Mónica Juanatey Fernández, treintañera de pelo dorado, gafas ovaladas, facciones redondas y dulces, parece una buena chica.

Pero es el monstruo que ahogó hace dos años a César, su hijo de nueve años, lo troceó, lo metió en una maleta con sus pequeñas propiedades, y lo abandonó en un monte en Mahón, Menorca.

Hace unos días, encontraron la maleta con sus restos, un estuche, un comic, varios cromos, rotuladores, algo de ropa…

Un asesinato para que su novio, al que conociera por internet y con el que se fue a vivir desde Galicia a la isla balear, no supiera que era su hijo, enviado por los abuelos, y al que obligó a que le llamara tía.

Le dijo al novio que en diez días su falso sobrino volvería a Galicia, pero como parece que los familiares quisieron que permaneciera con ella, lo asesinó.

No sabemos cuántas madres matan secretamente a sus hijos –milagrosamente unas iniciales permitieron descubrir a Mónica–, pero este año, y hasta el 1 de diciembre, se probaron once asesinatos de niños por sus madres.

Ocho asesinas eran españolas y tres extranjeras. En el mismo tiempo, los padres mataron a seis niños. Sólo dos padres eran españoles.

Frente a este ocho a dos –u once a seis–, el actual Gobierno ha intensificado la caza del hombre tras cualquier denuncia por malos tratos, aunque no se demuestren.

Hace unos meses, durante el semestre de presidencia española en la UE, la comisaria europea Viviane Reding rechazó la demanda de Zapatero de imponer en Europa lo que ella llamó la “estúpida chapuza” de sus leyes de género.

Reding aseguró además que en España se producen anualmente decenas de millares de denuncias falsas contra los hombres.

Ante los filicidios, el hembrismo gubernamental calla: estudia cómo culpar al hombre de incitar a las mujeres-monstruo a matar a sus hijos.