquiler, no a una determinada modalidad de vivienda en venta, generalmente además de peor calidad, con lo que hacía, por desequilibrio urbanístico, absolutamente inservible un Plan que, como mencioné sucesivas veces en estos últimos años, no traería la construcción ni de una sola vivienda colectiva en la ciudad, amen de contener un considerable número de ilegalidades, una predicción cumplida a rajatabla.
Como sucedió con Capone en su día, que no cayó por sus principales crímenes, sino por cuestiones de impuestos, el Plan vigués no ha sido anulado por sus principales defectos urbanísticos, pues la judicatura en esta materia suele dejar bastante que desear y comprender muy poco el alcance real del urbanismo, argumentando que las modificaciones introducidas no necesitaban nueva exposición pública por no ser determinantes (las consecuencias en forma de paralización de la ciudad no parecen importar demasiado), sino por lo que pudiéramos considerar un defecto menor, como es la carencia de evaluación de impacto ambiental, un largo trámite que el “supremo hacedor” de la ciudad, optó por eludir con la colaboración de su actual concejala de urbanismo, entonces conselleira de ordenación del territorio, en la Xunta, a los efectos de anotarse el demagógico tanto de aprobar cuanto antes el Plan, y con ello ser subido a los altares de la ignorancia más absoluta por parte del paisanaje, a quienes ha estado engañando miserablemente a lo largo de estos años.
Hoy Vigo carece de Plan al haber sido anulado en su totalidad por el Tribunal Supremo, con todas las perdidas de inversiones que ellos supone, por evidente e incuestionable culpa de Abel Caballero, un personaje que, siguiendo sus sempiternas tretas, se dedica, como en todo lo demás, a echar las culpas de todo lo que ocurra a la Xunta, a su presidente, al partido de la oposición y en general a los constantes intereses inconfesables de todo el mundo mundial contra la ciudad de Vigo (al crédulo localismo rampante le encanta el victimismo, el enfrentamiento con todo y con todos en aras de la defensa de la ciudad y olé, la cantera de votos del personaje en cuestión).
Es cierto que el defecto del Plan no debería comportar su absoluta anulación, pues es fácilmente subsanable, pero hoy la judicatura, harta de tantas tretas, falsedades y subterfugios de gran parte de los políticos que dicen representarnos, acaba por interpretar la ley al pie de la letra, sin entrar demasiado en los verdaderos planteamientos urbanísticos, haciendo del urbanismo legal el principal protagonista de la materia, cuando en el urbanismo con mayusculas, la legalidad no es más que un aditamento, necesario por supuesto, pero para nada la principal materia.
De todas formas, lo más grave de todo este asunto es que Vigo sigue en la inopia más absoluta en cuanto a una materia que ha sido, sigue siendo, y lo seguirá, la principal enemiga de una ciudad en manos de la más absoluta ignorancia en sus gobernantes, dispuestos, en el colmo de la negligencia, a basarse de nuevo a la hora de confeccionar un nuevo Plan en el recientemente anulado, el peor documento con que Vigo ha contado, por lo que si nadie lo remedia, que nadie lo hará (arquitectos y empresarios haciéndole vergonzosa y ciegamente la ola), la ciudad pasará al menos una nueva década de inactividad urbanística, aunque sus ciudadanos sigan alabando sin cesar al cacique en cuestión, celebrando sus urbanísticas andanzas pueblerinas (aceras, setos en forma de dinosaurios, rotondas de lo más hortera, con barcos incluidos, etc.) como el logro máximo del urbanismo vigués, al tiempo que castiga a todo inversor que no se someta a sus ocurrencias, o que tema que le pueda hacer sombra si consigue algún éxito, aunque de ello se aproveche la ciudad, con en el caso de Carlos Mouriño, el empresario presidente del Celta que levantó al equipo en todos los aspectos, tras una gestión impecable (léase su anunciada dimisión, cansado de esperar por su prometida ciudad deportiva).
De nada vale predicar en el desierto y pregonar a los cuatro vientos que un Plan no es ni más ni menos que un proyecto de ciudad, un documento en el que plasmar las intenciones y los planes de crecimiento ordenado, sus infraestructuras, sus dotaciones, sus posibilidades de competitividad, de convivencia, de conseguir que sus ciudadanos sean más felices, más cultos, más avanzados, donde se desarrollen con mayores facilidades sus proyectos, su riqueza, sus gestiones, su preparación, y todo ello en base a potenciar sus posibilidades, que en el caso de Vigo son enormes, aun cuando llevemos años sin desarrollar ni una sola y perdiendo poco a poco todo aquello que hizo de Vigo la mayor ciudad de Galicia.
Sin un debate previo de fondo, sin un plan estratégico en el que participemos todos, no hay objetivos, y sin objetivos, todo Plan es una falacia, sin modelo, la más absoluta anarquía, un reparto arbitrario de edificabilidades, el colmo del clientelismo.
Lo grave, lo verdaderamente grave, es que lo que pasa con el urbanismo pasa con el resto de las disciplinas a considerar. Nadie en la ciudad sabe hacia donde caminamos, que se pretende, ni urbanísticamente, ni culturalmente, ni socialmente, nadie conoce el modelo de ciudad que se pretende, porque nadie de quienes componen la corporación viguesa, no solo no lo sabe, sino que ni siquiera se lo ha planteado.
Abel Caballero es un economista que no ha trabajado nunca ni en la empresa privada ni en la publica, salvo en la universidad, en la que se ha dedicado a desasnar en materia económica a los chavalitos que acababan el bachillerato, envaneciéndose en la forma que esta sociedad superficial envanece a los “catedráticos” por el mero hecho de serlo, aunque no tengan la menor experiencia en nada práctico, ni conocimiento alguno en la multitud de materias cuyas decisiones se arrogan, aunque se rodeen de supuestos colaboradores a quienes únicamente piden sumisión, sin conocimientos sobre lo que supuestamente han de asesorar, sin voluntad propia, ni preocupación alguna real por hacer mejor a su ciudad.
Hoy el urbanismo vigués es un “Prestige” herido de muerte, sin rumbo fijo, sin carga, sin patrón, en un imposible “nunca mais”, escupiendo chapapote por todas parte, la crónica de una muerte anunciada, aunque como en el Titanic, con sus músicos tocando en cubierta, el canto de sirena de quien irremediablemente les lleva a las piedras culpando al mar, al viento, al sol, a la noche, a Neptuno, o al lucero del alba, el intocable que ha pastoreado a la prensa local (este artículo jamás sería autorizado en Vigo por periódico alguno), acabado con las instituciones de más solvencia de la ciudad y apesebrado al resto.
Esta no es la democracia que anhelábamos hace cuarenta años, una democracia en la que los ciudadanos pudiéramos elegir a gobernantes capaces, limpios, que no nos engañasen, que nos hiciesen más ciudadanos, más cultos, más preparados, más inteligentes. Hoy a la política, en general, llega lo mas mediocre o lo más canalla de la ciudadanía, los más sumisos o los más dictadores, gente sin la menor preparación, vanidosos que se creen dioses, por eso cuando oigo eso de que no hay que quejarse, ya que los políticos son fiel reflejo de la sociedad, me pongo en los cuernos de la luna, ya que yo no quiero, como Platon, que a mi pais, a mi ciudad, la operen los más mediocres, el reflejo de la sociedad, de una sociedad que idolatra y enriquece a un pendón como Belén Esteban propiciando que nuestros mejores científicos tengan que huir a investigar a otros países más serios, sino los mejores, los más preparados, los más nobles, los más honrados y los que atesoren mayores conocimientos, la flor y nata de la sociedad, los que más han puesto de si mismos, en su preparación, los que más se han sacrificado para hacernos mejores a todos.
Todos tenemos derecho a dedicarnos a la política, pero si antes nos preparamos exhaustivamente para ello, como a ejercer la medicina, la ingeniería o la fontanería, como todos tenemos derecho a votar, aunque antes deberíamos informarnos más en profundidad, más seriamente, sin dejarnos engañar tan fácilmente, descubriendo y desmantelando a los impostores, a los mentirosos, a los demagogos que nos llevan al huerto, pues también de nuestro voto depende un mejor futuro.
No hay mayor corrupción en democracia que la de quien arruina la pureza de las instituciones, engaña a los ciudadanos y se vale de ello para sus propios fines y ambiciones. La corrupción no solo consiste en cuestiones de dinero, considerarlo así y consentir lo fundamental, es otra simpleza más de un pueblo que sigue atado, y bien atado, a prácticas absolutamente ajenas al verdadero espíritu de la democracia.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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