Días atrás, cuando los sindicalistas del Metro madrileño preparaban la huelga salvaje que inmoviliza a 2,2 millones de viajeros cada día, Mariano Rajoy desvelaba en el Foro Europa parte de sus poco conocidos planes económicos.

Si el jefe del PP, supuesto partido de los capitalistas, esperaba que aparecieran los principales banqueros y empresarios, se llevó un chasco: como remarcaban el socialista El País y el zapaterista Público, sólo lo escucharon segundones, no los grandes que acuden cuando habla Zapatero.

Rodríguez Z. es postsocialista, pero protrege a los capitalistas. María Dolores de Cospedal, la número dos del Rajoy, quiere quitarle esa clientela y dice además que el PP es el partido de los trabajadores.

Afirma que si gobernara, los obreros tendrían más trabajo y menos paro. Perece creer que en ese caso los 7.500 empleados del Metro madrileño no harían una protesta salvaje como la actual.

Pero esta huelga política no la declararon los sindicatos contra el Gobierno que ordenó rebajar sus sueldos el cinco por ciento, sino contra la presidenta popular de Madrid, Esperanza Aguirre, que adoptó como propias las directrices de la reforma laboral zapaterista.

Aguirre debería estar satisfecha: tiene ante sí una ocasión histórica para plasmar su programa. Con el llamativo apoyo de la población madrileña, podría privatizar el Metro y despedir a los sindicalistas liberados y a sus seguidores. Como hizo Reagan con los controladores aéreos.

Veremos si emplea el liberalismo económico que profesa y echa, en principio, a los piqueteros más violentos, como le pide la mayoría de los madrileños en las redes sociales de internet y en los medios informativos.

Si lo hiciera habría ganado muchos votos de trabajadores privados, autónomos, pequeños y grandes empresarios, y banqueros.

Los ricos irían entonces a los actos de Rajoy…, o mejor, de Aguirre.