Comenzamos a sufrir en Europa una horrible revolución religiosa, la de frágiles niños lanzados por sus imanes islamistas a asesinar masivamente suicidándose o dejando bombas en lugares abarrotados de gente.
En Alemania, que acogió en pocos meses un millón de refugiados musulmanes, un niño de doce años nacido allí pero de origen iraní y fanatizado por el DAESH, puso bombas en días diferentes en unos almacenes y en una feria navideña en Ludwigshafen, ciudad de 163.000 habitantes en Renania-Palatinado.
La policía alemana lo detuvo tras descubrir la primera bomba a finales de noviembre, pero lo dejó en libertad tan poco vigilada que atentó de nuevo en diciembre.
Muchos alemanes demócratas y nada racistas, aunque el islam no es una raza, se declaran ya islamófobos…
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