Si no quiere conocer el horror sufrido por diecinueve aldeanos sirios sacrificados por el Califato Islámico el 12 de septiembre, Fiesta del Cordero, no siga leyendo esta crónica ni vea en internet la grabación de esas muertes adaptadas a un abominable rito religioso.
Esta fiesta se inspira en la Biblia, que cuenta que Abraham, iba a sacrificar a su hijo Isaac para probar su obediencia a Dios, aunque para los musulmanes la víctima era otro hijo, Ismael. En el último momento Dios le ordenó sacrificar a un cordero, que debe ser degollado hasta que se desangre totalmente.
La conmemoración es una borrachera de sangre. Las leyes occidentales prohíben matar animales así, pero se tolera porque en casi todas las casas musulmanas o en sus grupos familiares se hacen esos sacrificios discretamente.
En numerosos países islámicos, se llenan plazas enteras de animales –camellos, vacas, caballos, corderos–, que se degüellan casi simultáneamente con grandes cimitarras hasta manar mares de sangre. Imagínese centenares de toros degollados a la vez en una plaza y desangrándose…
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