Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

¿Analizar lo ocurrido?. Es lo que hay…

 

Quizá lo más evidente del proceso evolutivo en su largo caminar a lo largo de un dilatado proceso histórico de pequeños pasos de aclimatación a un mundo cambiante, que requiere una adaptación al medio, es el que cualquier nuevo escalón supone un hito de proporciones gigantescas en el proceso de evolución animal de las especies.
El animal, y el hombre (y la mujer) no dejan de serlo, pues incluso a veces la distinción no resulta especialmente clara, tienen como característica esencial el instinto, una carga genética ancestral de defensa de la especie, ya sea física o mental, a la que acudir a la hora de tomar decisiones, instinto cercano además al mundo de los sentimientos, de los deseos, las ambiciones, etc., algo distante, por ancestral, al mundo de la razón, un proceso este más reposado, más complejo, más desprendido de esa subjetividad que da lo primario, lo derivado del sentimiento.
Nuestra mayor formación reside en el campo del instinto corporal, de la defensa de lo físico, un mundo en el que somos capaces de poner todos nuestros sentidos al servicio de la supervivencia, algo que de forma no tan directa pero a veces mas peligrosa lo llevamos a cabo en la defensa de lo que creemos nuestro bienestar, y no digamos si incluso pretendemos imponerlo en los demás, un instinto que nos lleva a crearnos un mundo ajeno a cualquier realidad incomoda que, aunque no responda a la realidad, ni a la verdad, ni a la razón, haga que nos sintamos cómodos, llegándonos a creer todo aquello que nos hace sentir mejor, y en mayor medida si el engaño es colectivo, por parte del grueso de la sociedad y en situaciones de eufóricas exaltaciones, es el mundo de la religión, de gran parte de la política, e incluso de cierta cultura de masas.
Por el contrario, el mundo de la razón, de la realidad, o del conocimiento, requiere esfuerzo y no siempre nos conduce a la felicidad, ni a la certeza de nuestras conclusiones.
El ser humano se ha instalado invariablemente en un mundo cómodo, fabricado a la carta, acorde con sus sentimientos, con sus querencias, con lo que le da certeza, alejado de la duda y de la desprotección.
Un hombre es católico, conservador y madridista, como otro es ateo, revolucionario y bético, o cualquier otra combinación, no porque racionalmente lo haya decidido conscientemente, sino porque su trayectoria vital, familiar o social le ha llevado a ello, y cualquier resorte que reafirme tal postura tendrá muchísimo más éxito que cualquier reflexión racional o científica sobre cualquiera de sus posicionamientos.
Nadie se pasa del equipo de sus amores al rival porque alguien le haya convencido racionalmente de ello, pues en ultimo caso, de hacerlo, será la decepción o el odio (sentimientos) quienes le lleven a ello, pero no la razón. Con la religión ocurre tres cuartos de lo mismo, incluso corregido y aumentado, pues nadie, racionalmente, puede llegar al convencimiento que sus planteamientos provienen del raciocinio, del conocimiento, de la ciencia o de la investigación objetiva. Son materias, absolutamente subjetivas, en las que el sentimiento es el único protagonista, huyendo de cualquier confrontación ideológica sobre el particular, en aras de uno de las mayores engaños con que castigar a nuestro intelecto, la fe, eso que aquellos que nos manipulan nos venden como virtud.
Lo grave es que en política ocurra lo mismo, cuando ahí nos jugamos nuestro bienestar y el futuro de nuestros hijos, y ello no es un defecto exclusivamente nuestro, pues los flemáticos británicos acaban de ejercerlo, dejando en evidencia la irracionalidad de sus acciones, aunque tanto aquí como allí existe una constante en quienes manipulan al ciudadano en estos ambientes de exaltación de los sentimientos por encima de cualquier consideración racional. Hoy las campañas políticas, conscientes del poder de la visceralidad y de la sugestión en el ser humano, no se dirigen a la componente racional, ni con manejos de contenido intelectual, sino a través de las más elevadas exaltaciones de la irracionalidad, el sentimiento, la demagogia, el desprestigio, la mentira interesada y todo tipo de argucias que conduzcan a decisiones amparadas exclusivamente en el rechazo, o en la adhesión más superficial.
“Podemos” dice no entender el motivo por el cual ha perdido tantos votos y tras investigar sobre el particular, parece que sigue sin entenderlo, ya que su “investigación” carece de todo tipo de actitud racional, objetiva, e independiente.
En cualquier actividad de la vida, el avanzar supone partir de un análisis severo y objetivo de la realidad, de la puesta en duda de nuestros planteamientos, para desde ahí ofrecer soluciones racionales y efectivas, distintas a las que nos han llevado al fracaso.
Podemos nació a la arena política haciendo un análisis puramente emocional de la evidente situación de deterioro de la política española, en manos de dos partidos en descomposición, corruptos, con ideas agotadas y en permanente y absurda guerra de descalificaciones, que tenían al pueblo español, en general, hasta las narices de una vida política que prometió mucho más de lo que finalmente devino en convertirse, un análisis que por exaltación profunda de sentimientos heridos, caló profundamente en gran parte de la sociedad, sobre todo en aquella parte de la sociedad mas joven y desfavorecida. Se dijeron muchas de las cosas que el ciudadano pretendía escuchar, las que se comentan a diario en los bares donde el españolito medio suele arreglar el pais. Se hizo un análisis exclusivamente en negativo de la situación de partida, un análisis ni serio ni objetivo, pero muy acorde con el sentimiento de gran parte de la población, ávida de cambios en profundidad y de vivir otra España distinta a la que nos ofrecían los vetustos partidos tradicionales.
A ese análisis visceral de enaltecimiento de nuestros sentimientos negativos, ante una situación de crisis política en todos los campos, sin profundizar demasiado en las causas y actitudes que condujeron a la situación, era preciso una continuidad estableciendo alternativas serias, creíbles, razonables, contrastables y que pudieran cuadrar con una situación económica acorde con nuestras posibilidades, y ahí es donde el fracaso es absolutamente evidente, pues el análisis previo es imprescindible, pero la receta para curar al enfermo es fundamental.
Utilizando modelos como los de la Venezuela chavista, con mensajes de revolución bananera en plena Unión Europea, cambiando criterios continuamente, rectificando las cuentas y sin concretar ni cuadrar presupuesto alguno, ni en gastos, ni en ingresos, la cosa no cuadra. El asunto era como poner un Ferrari de formula 1 en el circuito de Monza, en manos de aficionados que desconocen incluso donde tiene las marchas, y todo ello con el carnet recién estrenado, lo que poco a poco empezó a meter un miedo enorme tanto a propios, que se habían ilusionado con un análisis coincidente con sus llamadas viscerales, como a extraños ya acongojados con la presencia podemita, quienes aprovecharon la evidencia para urdir un mensaje del miedo de forma harto efectivo, tan bien provistos de las propias actitudes que los dirigentes de Podemos les iban proporcionando, en una actitud archiconocidísima en política, cuando de desprestigiar a los extremos se trata.
Sra. Bescansa, el problema principal es que a ustedes, ni les cuadran las cuentas, ni tienen un programa de gobierno fiable, ni ejecutable, ni europeo, ni creíble, con independencia del miedo que pueda dar su inexperiencia, su visceralidad y su superficialidad, que también. No se engañen, aunque ellos les haga felices, les disculpe, o les justifique.
Si a eso le sumamos que hoy España depende de dos partidos viejos, corruptos, ya sin mensaje ilusionante, a lo que sumar la aparición de “Ciudadanos”, sin una sólida ni seria implantación de partido en las distintas provincias, que no ha sabido justificar su brujuleo en función del cumplimiento de un programa que parecía su norte, en una alianza absurda e inútil con uno de los partidos de la “casta” que nada le aportaba, instalados en la duda permanente, a lo que sumar la caduca y decimonónica oferta de partidos nacionalistas de cuño pseudomoderno, la oferta al españolito medio carecía ya de todo tipo de ilusión, abocándole finalmente a un “más de lo mismo” como mal menor (virgencita que me quede como estoy…). Si a ello le sumamos el desmedido afán de protagonismo y ambición sin límites de los líderes políticos, el análisis es muy sencillo, pues no requiere para nada de sesudas elucubraciones sociológicas pos electorales y menos de encuestas de esas que carga el diablo. España ha votado al malo conocido porque el otro conocido le parece peor y porque los buenos por conocer, o carecen de equipos solventes, o meten un miedo infernal.
El PP se siente el tuerto en el pais de los ciegos, el PSOE sigue sin ofrecer soluciones concretas a la gobernabilidad, Ciudadanos no acaba de centrarse y Podemos mete más miedo que Belén Esteban preparando un discurso de entrada en la Real Academia.
En España seguimos teniendo tres tipos de votantes: Los tradicionales (la mayoría), los superficiales y los analíticos (la minoría). Para los primeros la principal pregunta es ¿quien?, para los segundos ¿que? y para los terceros ¿como?.
Entre los tradicionales (¿quien?) algunos votan en función de las siglas del partido de sus entretelas, pase lo que pase (fanáticos), aunque la mayoría por rechazo profundo al partido al que consideran el enemigo (odiadores). Entre los superficiales (¿que?) votan a las propuestas que más les interesan, que más felices les hacen, sin parar a analizar para nada el que tales propuestas puedan o no ser factibles, es el mundo de la fe. Finalmente en los analíticos (¿como?), están los que analizan si las propuestas que le convienen al pais son o no factibles, convenientes, y ajustadas a la realidad, en función de estudiar los presupuestos que propone cada partido.
Mientras estos últimos no sean mayoría, y en España se siga votando más con el sentimiento que con la razón, lo cual, de momento, no tiene visos de ocurrir en bastantes décadas, la situación actual no deja de ser un claro reflejo de la propia sociedad. ¿De producirse algún día, será ello un nuevo paso, un hito de proporciones gigantescas en la evolución del ser humano?
De momento, es lo que hay.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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