En estos tiempos en los que en España no queda una sola publicación de humor inteligente, en los que hacemos pomposos pronunciamientos parlamentarios en Compostela porque Rosa Díez dijo que Zapatero era como el peor de los tópicos sobre gallegos, viene bien evocar a un poeta del siglo pasado llamado Francisco Vighi.

Un lector que firma como “Infierno de Cobardes” le ha enviado al cronista un romance burlesco de Vighi, madrileño que vivió entre 1890 y 1962, que seguramente hoy estaría, como mínimo, en las dianas que pintan los nacionalistas en las paredes en cualquier lugar del país.

Lo único iconoclasta que misteriosamente no han censurado aún en España es el programa de la televisión vasca “Vaya Semanita”. Fuera de ello, ríase usted de cualquier patriotería estatal, regional, autonómica, local o vecinal, y aquí le montan a usted un Auto de Fe con tantos progresís como fachas prendiéndole fuego.

Así que, con buen criterio, el hijo de italiano Vighi define en su romance al madrileño de “tonto por dentro y por fuera”, al catalán de “más fenicio que de Grecia”, al vasco como Díez “hipócrita y ambicioso, insúltame con tu pobre lengua”, al gallego como este cronista y los reprobadores de Díez “llorón, y sin vértebras”, al aragonés, “que llamas a la bestialidad, franqueza”, y al balear “isleño cursi y rastacuero, balear ladrón”, con el inevitable antisemitismo de “hijo de chueta”.

Así va nombrando españoles de todas las regiones, como al andaluz, “¡culebra, culebra, culebra!”. Al leonés, atienda, Rodríguez Z., “rencoroso y zafio”.

No deja paisanaje en pie, pero su composición, en una España mucho más negra que la actual, fue tomada con mejor humor que ahora.

En este momento cualquier ironía sobre las patrias mayores y menores y sus esencias castizas son tomadas con ridícula solemnidad por estos españoles lúgubres que parecen haber salido del Entierro del Conde de Orgaz, como los describe Miguel Higueras.