Un rumor sobre el buen Falstaff, por J.C.Deus

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A la memoria de Orson Welles. Andrés Lima, con su Penumbra aún en cartel, se confirma como un gran director teatral con este Falstaff, resucitado de las campanadas a medianoche de hace medio siglo. Una adaptación acertada, una escenografía meritoria y un elenco actoral de primera clase. La obra es rotunda confirmación de los progresos de nuestro teatro en los últimos años, una producción de alto nivel internacional, un montaje excelente y un tributo a las musas teatrales.

Quizás el personaje más logrado de don William Shakespeare. Un sancho panza sin quijote, por una vez más realista que el realismo hispano; una visión mordaz y grosera de los textos de Shakespeare pasada por el tamiz del siglo de oro español y muy distante de la tradicional reverencia y pulcritud con la que le representa la dramaturgia inglesa.

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Welles demostró conocer bien la obra de Shakespeare y ser un gran adaptador, respetuoso y documentado. Pero al fantástico personaje que todos recordábamos había que subirlo a un escenario sin copiar ni desmerecer. Aquí es donde entra Lima, que frustrado por no poder encarnar al protagonista -menos mal que fue sensato- , se ha inventado un alter ego que distancia, actualiza y funciona. En un espacio vacío enfrenta un palacio y una taberna, y luego lo convierte en la madre de las batallas. Se apoya en un reparto capaz de desdoblarse en aristócratas y lumpen con toda naturalidad y con la mayor efectividad del mundo. Crea y mantiene una atmósfera mágica que se apoya en recursos sutiles, y en guiños verbales y situacionales de actualización y al mismo tiempo de distanciamiento que funcionan todos. Y resulta finalmente un ejercicio teatral deslumbrante, que divierte al público, fascina a los acomodaticios, convence a los exigentes, y se eleva a las alturas donde el teatro se hace imprescindible a la existencia cotidiana. Lima prosigue la estela de Welles y la prolonga hasta este 2011.

Ciertamente, el personaje de Falstaff trasciende el primigenio destino que le dió Shakespeare. Seduce como populista y demagoga versión del buen delincuente de poca monta, del sin techo de intelecto cultivado, del pasota bondadoso y de todo eso que nos place creer para no mirar la realidad de frente. Lima insiste con olfato en este mito reconfortante y el público agradece que su banda de golfos y zorras sea más ‘güena’ en el fondo que los estirados y crueles aristócratas. Qué gusto que las clases bajas superen a las altas. Qué gusto y qué mentira tan útil al sistema; tan útil casi como el invento de la socialdemocracia. Yo tengo un Falstaff en mi barrio que duerme en el umbral de un garito cerrado y escucha radio clásica con bastante compostura. Que no pide limosna y dialoga amablemente con las jubiladas que van a la compra. No le compadezco ni me subyuga. Debería presentárselo a Lima.

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Quien, para no caer en el almíbar, para compensar el artificio ideológico y todos sus trucos de cartón piedra, encarna a este presentador de nuestros días, Rumor, ‘maestro de ceremonias de esa gran mentira que es una obra de teatro’, mecanismo dramático que permite unir en una sola obra las dos partes de Enrique IV, y de paso incluir algunos fragmentos de Ricardo II y Enrique V, respectivamente precuela y secuela dentro de la saga histórica. ‘Hemos pretendido darle una buena sacudida a los materiales originales, aprovechando el trabajo de compresión que se debía hacer para convertir los largos diez actos en un solo espectáculo de no más de tres horas’, explica Marc Rosich. Tres horas que finalmente son tres horas y cuarto, que necesitan un intermedio disruptor y que conducen a una segunda parte que poco añade a la primera. Otra vez el ‘pero’ de la excesiva longitud impide redondear la faena y salir a hombros por la puerta grande.

Sobran las pertinaces intenciones de sacar moralejas a la obra y venderlas como reclamo, eso que tanto gusta a directores y versionistas, y casi siempre se convierte en exposición detallada de lo que pudo ser y no fue. Mucho hay que forzar las cosas para ver aquí alusiones a la sociedad actual, donde los señoritos se disfrazan de marginales y los marginales a veces son señoritos. ‘Falstaff es mi héroe’ confiesa Lima, y con ello se nos muestra cándido y entrañable. Claro que todavía es joven. Y después de Urtain y Penumbra, alcanza un tercer hito que le convierte en uno de los más interesantes directores de nuestro panorama. Rosich le acompañó ya en el Don Carlos de Friedrich Schiller (Compañía Romea/CDN/Mannheim Schillertage). Se entienden.

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El equipo artístico alcanza juntos y por separado un merecido sobresaliente: Beatriz San Juan convence; la caracterización de Cécile Kretschmar para la pandilla de ‘colgaos’ es espectacular, y la primera escena de grupo en el garito, antológica.

Aún más mérito tiene la interpretación. Ni un reparo al protagonista, Pedro Casablanc, que confirma su trayectoria ascendente y supera su intervención en Beaumarchais, de Sacha Guitry, dirigido por Josep Maria Flotat;, en Edipo, una trilogía, de Sófocles a las órdenes de Georges Lavaudant; y en El rey Lear, de Shakespeare acompañando a Gerardo Vera.

El resto del reparto, no es que lo arrope con maestría, es que casi lo baja del pedestal. No es lo mismo hacer un papel que hacer dos, y turnarse en ellos durante toda la obra sin salir del escenario y como quien saca un conejo de la chistera. Cada personaje es un mundo marcadamente caracterizado, no sólo en su apariencia sino sobre todo en sus modales y tonos, en la paleta de tipos de las buenas obras teatrales.

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Andrés Lima hace de él mismo y lo hace como contrapunto temporal que funciona. Y le arropan excelentes profesionales: Raúl Arévalo es el Príncipe Enrique, Jesús Barranco su padre el Rey Enrique IV, y Alfonso Blanco es bufón de la corte y juerguista aflamencado. El trío explosivo que forman Bartolo, Pato y Pistola se transforma en la mafia aristocrática del Príncipe Juan Lancaster y sus familiares Mortimer y Glendower, por mérito de Ángel Ruiz Chema Adeva y Rulo Pardo, que confirman que el éxito lo vuelcan los actores secundarios. No se quedan atrás las féminas que pasan de ser doña Rauda, Rompesábanas y Simple, a arzobispo y señoronas por obra y gracia de Carmen Machi, Rebeca Montero y Sonsoles Benedicto. Y suspendemos aquí el repaso para no reproducir entera la lista de personajes.

El asunto a destacar finalmente es lo mucho y para bien que ha cambiado el teatro madrileño en la última década. El duelo Mario Gas-Gerardo Vera ha sido fructífero. Donde había enormes deficiencias actorales ha aparecido una eclosión de actores y actrices que ha saldado las diferencias con Europa. Hay directores y realizadores de primera categoría. Ha habido una fértil dominación catalana. El eslabón más débil está en los creadores y adaptadores, en tener que recurrir a los grandes de siempre -Durrenmatt y Shakespeare- para presencias duelos como éste entre ‘La avería’ y ‘Falstaff’, dos ases que ahora mismo están luchando por la primacía en nuestra cartelera. Queremos más protagonismo autóctono, piezas que hablen de nosotros, de nuestros ‘ayeres’ y de nuestros complejos ‘aquíes y ahoras’. Es hora de los autores.

Aproximación al espectáculo (del 1 al 10)
Texto, 9
Adaptación, 7
Dirección, 8
Interpretación, 9
Realización, 8
Producción, 8

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Falstaff
Teatro Valle Inclán
Adaptación, Marc Rosich y Andrés Lima
Sobre textos de William Shakespeare
Traducción, Marc Rosich
Dirección, Andrés Lima
Producción, Centro Dramático Nacional

Equipo artístico:
Adaptación Marc Rosich y Andrés Lima
Dirección Andrés Lima
Escenografía y vestuario Beatriz San Juan
Iluminación y proyecciones Valentín Álvarez
Música Nick Powell
Caracterización Cécile Kretschmar

Personajes (por orden alfabético):
Mortimer/Pato Chema Adeva
Príncipe Enrique, Raúl Arévalo
Rey Enrique IV, Jesús Barranco
Simple/Northumberland, Sonsoles Benedicto
Loco, Alfonso Blanco
Falstaff, Pedro Casablanc
Worcester/Poins, Alfonso Lara
El Rumor, Andrés Lima
Arzobispo/Doña Rauda, Carmen Machi
Dora Rompesábanas/Lady Mortimer, Rebeca Montero
Westmoreland/Lady Percy, María Morales
Glendower/Pistola, Rulo Pardo
Príncipe Juan Lancaster/Bartolo, Ángel Ruiz
Espuela ardiente/Justicia, Alejandro Saá.

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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