Para unos es un héroe, para otros un ególatra, pero casi nadie encuentra un estereotipo en el que encajar la personalidad del superjuez Baltasar Garzón, que ha conseguido condenar a muchos terroristas y malhechores, pero que también ha cometido graves traspiés, tres de los cuales, finalmente, pueden acabar con su carrera.
El último de esos errores podría invalidar el caso Gürtel, su agitada persecución de la corrupción de algunos políticos del PP, para la que, presuntamente, usó malas artes cinegéticas si analizamos su trabajo como parte de su principal afición, la caza mayor.
Recordemos su primera gran batida, el caso Nécora contra el narcotráfico, en 1990: llegó a Vilagarcía (Pontevedra) con tal operativo de cazadores, policías, helicópteros y periodistas, que ahuyentó a casi toda la manada del narco Laureano Oubiña.
Luego, su mala puntería instructiva hizo que el Supremo liberara a este capo, aunque batidas posteriores de otros jueces lograron encarcelarlo nuevamente.
Abundan los casos así. Garzón actúa como cazador que dispara contra todo lo que se mueve menos al bar etarra El Faísán: caza menor.
Es el primero que sale de montería, gatillo compulsivo, muchas veces robándole los puestos a sus compañeros.
Ocasionalmente mata a o hiere fieras terribles, a algún Pinochet, lo que agradecen sus víctimas, pero demasiadas veces los animales salen indemnes.
Es un depredador que no mide su responsabilidad moral, y que se va de montería con ministros socialistas dedicados sólo a cazar contrincantes políticos.
Se presenta como el único tirador del coto español, pero no: hay otros jueces en sus puestos, eficaces, pero poco escandalosos.
Presentarse como única estrella es lo que provoca resquemores entre sus compañeros de Magistratura, a los que les sustrae sus mejores cornamentas.
Pero ellos, seguramente, las recuperarán ahora legalmente, tras inhabilitarlo.
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James Skinner acaba de publicar otro de sus análisis acerca de España. Se titula «Save the P.I.G.S.» , qué le vamos a hacer si los acrónimos en inglés de Portugal, Irlanda, Grecia y España definen al artiodáctilo del que nos gustan hasta sus andares.
