Esther Aguado, actual presidenta de una asociación aragonesa de exludópatas, Azajer, acaba de explicarle a la prensa cómo la destruyó su afición al bingo y a las tragaperras, por la que perdió un piso y le embargaron la casa donde vivía con su hija.

Todavía no habían nacido las asociaciones antidesahucios como la de Ada Colau, ni Podemos, que le exigen a la candidata socialista a presidir la Junta de Andalucía que expulse a los bancos que ejecutan las hipotecas concedidas.

Demanda que suena bien, pero no todos los desahucios son iguales: el caso más mediático reciente y que enterneció a casi toda España fue el de una ancianita que hipotecó su piso a demanda de su hijo.

Ella no quería salir de la casa, pese que al ayuntamiento le cedía hasta su muerte un piso social en otro lugar. Decenas de cámaras de televisión mostraron su dolor, pero nadie preguntó a dónde había ido el dinero: el hijo era. un vividor que tiró la casa en juego y clubs nocturnos…

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