"La paz no es la ausencia de tensiones, sino la práctica de la justicia” (Gandhi). Es por tanto imprescindible no confundir no-violencia con pasividad ante la injusticia. La no-violencia es una forma de lucha que presupone el amor al enemigo y el respeto a la vida, pero nunca la cooperación, la indiferencia o el sometimiento al mal. La mayor forma de violencia es la injusticia y, en palabras de Gandhi, cuando no nos oponemos a ella, colaboramos: “la no cooperación con el mal, es un deber tan evidente como la cooperación con el bien”.
Nuestra existencia está sostenida por dos pilares: La revelación divina o la propia llamada y nuestra respuesta a la misma, que es la fe. Cada persona debe responder a su vocación. En palabras de Olegario González de Cardedal, “una vez que el hombre ha acogido esa llamada de Dios, interiorizándola y dándole respuesta, surge una compenetración con ella que engendra una experiencia totalizadora, iluminadora y transformadora de la vida, en la que Dios le aparece al hombre como más interior a sí que él mismo, como siendo su más profundo centro” (Cristianismo y mística, Editorial Trotta, Madrid 2015, 40). Si se acentúa el profetismo hasta el extremo llegamos a comprender a Dios como antagonista del ser humano, como un mero súbdito. Y si acentuamos la mística hasta el extremo llegamos a comprender a Dios como meramente inmanente, como un elemento, parte o forma del ser humano y a concebir la vida cristiana como unión, fusión e identificación de la criatura con el creador, con la consiguiente desaparición de ambos. “Profetismo y mística son hermanos gemelos, no adversarios naturales” (o. c., 41). En este sentido Bergson hace notar que una característica de los grandes místicos es su actividad y capacidad creadora, como podemos ver en Teresa de Jesús, mujer de oración, escritora y fundadora que tuvo una influencia máxima en la España del siglo XVI (Cf. H. Gouhier, Bergson et le Christ des Évangiles, París 1961).
De “mística” en el sentido moderno no se comenzó a hablar hasta el siglo XVII. Anteriormente se hablaba de espirituales o de contemplativos. En un texto del siglo V atribuido a Dionisio Aeropagita, el conocimiento místico no es una ciencia teórica ni un saber de conceptos o de hechos, sino que se trata de “una experiencia vivida” (Pseudionisio, De los nombres divinos,2,9). Es un don que Dios da a determinadas personas, que no se puede construir por uno mismo, ni reclamar. Este conocimiento, esta pasión, esta experiencia de Dios es lo que santa Teresa y san Juan de la Cruz llaman “teología mística”, es decir, cuando esta experiencia entronca “con la historia positiva de Dios que se inicia con Abraham, cuando se remite a la persona de Jesús, cuando nace y crece en la comunión eclesial, cuando vive abierta al amor a los demás y se siente responsable del mundo” (O. González de Cardedal, Cristianismo y mística, Ed. Trotta, Madrid 2015, 30).
Viernes, 27 de abril