El viejo partido socialista acaba de sufrir su transformación interna más profunda desde su fundación hace 138 años al adquirir su secretario general, Pedro Sánchez, un poder omnímodo disimulado bajo la promesa de que acatará las decisiones asamblearias de los militantes.
Como el PSOE actual tiene que competir con Podemos para dirigir la izquierda, las bases, siempre más radicales en las asambleas que las estructuras creadas para la reflexión, le exigirán a Sánchez más izquierdismo, y él, que necesariamente deberá ser más moderado, aplicará su voluntad porque la nueva estructura se lo permite.
Aunque el poder ahora teóricamente es de las bases—“el PSOE se ha convertido en el partido más democrático, participativo y paritario del país”, dijo este fin de semana—la decisión final es suya, sin la moderación de los dirigentes regionales como Susana Díaz.
Pedro Sánchez puede ya rechazar sin discusión la enseñanza en castellano en Cataluña, aprobar la catalanización de Baleares, traicionar…
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