Baltasar Garzón sería un peligro para la democracia si sus admiradores consiguieran convertirlo en líder político, por ejemplo, presidente de una III República, como parecen pretender.
Más que un juez-estrella es un caudillo potencial modelo Chávez, cargo para el que cumple las condiciones básicas: populista, militarista, manipula las leyes, y no siempre se comporta honorablemente.
Nació como populista cuando empezaba a buscar la fama con el “Caso Nácora”, 1990: paralizó una redada esperando la televisión, lo que permitió huir a importantes narcotraficantes. Luego, instruyó mal el caso, que tuvieron enmendar otros jueces para condenar a Ouviña y demás criminales.
Amante del toreo y de la caza, practicó pinturero esas artes robándole sus orejas y trofeos a otros jueces, persiguiendo masivamente a dictadores y etarras, pero acertando pocas veces. Entre grandes fracasos, sólo Pinochet le dio gloria.
Inició su Causa General contra el Franquismo contraviniendo la amnistía de 1977. Lo hizo aún sabiendo que desde el inicio de la democracia se resarcía a las víctimas de la dictadura, de pedirlo.
Aunque Rodríguez Z. y sus aliados aparentaran no saberlo creando su innecesaria ley conocida como de la Memoria Histórica.
Es militarista: usa venalmente sus FF.AA., la Policía, para intimidar, y acosa o protege a quien le interesa según el beneficio político o fama que le proporcione. De poseer un ejército sería temible.
En el caso GAL escondió pruebas para emplearlas en una venganza personal contra otros políticos socialistas, como él, y en el Gürtel, espió ilegalmente a los abogados, lo que puede invalidar la causa.
Dudosa honorabilidad: obtiene dinero de posibles justiciables, como en el caso de las subvenciones que pidió a un banco que después, posible cohecho, rechazó investigar.
Con más poder sería un déspota clásico. Y aunque tiene voz de pito para las arengas, y un buen caudillo debe tronar, recordemos que Franco parecía un pollito asmático.