Quien haya conocido a Felipe González y Alfonso Guerra antes y durante sus mandatos gubernamentales sabe que detestaban a Pasqual Maragall y demás burgueses del PSC porque su objetivo era similar al de los nacionalistas: inventarse un país diferenciado de España pero con las ventajas de su mercado bajo control.

El nacionalismo catalán es más inteligente y persistente que el vasco, decía González antes de hacer extraños cambios como el de hace dos años en Irán cuando aprobó sin dar explicaciones la investigación atómica del fanático milenarista Mahmund Ahmadineyad.

González suponía que la base de origen obrero o inmigrante del PSC-PSOE sería capaz de atemperar a sus burgueses modelo Maragall, pero José Montilla resultó al revés: se integró en esa camada, tanto, que ha definido como “casposo” al Tribunal Constitucional por insistir en su sentencia en la unidad de España.

Cada clase social tiene sus latiguillos, y “casposo” es un adjetivo creado por quien cree poseer una superioridad intelectual y social para ridiculizar la vulgaridad de las clases bajas.

Montilla, un acomplejado inmigrante sin estudios, ha adoptado el pensamiento burgués seudoilustrado tan común en los catalanistas para presentar España como tierra de casposos.

Ahora, Felipe González en colaboración con Carme Chacón, otra catalana de familia inmigrante tan aspirante a burguesa como Montilla, ha escrito un artículo en el que denuncia a los secesionistas que amplifican las diferencias entre Cataluña y el resto de España, pero sobre todo al PP de Rajoy por rechazar que la misma España sea una nación de naciones.

Nación de naciones es una expresión maragalliana que despreciaban González y Guerra, que hace pocos años tenían igual concepto de la autonomía catalana que el de Rajoy.

No está nada claro por qué ha cambiado Felipe, igual que hizo con las bombas atómicas de Ahmadineyad.