Hay que preguntarse si la actual ofensiva marroquí sobre Ceuta y Melilla obedece o no a que Mohamed VI vea a Don Juan Carlos algo mustio tras su operación de pulmón y si quiere emular a su padre, Hassan II, cuando ordenó la Marcha Verde sobre el Sahara al comprobar que Franco estaba gravísimamente enfermo.
Muchos analistas políticos creen que aprovecha la debilidad personal y política de Zapatero, pero sea cual sea la idea del monarca marroquí, lo cierto es que ante cualquier dificultad nacional o internacional los políticos españoles se vuelven realistas, es decir, prácticos: acuden al Rey buscando auxilio.
Ahora le piden ayuda para que Mohamed VI modere sus demandas sobre Ceuta y Melilla, que siempre existirán, preferibles viniendo de él que si proceden del creciente islamismo que jura reconquistar Al-Ándalus.
Y también quieren que proteja los toros, sometidos a una campaña escalonada de los antitaurinos de la lidia clásica, aunque apoyen algo grosero, no depurado por el arte, como los correbous.
Le piden que defienda a España en el mundo –salvó en numerosas ocasiones las buenas relaciones con bastantes países, incluyendo EE.UU.–, y hasta los empresarios españoles tienen en él su mejor representante.
El cronista cae en una depresión ideológica republicana cuando analiza a quienes podrían sustituir al Rey como presidentes de una III República.
Ninguno de los políticos españoles le merece confianza para un puesto que requiere mantener durante décadas y constantes el respeto y el aprecio internacionales.
Es necesario que el Rey tenga buena salud y, en el peor de los casos, confiar en su heredero: una de las enseñanzas sobre estrategia proselitista del Corán es la de cómo y cuándo destruir al infiel para repartirse el botín, algo bien conocido por la dinastía Alauí, de Mohamed VI, descendiente de Mahoma.