Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

God save the Queen

 

Las noticias, en general, padecen de antropofagia sucesiva, de manera que la posterior suele matar a la anterior por muy trascendente que sea la primera sobre la más reciente. Hoy, según la regla, procede hablar sobre las elecciones españolas y sus consecuencias, pero he de confesar que me parece mucho mas trascendente, al menos conceptualmente, el asunto del brexit, ya que aunque nos afecta de alguna manera a todos, lo hace de forma trascendente en cuanto a planteamientos conceptuales decisivos.
La democracia, sin adjetivos, consiste en el gobierno del pueblo, un sistema que considera al pueblo como soberano, un sistema enormemente ingenuo si se acompaña de aquello tan manido y a la vez tan estúpido como que el pueblo siempre tiene razón. La democracia consiste en hacer lo que quiere la mayoría, pero eso nunca garantiza que esta tenga razón alguna, sino simplemente que quiere algo concreto por encima de otras opciones, aunque para llegar a ello anteponga los sentimientos, las querencias, fantasías, rencores, o cualquier otro sentimiento sobre la propia razón fruto de un completo estudio del elemento en cuestión.
En el asunto del brexit no ha fallado la consulta, pues eso precisamente es la máxima expresión de la democracia, pero si lo ha hecho algo que es inherente a la propia democracia y que desgraciadamente ha estado siempre reñida con el verdadero impostor del sistema, la partitocracia, la llamada democracia derivada o representativa, la que no ejerce el pueblo sino sus prendidos representantes, en cuanto estos no le dan al pueblo todos los argumentos necesarios para que este actué razonablemente en consecuencia.
El ser humano, aunque se autotitule racional, solo tiene una parte de raciocinio en función de la materia de que se trate y de las influencias externas o internas que le atañen ante la consulta, pues existen, en general, materias en las que antepone las entrañas, los sentimientos, las creencias y los deseos, por encima de cualquier otra consideración.
La pertenencia de la Gran Bretaña a la Unión Europea, no es un asunto sencillo, ni admite una decisión basada únicamente en planteamientos racionales, ni se entiende fácilmente desde nuestros propios intereses o consideraciones. Pocos pueblos tienen un sentido de autonomía, de tradiciones propias y de pertenencia a un grupo propio como los británicos. Hoy la Gran Bretaña ha cambiado mucho y su juventud poco tiene que ver con las glorias pasadas, pero aun queda mucha población que vive del orgullo de pertenecer a una gran nación absolutamente independiente, y que no quiere prescindir de unas raíces que les hizo convertirse en un gran imperio que dominó el mundo, que conquistó gran parte de la Tierra, que impulsó los mayores progresos, en la ciencia, la cultura, la industria, en la política, que fue la artífice junto a sus naturales aliados de la derrota de Hitler, liberando al mundo del fascismo, que impulsó el nacimiento de la nación americana, que colonizó la India, Australia y tantos otros países y que nunca quiso mezclarse.
Equivocadas o no, caducas o fuera de lugar, son ideas y planteamientos muy presentes en su población a la hora de decidir el seguir en una corporación que les resta protagonismo, autonomía e independencia, y que les obliga a admitir a foráneos que no desean, a importar costumbres que aborrecen, a financiar a quienes no creen merecedores, a compartir con ciudadanos ajenos a sus planteamientos y a convivir con quienes nada tienen que ver con su historia, ni con sus valores, y máxime cuando la reina, días antes de la consulta manifestó ignorar tres mínimas razones que les aconsejen seguir en Europa, una reina idolatrada como máxima representación del Imperio, e incluso de su propia iglesia.
El problema de la democracia es que no funciona sin una completa información, sin una evaluación responsable de sus consecuencias, sin un ejercicio ciudadano del deber de evaluar lo cuestionado objetivamente. La democracia es enormemente sensible a sus enemigos naturales, como son la demagogia, la desinformación, la mentira y la ilusión. El error de Cameron no ha sido el referéndum, sino el no haberse enfrentado eficientemente a los enemigos de la democracia. Los británicos se enfrentaban a la dicotomía de votar entre cuestiones puramente razonables, frías y distantes en sus querencias, con toda una batería de sentimientos y de razones entrañables que al final, como casi siempre, acabaron por inclinar la balanza, aunque con ello puedan haberse buscado la ruina y una revolución de alcance desconocido, algo parecido a lo ocurrido con nuestras elecciones, con un pueblo que vota mas con las entrañas y desde una ignorancia preocupante, que pensando en el futuro de sus hijos.
Entre otras consideraciones, el resultado ha propiciado que Escocia vuelva a plantearse la independencia, la negociación directa con Bruselas y la controversia de nuevo con Inglaterra, mientras que Irlanda piensa de nuevo en la unificación, pero esta vez con mayores argumentos al privar a los del norte de su pertenencia a la Unión Europea, algo que empieza a hacer pensar a los defensores del brexit que quizá se hayan equivocado, ahora que su decisión no tiene ya marcha atrás.
Cameron no se equivocó en el ejercicio de la democracia, aunque si lo hizo en no saber manejar el arma de la consulta popular. Aquí Felipe Gonzalez fue capaz de meternos en la OTAN, pero no se equivocó preguntándonos, pues supo exponer las razones de su cambio de postura, o al menos convencernos.
Desgraciadamente, en España aun no hemos entendido la democracia, ni la ejercemos en su plenitud, pues incluso personajes de primera linea en nuestros partidos tradicionales, como De Guindos (PP) o Pedro Sánchez (PSOE), han llegado a decir que el problema es la consulta popular, que eso era algo que debían decidir los partidos, ignorando su principal cometido en una sociedad democrática, ofrecer argumentos de peso al pueblo, para que este decida acertadamente.
El manejo de los sentimientos es a veces tan ajeno a la razón que las decisiones que comporta puedan llegar a ser totalmente absurdas. Aquí, y en el caso de Cataluña, paradójicamente un pueblo al que se le supone secularmente un acusado sentido, el famoso “seny”, se da un caso digno de estudio y a la vez indicativo de lo expuesto. En Cataluña, el Barça es “mes que un club”, es una seña de identidad, forma parte de lo mas profundo del sentimiento catalán. En el Camp Nou, las banderas del Barça y las independentistas responden a un sentimiento de identidad propio, a una aspiración secular de autoafirmación, al tiempo que la incompatibilidad entre ambas les crea un problema existencial de primer orden, que se niegan a ver y reconocer en su profundidad. El hipotético día que, tras un referéndum, consigan la independencia, ese mismo día, se acabó el Barça, pues el Barça sin España no es absolutamente nada, ni en fútbol, ni en baloncesto, ni en ninguna de sus manifestaciones deportivas. Sus ídolos firmarían ese mismo día por cualquier otro club, incluyendo al eterno enemigo, el Real Madrid, la entidad caería en la mas absoluta ruina y el templo del barcelonismo tendría que ser derruido, por lo que la lógica, la razón y el sentido común, aconsejan que en el Camp Nou, junto con las banderas del Barça ondeen a perpetuidad las españolas, desterrando por entero a cualquier señera con estrellita que a alguien se le ocurriera ondear, por antibarcelonista. Aun así, millares de barcelonistas firmaran la independencia, para acto seguido flagelarse por la perdida de su equipo del alma, creyendo firmemente, no obstante, que nada era cierto, que algo pasaría que evitase la muerte de su equipo del alma.
El ser humano es en su mayor parte sentimiento, positivo o negativo, pero sentimiento, y en una pequeña parte y para asuntos de menor entidad, con ciertas inclinaciones a la razón, una mezcla que conviene saber manejar y que de no hacerlo, el ejercicio de la democracia puede llevarnos a los más inesperados contrasentidos.
Hoy una importante mayoría de ingleses piensan que pueden haberse equivocado, pero en su interior hay un sentimiento de haber salvado las “virtudes patrias”, el que lo económico acabará arreglándose, pero que por fin van a volver a ser soberanos de sus fronteras y a decidir con quienes conviven, con quienes comparten y con quienes se entienden, sin imposiciones exteriores, aunque para ello hayan de pasarlas canutas una temporada. A falta de mejores argumentos, ha sido su elección.
God save the Queen.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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