Aunque parezca extraño, que el Gobierno imponga llamarle “criaturas” a los bebés está directamente relacionado con que el juez Baltasar Garzón aparezca como un héroe si lo exculpan del delito de cohecho por pedir patrocinios, cuyos fondos recibió él indirectamente, para rechazar después sin inhibirse una denuncia contra su donante.
Ambos casos coinciden en que eliminan el valor moral de los hechos al aplicarles un sentido y definiciónes verbales y legales con significados diferentes.
Es lo que están haciendo los ministerios de Sanidad e Igualdad al cambiar en los documentos bebé, neonato o recién nacido, por “criatura”.
Una “criatura” es todo animal neonato, creación viva, humana o no. “Criatura” deshumaniza el bebé animalizándolo, lo que facilitará su manipulación física o síquica, o su eugenesia sin cargos de conciencia.
Algunos pueblos del lejano Oriente también deshumanizan a los niños cuyos padres los abandonan o matan: se les llama lo que traduciríamos como “larvas”.
En España, muy pronto hablaremos también de metamorfosis, como la del insecto de Kafka, ciclo de vida para justificar sin remordimientos la eutanasia de ancianos.
Son cambios de palabras que denunciaba el filósofo y filólogo Victor Klemperer cuando analizó en su “LTI: La lengua del Tercer Reich” (Ed. Minuscula) el neolenguaje creado por los nazis.
Ahora ya no juzgamos una conducta moral o inmoral, bondadosa o malvada. Hemos anulado los valores y sólo queremos saber si es legal o ilegal según la calificación jurídica impuesta por la corrección política dominante.
Sobre Garzón y si favoreció o no a un banco que lo había financiado indirectamente, daremos por buena la sentencia del Supremo, que sólo determinará su legalidad o ilegalidad.
Pero lo verdaderamente valioso es lo moral o inmoral, lo honorable o vergonzoso de su conducta como juez y como ser humano.