Varias televisiones entre la que se encuentra la supuestamente exquisita Cuatro se han dedicado a patrocinar estos días a uno de los seres más deplorables de los bajos fondos de este país,
Rafael Fernández, Rafita, que con 14 años era jefe de la banda que secuestró, violó, quemó viva tras comprar gasolina para hacerlo, atropelló y dejó agonizando a una pobre chica, Sandra Palo.
Está en libertad vigilada. Pasó solamente cuatro años en centros de menores. Fue detenido recientemente varias veces por diversos delitos y liberado enseguida. La última ocasión, la semana pasada.
Ahora parece un artista: los medios televisivos se pelean por convertirlo en estrella de sus programas social, ética y periodísticamente más exitosos y miserables.
El personaje, rodeado de cámaras, gente que lo maquilla y le dice cómo posar debe sentirse como una estrella de Hollywood. Y más aún si le pagan, como se sospecha que hacen.
Más de uno y de diez aspirantes al minuto de gloria televisiva tendrán un buen modelo. Violaciones, asesinatos, poco correccional, y la fama. Locutores corriendo tras la estrella, periodistas como María Antonia Iglesias afeando a los padres de las víctimas que exijan una ley más justa para castigar a estos criminales.
Rafita debería ingresar en la SGAE: si se abona por la imagen de los actores y la música de sus programas, él podría pedir sus derechos como astro.
Si el efecto multiplicador de la SGAE hace que una misma canción se abone al comprar el disco, en la emisora y en la peluquería donde la oyen, el Rafita también sería un actor de plurientretenimiento, como los que cobran de esa sociedad.
Pero con una salvedad: la recaudación debe ir a las víctimas, a las familias destrozadas por estos monstruos.