Sin quererlo, los primeros fascistas son los impulsores de leyes blandas con los delincuentes que despiertan el fascista que lleva dentro la enorme masa de ciudadanos que son sus víctimas.

El primer fascista es el buenismo que permite que los maleantes de todo origen social o étnico, ideología o creencia roben, hieran y humillen, y que cuando se les detiene los deja libres enseguida.

Los primeros fascistas italianos fueron Victor Manuel III y el democrático Jefe del Gobierno, Ivanoe Bonomi por no declarar el Estado de Asedio durante la Marcha sobre Roma de Mussolini.

Los primeros nazis de Alemania estaban en Weimar: el derechista Paul von Hindenburg, los torpes socialdemócratas, los agresivos comunistas. Sus despropósitos facilitaron que muchos ciudadanos confiaran en Hitler y lo apoyaran con mezcla de temor y alivio.

Los primeros fachas en la II República española no fueron solamente los falangistas, sino los gobiernos incapaces de detener a las bandas de pistoleros de izquierdas y derechas.

Gobiernos impotentes ante los anarquistas que pretendían implantar el comunismo libertario. Azaña y sus sucesores que, tras la masacre de Casas Viejas, no se atrevieron a controlar a quienes hostigaban a una derecha que tenía tras de sí a los falangistas, naturalmente, pero sobre todo a buena parte del Ejército. Así favorecieron la guerra civil, el fascismo y cuatro décadas de franquismo.

Fabrica fascistas quien, por corrección política, los alimenta: eso explica la creciente presencia pública en España de los neonazis de Democracia Nacional, a los que apoyan víctimas de la delincuencia en barrios marginales.

Un agredido, supuestamente demócrata e indulgente, el ventrílocuo José Luís Moreno, exige ahora “tolerancia cero con los inmigrantes ilegales y con los delincuentes”.

Definitivamente lo facha nace de unas leyes blandengues que estimulan la ira de los ciudadanos bajo opresión de criminales protegidos por el falso humanismo.

Antes del 9 de marzo los partidos políticos deben decirnos qué piensan hacer.