Un importantísimo organismo británico de análisis político internacional, el Centre for European Reform, ha presentado un informe sobre el peso político de España según el cual este país no cuenta para nada ni para nadie importante en el mundo.

Charles Grant, el director del “think tank”, vinculado además al laborismo, señala que José Luís Rodríguez Z. es responsable del aislamiento: por envolverse en la política interior y presentarse casi como no alineado para satisfacer a su electorado más antioccidental y anticapitalista, lo que bloquea la diplomacia del país.

El cronista añadiría que su retraimiento podría deberse a una soberbia típicamente española, al complejo de inferioridad de verse incomunicado entre políticos europeos y estadounidenses que hablan inglés entre ellos, naturalmente, sin intermediarios.

Aunque dispone de traductores simultáneos, evita que en España lo vean con ellos por televisión en conversaciones con otros dirigentes: esclavo de la imagen, sólo aspira a que los españoles comprueben que está físicamente en las reuniones.

Por eso ha presionado para asistir a las cumbres del G-20, donde ha sido un convidado de piedra ajeno a cualquier negociación decisoria.

Obsérvese que desde que España es una democracia ningún dirigente estuvo tan excluido internacionalmente:

Suárez era un osado encantador que conquistaba a cualquiera con ayuda de excelentes intérpretes. Calvo Sotelo era políglota, Felipe González hablaba francés y compadreaba en otros idiomas a través de traductores y gracejo sevillano, y Aznar usó profusamente intérpretes, además de que durante sus mandatos estudió inglés hasta chapurrearlo con cabezona voluntad de opositor a Hacienda.

No saber otros idiomas no es dramático, pero Rodríguez Z. ha aislado a España por el acomplejado temor a que se le vea lo que percibe como inferioridad: seguramente por eso sólo se siente seguro entre los Chávez y los Cháves.