Un policía griego mata en Atenas a Alexis Grigoropoulos, de 15 años, durante unos violentísimos disturbios de supuestos antifascistas, y horas después en Madrid y Barcelona comandos similares atacan a policías españoles llamándoles “Asesinos”.

Presentándose como pacifistas, exudan fanatismo, alcohol, drogas y poca higiene. Casi todos llevan pañuelos palestinos. Son kamikazes deseando que algún policía asustado mate a uno de ellos para adelantar su revolución antiglobalizadora.

Pero son entusiastas globalizadores: forman una internacional de matones sin fronteras jaleada por medios informativos como televisiones morbosas y publicaciones gochistas tipo Público, eventualmente El País, o Le Monde Diplomatique, que sobrevive con las suscripciones de Chávez y otros caudillos.

Realmente, son bandas de hedonistas vagos que explotan a sus familias y a la sociedad, y cuyos innumerables “Cojo Manteca” adoptan cualquier descontento social para iniciar sus fiestas-disturbios.

Tuvieron su gran mártir el 20 de julio de 2001 en Génova, donde se celebraba una reunión del G-7: un ultra de un equipo de fútbol y supuesto revolucionario atacó con un extintor de incendios a un policía acorralado, y este le disparó.

En Madrid, en noviembre de 2007, un experimentado pendenciero de 16 años, excitado por su protagonismo entre supuestos antifascistas que iban a reventar una manifestación ultraderechista, vio en el metro a un tipo solo, adormilado y con pinta de facha, y fue a por él con su horda.

Y el tipo, un soldado profesional, sacó un machete y lo mató. El soldado está en prisión y el muerto es un mártir para algunos medios de comunicación, aún sabiendo que, tan jovencito, era un provocador violentísimo.

Para no aparecer hostiles a estos antifascistas falsos progresistas, pocos medios los definen como lo que son: herederos de las bandas de la porra anarquistas, de los camisas pardas nazis.

En algunas regiones son nacionalistas radicales –con fronteras, naturalmente–conocidos como teterellas, barrokas y maulets.