Ricardo III en el Gulag, por J.C.Deus

ricardo_eines_2-jpg-w800-h600Hubo una vez un rey en Inglaterra, el último monarca de la Casa de York, cuya derrota y muerte en la batalla de Bosworth supuso el fin de los Plantagenet y el advenimiento de los Tudor. Ricardo III (1452-1485) fue convertido un siglo después por un dramaturgo llamado William Shakespeare en un ‘serial killer’ roído por la ambición y la desconfianza. Jorge Eines insiste en sus ficticios rasgos depravados para llevarnos hasta el Holocausto, buscando paralelismos a lazo. Impostura sobre impostura tal como impone cada época. Al descomunal texto de la tragedia original se suma una ambientación impresionante y un elenco actoral sobresaliente. ‘RIII (La tragedia de Ricardo Tercero)’ es una abrumadora propuesta merecedora de elogios. De sus excesos y defectos también hablaremos para completar el examen.

Sobre un personaje real, un siglo después el sensacionalista autor de éxito W.S. se inventó un monstruo, el paradigma del jabalí acosado que embiste al mundo en una interminable huida hacia adelante, un drama histórico en cinco actos, en prosa y en verso en el que el usurpador Ricardo, duque de Gloucester, escondiendo bajo benignas apariencias sus diabólicos planes, hace que su hermano el rey Eduardo IV sospeche del otro hermano, Jorge, duque de Clarence, y lo meta en prisión, ocasión que aprovecha el malvado duque para que sus sicarios le acuchillen y le hagan desaparecer en una cuba de malvasía. Así mismo convence a Lady Ana Neville de que se case con él a pesar de que confiesa haber matado a su esposo, Eduardo de Westminster. Posteriormente elimina a su otro hermano, el rey Eduardo IV. Convertido en protector del reino durante la minoría de edad de Eduardo V, su sobrino, conspira para usurpar el trono. Recluye al joven rey con su hermano en la Torre de Londres, y hace asesinar a los dos hijos varones del ya asesinado Eduardo IV. Con la ayuda del duque de Buckingham se hace proclamar rey. Elimina a los nobles de los que sospecha, Hastings, Rivers y Grey. Mata a Ana, mata a su madre. Y planea casarse con su sobrina, la tercera hija de Eduardo IV; en una escena parecida a la de la conquista de Ana, persuade a la viuda de Eduardo IV, la reina Isabel, a consentir en el matrimonio. Finalmente el duque de Buckingham se rebela ante la ingratitud de Ricardo pero es capturado y condenado a muerte. Por fin las tropas del usurpador combaten con las de los rebeldes en Bosworth (1485) y Ricardo, después de una noche atormentada por la espantosa visión de sus víctimas que se le aparecen es muerto en la batalla. Richmond asciende al trono con el nombre de Enrique VII.

ricardo_eines_4-jpg-1Hace siglos que este disparate genial no se representa íntegro y es costumbre reducir escenas y personajes para simplificar la trama. Eines ha realizado todos los cambios que le han convenido hasta el punto de que parecen dos los reyes eliminados por Ricardo debido a un cambio de orden en las primeras escenas, y no vemos a Enrique VII coronado al final. Ha conservado desde luego las mejores escenas, como aquella en que la vieja reina Margaret maldice a los demás personajes del drama. También el episodio de la muerte de los jóvenes hijos de Eduardo narrada por el asesino a sueldo conmovido de la infamia (aunque excesivamente lacrimógeno para tratarse de un profesional del crimen). Y por supuesto la famosa exclamación de Ricardo en vísperas de la batalla: «Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo».

Pero se nos hace saber antes de que la función comience, que vamos a presenciar ‘un Ricardo III articulado con el tercer Reich: La historia del hombre capaz de lo mejor y capaz de lo peor. Capaz de seguir a Hitler y capaz de seguir a Shakespeare’. Tal perspectiva nos preocupaba, pues no amamos las manipulaciones temáticas, pero la nueva ambientación se presenta de forma sutil y convincente, y para nada se entromete en el drama original. Otra cosa es el manido mensaje subliminal. Nos meten nazis hasta en la sopa, los malos oficiales del mundo mundial. Por eso recordamos un poco provocadoramente el Gulag en el título en vez del Lager. Largo y poblado es el relato de las iniquidades humanas.

Eines ha limitado a ocho los personajes, y ha sometido el texto a una reducción palpable. Aún así, la obra se le queda larga y pierde muchísimo en la última media hora. El director concibe la idea de que en los campos de exterminio nazis, los Lager, la historia de la Inglaterra renacentista parece repetirse; se gobiernan de forma absolutista, con despotismo, con el temor y la muerte como brazos ejecutores. Juzgamos el paralelismo cogido por los pelos. ‘RIII, articulada en el Tercer Reich, une la historia del ser humano capaz de lo mejor y de lo peor, capaz de Hitler y de Shakespeare‘. Como recurso estilístico, funciona; como tesis ideológica, falla. Y pone en riesgo toda la obra.

‘Se presenta por tanto un doble espacio escénico, dos mundos con dos lenguajes verbales y corporales, ambos testigos del sinsentido de la muerte y lo vacuo del poder despótico. La opción que tuvieron los encerrados en los campos de concentración esperando la muerte como única escapatoria tiene, en este caso, en el arte, una salida metafísica, pero también real’. Todo ello es confuso y la confusión estalla al final de la obra en un falso cierre que dejó en el estreno a los espectadores primero perplejos, y finalmente un tanto molestos.

ricardo_eines_1-jpg-1Ocurre a menudo que un exceso de pretensiones arruina un excelente trabajo, y la moraleja pro judía, con recitados del Talmud en hebreo y exaltación propagandista, sobraba de todo punto. Eines se considera judío ateo, sin ningún vínculo con la religión, pero afirma que hay una «moral» que tiene que ver con lo «judío», inserta en la Europa previa al desastre de la II Guerra Mundial, que incluye a figuras como Freud, Engels o Eistein. «En la Alemania nazi se murió gran parte de esa genialidad, pero sólo físicamente, porque espiritualmente llega hasta nuestros días. Soy una consecuencia de todo ello y mi obligación es dar un paso al frente en relación a mi condición de judío». Respetable toma de postura, pero errónea aplicación del compromiso en el arte.

Si la dejamos al margen, tenemos una deficiente adaptación magníficamente puesta en escena por un elenco de auténtico nivel internacional y un equipo técnico muy eficiente que consigue una ambientación extraordinaria. No es baladí tanto mérito. Teatro denso en escenario pequeño, mazazo que te pone a prueba. Plato de judías pintas en el mundo ‘light’ del espectáculo.

Eines destaca en la dirección de actores, como lo acaba de demostrar hace tan sólo una semana en su propuesta de Beckett en el Círculo de Bellas Artes. Dos personajes -el protagonista y su cuñada, la reina Isabel- son interpretados por actores con acento extranjero que dan a la obra un toque maestro: Martijn Kuiper es de origen holandés y lleva diez montajes con su propia compañía, Liberarte. Se eleva sobre el conjunto hasta desafiar a Laurence Olivier en su mítica interpretación del personaje. Al final, decae, como decae todo el conjunto, y las féminas comienzan a parecerse demasiado entre sí, y los gritos se generalizan. Junto a él, Agnes Kiraly personifica un sugerente exotismo basado en su origen húngaro.

Nos gustaría también destacar a Camen Valls en su segundo papel, el de rey Eduardo, a Danai Querol como príncipe de Gales y a Begoña Sánchez como lord Hastings. Es la hora de las mujeres haciendo papeles de hombre, como ya pasó el tiempo de los hombres haciendo de mujeres. El segundo duque de Buckingham, plañidero, es mucho peor que el primero, de boina y pipa sugerentes.

ricardo_eines_3-jpgTexto, ambientación y actores pesan más sin duda que las pegas que surgen en lo referente a versión, duración y mensaje. Un dramón shakesperiano sólo puede compararse a Esquilo o Sofocles, es la quintaesencia del teatro occidental. Se presta a todo, todo lo resiste, mientras se oigan esos versos, esos juicios, esas metáforas, esas descripciones, esos interminables párrafos de prístina elocuencia que a pesar del tiempo transcurrido, de las pérdidas en traducción y de los cambios culturales, son auténtico patrimonio común de los atribulados humanos.

Ricardo III no será uno de los mejores dramas de Shakespeare en el canon de los expertos, pero es una reflexión asombrosamente actual sobre el malvado arte de la simulación en sociedad, sobre el poder de la palabra para manipular al prójimo, sobre esos personajes más inteligentes que la media que usan su inteligencia no para aportar a la sociedad sino para aprovecharse de ella. El paradigma del éxito social hoy día. Ponga diseñadores y modistos donde hay pares ingleses, ponga cuchilladas modales -robo de ideas, pago abusivo, acuerdo incumplido, violación de la palabra dada- donde hay cuchilladas físicas, véase a este duque de Gloucester con i-pad e i-pod, y tendremos una metáfora de la insaciable e insensata ansia de poder que acosa a la gente y la hace desgraciada.

Para el que quiera consultar el texto íntegro de la obra.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Argumento, 6
Texto, 9
Dirección, 7
Interpretación, 8
Realización, 8
Producción, 8

TEATRO ESPAÑOL
SALA PEQUEÑA
RIII (La tragedia de Ricardo Tercero)
De William Shakespeare
Dramaturgia: Jorge Eines y Miguel Ribagorda
Dirección: Jorge Eines
Del 8 al 17 de abril

Intérpretes
Martijn Kuiper
Agnes Kiraly
Dani Méndez
Carmen Vals
Danai Querol
Begoña Sánchez
Guzmán López
Carlos Enri

Escenografía José Luís Raymond y Carlos Higinio Esteban
Iluminación Juan. G. Cornejo
Dirección técnica, diseño e imagen Joel Machbrit
Vestuario Marcela Álvarez y Martha Silva
Maquillaje y Peluquería Eva Blanco y Silvia Gil
Ayud. Dirección Miguel Ribagorda
Producción Fedinchi S.L.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

Lo más leído