Usted trabaja duramente, sus gastos son moderados, paga para tener servicios bien administrados, mantiene una gestión austera y ahorra para sus poco llamativos placeres.
Tiene un vecino cuya familia rehuye el trabajo, vive del paro, está siempre de fiesta, y consume caviar como si todos sus miembros fueran multimillonarios.
Estos manirrotos están ahora a la puerta de la casa de usted, con las manos tendidas, mendigando, porque les han cancelado las tarjetas de crédito de las que vivían.
Es lo que está ocurriendo entre Alemania, señora seria y trabajadora, y Grecia, que gastaba muy por encima de sus posibilidades.
La señora duda. Ve cerca a otra vecina parecida al griego. Se llama España. También compra caviar con tarjetas de crédito, pero van cancelándoselas, le quedan pocas, y empieza a acercarse a ella, la ahorradora señora Alemania y a otros vecinos sensatos…
Aunque esta España, casada con el pinturero señor Rodríguez Z., está recortando gastos.
Para ello cierra empresas productivas y corta inversiones en educación, investigación, sanidad, mientras sigue subvencionando su improductivo estado macrocefálico, y estrangulando lo que crea riqueza.
Cuando alguien protesta, el señor Z. proclama que es solidario, que reparte la creciente pobreza entre los parados, y que dona más que Alemania a los pobres de todo el mundo. ¡Yo, SuperDomund laico, tachán!
En su casa siempre hay para caprichitos: sorbiendo presupuesto la jovencita Bibí Aído quiere montrar un ejército de profesoras de feminismo, otro de comisarias políticas de igualdad de género en toda empresa, y más cuerpos parasitarios que roban a los productivos.
Todo arruinándose, y van a crear un equipo de intérpretes simultáneos en el Senado entre los cinco idiomas del país, incluyendo el valenciano, donde todos saben el castellano.
La prudente alemana seguramente piensa que estos devoradores de caviar no se merecen ni un euro.