Ante el desempleo que alcanza ya a 2,6 millones de trabajadores los sindicatos CC.OO. y UGT no reaccionan, pero protestan contra la demolición de la cárcel madrileña de Carabanchel, se unen a Garzón buscando supuestos genocidas de la guerra civil, y expresan “profunda conmoción y tristeza” por la muerte del José María Cuevas, que había sido presidente de la CEOE, sindicato de patronos.

Ahora, los dirigentes de las dos grandes centrales obreras españolas alaban a su natural y principal enemigo, negando la lucha de clases que les dio razón a ser.

Los líderes sindicales ya no ordenan a sus afiliados hacer grandes huelgas ni salir a chocar con los patronos, ni estos mandan bandas de la porra para golpear obreros, como era frecuente durante las primeras décadas del siglo pasado.

La guerra civil española se produjo por el choque entre al agresivo poder de muchos patronos, por un lado, y la violenta respuesta anarquista o marxista de la lucha de clases, por el otro. O viceversa.

Amarillos o azules contra rojos, términos que iban desapareciendo, hasta que los revivió quien, recién electo, se autoproclamó rojo: Rodríguez Z. Olvidó que ese término y levantar el puño, como a veces hace, evoca ruptura social y un pasado aciago.

Pero, volviendo al fallecimiento de Cuevas este fin de semana, deberían sorprender las alabanzas de los sindicalistas hacia el enemigo, el superpatrono, cuyo estereotipo era un orondo capitalista, de sortijas y leontinas, fumando puros y maquinando cómo explotar más a los obreros.

Si los empresarios ya no son explotadores y no importa el escandaloso crecimiento del paro deberíamos preguntamos “quo vadis sindicatos”: quizás tienen ya poca razón de ser y por eso, subvencionados con nuestros impuestos, buscan motivos de protesta ajenos a los intereses laborales.