Miguel Pato y Ana Avellano (PD)-. Un libro “gamberrete e insolente” que nace con premeditación. Fruto de la lectura del libro de Tobias Wolff Vieja Escuela en la que un chico encuentra un relato en el que explica quién es él. Los roba y lo firma con su nombre. Porque la historia que en él se narra es la suya y por sentir, de paso, qué se siente al ser el “autor” de un buen cuento.
Esta es la premisa de Mercedes Abad con su “Media docena de robos y un par de mentiras” (Ed. Alfaguara). La escritora nos plantea una curiosa reflexión.
“Todos nos nutrimos de lo que llamamos cultura. Ideas y obras anteriores que regurgitamos a nuestra manera”.
EN EL CAJÓN
En su libro ahonda en el oficio de escritor y entre las cosas que llaman la atención están la gran cantidad de ideas que se quedan en un cajón, privadas de salir a la luz. Así ocurre que se den casos como la próxima publicación de obra inédita de Cortázar que su viuda y un estudioso han encontrado en un viejo mueble.
Aquí se plantea otra duda. Si eso estaba en el cajón será porque el autor, tal vez, no lo consideraba digno de ser publicado.
“Los herederos, a veces, son unos seres desprovistos de escrúpulos. Por cobrar unos derechos de autor muchos podríamos perder el decoro y la decencia”.
Aunque gracias a esta práctica se dan casos muy positivos como la publicación póstuma de “El primer hombre” de Albert Camus.
“Su hija recuperó el manuscrito del coche en el que murió en un accidente de tráfico. Lo que es verdad es que esta es una frontera muy ambigua”.
TERAPIA ESCRITA
Mercedes Abad, que se confiesa escritora por accidente, dice que su oficio puede ser una terapia o una forma de desquitarse con la realidad.
“Hay quien dice que siempre se escribe contra alguien. Yo siempre escribo contra los pomposos”.
