Desde el Exilio

Miguel Font Rosell

No encaja

 

 

Una vez más, un movimiento interno de la corteza terrestre ha llevado la desgracia a miles de familias ubicadas en una zona de riesgo, concretamente, esta vez, en Ecuador.

La causa del terremoto se debió a un nuevo choque entre el límite de la placa Nazca (oceánica), situada en el Pacifico y la Sudamericana (continental), de manera que la placa Nazca al deslizarse por debajo de la Sudamericana, levanta a esta elevando la cordillera y provocando con ello el movimiento telúrico que ocasiona el terremoto. Los bordes entre ambas placas se localizan aproximadamente a lo largo de toda la costa sudamericana del Pacifico, situándose, en este caso el Hipocentro a una profundidad de 19,2 Km. de la superficie, en el manto bajo la placa oceánica, y el epicentro a una distancia de 28 Km de la costa ecuatoriana. El choque produjo una onda sísmica de intensidad 7,8 en la escala de Richter, produciendo posteriormente numerosas réplicas debidas al asentamiento posterior entre ambas placas.

Se trata pues de un fenómeno conocido y propio de los choques entre placas en los extremos de las mismas, extremos por otra parte perfectamente localizados y en los que el riesgo de este tipo de accidentes alcanza a todas aquellas poblaciones más o menos cercanas y en función de la intensidad, de manera que se estima que existen normalmente al año unos 16 terremotos de intensidad superior a 7 en el mundo, con consecuencias de pérdidas humanas más o menos graves según se asienten poblaciones en sus límites. Hay que recordar aquí la amenaza latente, tantas veces profetizada, de la falla de California, con las ciudades existentes en la zona, así como su densidad poblacional.

Como suele ser habitual, las pérdidas han sido enormes, mientras el número de víctimas, desaparecidos y heridos sigue creciendo, de manera que a la imposible recuperación de los seres humanos fallecidos, habrá que contar con los heridos de gravedad que no van a recuperar una vida normal, los daños anímicos, y los cuantiosos materiales, por lo que la ayuda en estos momentos es fundamental, tanto personal como material, a fin de tratar de paliar las consecuencias. En este sentido varias organizaciones internacionales de ayuda han abierto ya cuentas al efecto, pudiendo encontrarlas en Internet entrando en “terremoto en ecuador”, donde Cruz Roja, Médicos sin Fronteras, Save the children y Plan Internacional, se posicionan en busca de ayuda, lo que también han ofrecido muchos países de forma oficial, España entre ellos, a la llamada del presidente Correa, de vuelta de su gira internacional, curiosamente del Vaticano (el Papa, con un presupuesto de ingresos anuales de mas de 300.000 millones de dólares, ofrece oraciones), indicando que son muchos millones de dólares los que van a necesitar para levantarse de nuevo.

Ojeando el periódico local, la crónica desde Ecuador la lleva a cabo un misionero, quien tras describir el panorama dantesco de la catástrofe, acaba pidiéndonos que recemos por el pueblo, y aquí vuelve a plantearse el gran dilema, la inmensa contradicción y el mayor sinsentido de las religiones en general, y de algunas más que otras, en particular.

Si Correa me pide dinero para ayudar a paliar algo que se construye con dinero, lo puedo entender perfectamente, como si Cruz Roja o Médicos sin Fronteras me pide ayuda para enviar médicos, enfermeras, medicamentos y todo tipo de material sanitario para curar, u otro tipo de Organizaciones no gubernamentales que acompañan a los huérfanos, personas solas, desvalidos, etc., a darles consuelo, pero que una organización que dice tener un líder todopoderoso e infinitamente bueno al que llama Dios, que no ha hecho absolutamente nada por detener la catástrofe, al parecer pudiendo hacerlo ya que todo lo puede y desde su extrema bondad vela por todos nosotros, me parece no solo ofensivo, sino muy poco decente, y más cuando sus seguidores ofrecen oración como ayuda, es decir, la petición a su Dios para que tome parte de alguna manera (perdona a tu pueblo señor), ¿para que reconsidere su postura? ¿de que tiene que hacerse perdonar el pueblo ecuatoriano?. En realidad, ¿para que?, si nadie se atreve a disculparle con argumento racional alguno, cuando cualquier mortal con un mínimo de decencia, en caso de otorgársele plenos poderes y por tanto estuviese en su mano, hubiera evitado la catástrofe.

Cuando la humanidad ha ido inventándose dioses, la tentación ante el absoluto desconocimiento sobre el particular, siempre fue la de vestir a tales dioses con distintas atribuciones, virtudes o características especificas.

A lo largo de los siglos, la mayor parte de las religiones siempre partían de un dios todopoderoso (por definición), que generalmente era una especie de dictador vigilante, mal humorado, vengativo, justiciero, cruel, al que había que rendir pleitesía, etc., es la imagen, entre otras, del dios del Antiguo Testamento, un dios que se encargaba de enviar él mismo las catástrofes a la raza humana, generalmente por su mal comportamiento, por no adorarle, por desobedecerle o por entregarse al vicio y la maldad (Sodoma y Gomorra es un claro ejemplo). Era una burrada, pero tenía su sentido, pues un dios, lo único que por definición ha de ser, es todopoderoso.

El problema surge cuando a las características propias de ese dios, se le quieren añadir otras más amables como la de “infinitamente bueno”, pues a partir de ahí, ya nada encaja. No se puede ser infinitamente bueno y todopoderoso y consentir todas las maldades, catástrofes y barbaridades de este mundo, no encaja.

Aun así, los muñidores de ese extraño dios han tratado de justificarlo en relación a las maldades producidas por el hombre, alegando el que ese dios concede libertad a los hombres para su acción y reacción, algo que premiará o castigará en un supuesto más allá, compensando resultados, pero siendo incapaces de justificar las catástrofes no causadas por el hombre, o que no tengan su origen en su proceder, como pueden ser las llamadas catástrofes naturales, salvo con tonterías como que los designios de dios son inescrutables.

En general, los agnósticos no creemos en ningún dios, pues no existe ni ha existido históricamente la menor evidencia de la presencia alguna de tal personaje, sin cerrarnos a nada que pueda resultar plausible, pero lo que es evidente es que de existir dios alguno, no encaja con la más solemne de las contradicciones, la de un dios todopoderoso e inmensamente bueno, que consiente las mayores burradas y al que hay que rezar para que, corrija en lo posible, se apiade de los mas desfavorecidos y todo ello solicitado desde la bondad de sus seguidores, de la que él no ha hecho gala.

No encaja, como tampoco encaja la irracionalidad de la fe ante evidencias tan determinantes para un cerebro medianamente pensante.

No, no encaja.

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Miguel Font Rosell

Licenciado en derecho, arquitecto técnico, marino mercante, agente de la propiedad inmobiliaria.

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