Thomas L. Friedman es el periodista-pensador más leído y traducido del mundo porque describe, analiza y sintetiza cada semana la actualidad estadounidense e internacional en 860 palabras magistrales, como hizo en pasado domingo para desvelar las razones del actual desfallecimiento de Barack Obama.
El título de su columna en el New York Times decía mucho de su capacidad de síntesis: “More (Steve) Jobs, Jobs, Jobs, Jobs”, que significa que EE.UU. necesita tener más Steve Jobs, el revolucionario creador de Apple; además, Steve crea Jobs, porque job significa trabajo.
Obama llegó al poder tras obtener fondos y movilizar al electorado usando internet, recuerda Friedman. Pero, ya en Washington, se apoyó solamente en las cámaras legislativas, dejando huérfanos a sus seguidores del ciberespacio.
Friedman sitúa en la prodigiosa figura de Steve Jobs la imagen de lo que debe reflejar el país, para que niños y jóvenes imiten su capacidad de innovar, de inventar.
EE.UU. fue, durante los siglos XIX y XX, el magma que absorbía invenciones, propias o de cualquier parte del mundo. Era el lugar al que iban y van creadores de toda nacionalidad, investigadores, científicos o ingenieros como Gaspar Payá, español que diseña una posible fuente energética revolucionaria sosteniéndose en Nueva York con trabajos eventuales: una aventura que sería imposible en España.
Porque EE.UU. representa el sueño universalista y, aún decayendo, es la meta de la creatividad mundial.
Con una ventaja inmensa sobre España, país con poca tradición inventora o innovadora: en EE.UU. toda investigación es en un solo idioma de importancia mundial, el inglés.
Mientras, los españoles se pelean por imponer en sus universidades las lenguas locales, las autonómicas: así nunca atraerán a nadie importante, y consiguen que huyan sus jóvenes más talentosos hacia el español y el inglés.
En España la Universidad, de universalidad, debería llamarse Localidad, de local: da magníficos guardias municipales.