Esencias rusas para iniciar la temporada del Teatro Real, por J.C.Deus

Onegin 0605Gerard Mortier comenzó su etapa de director artístico del Teatro Real con mucho tacto, trayendo a inaugurar la temporada al Teatro Bolshoi de Moscú con ‘Eugenio Oneguin’, de Piotr Illich Chaikovski, una ópera que forma parte de la élite del género. Un acierto, sin duda, que modera el errado inicio de la programación propia, dentro de unos días, con ‘Montezuma’ y ‘Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny’. Los rusos demostraron excelencia en todos los aspectos y haber iniciado ellos también un proceso de renovación imprescindible en los grandes teatros del mundo.

Estamos ante una obra capital de la cultura rusa. ‘Eugenio Oneguin («Yevogeny Onyegin» en ruso) tituló Alexandr Pushkin la novela en verso que aparecida en 1831 se considera madre del idioma y de la cultura del país. Tardó siete años en escribirla y otros siete en publicarla. Pero cuando medio siglo después Piotr Illich Chaikovski buscaba argumento para una ópera era ya un clásico reverenciado. El músico ya había alcanzado la madurez de su creatividad y compuso su partitura en un año escaso, un tiempo en el que también tuvo que madurar personalmente, tras un matrimonio precipitado que sólo duró unas semanas y la constatación de su homosexualidad innegable.

Onegin 0433Tan alejada estaba esta obra tanto del gusto dominante como de la irrupción wagneriana, que su autor no se atrevió a calificarla de ópera sino que la definió modestamente como ‘escenas líricas’ y la estrenó el 29 de marzo de 1879 para el Conservatorio de Moscú, en un pequeño teatro y representada por un grupo de estudiantes. Dos años después llegaría al Bolshoi, donde se ha representado continuamente desde entonces, con el zarismo, con Lenin y Stalin, con la desestalinización y con la perestroika, con Putin y con lo que venga. La producción del Bolshoi anterior a ésta que ahora nos ha visitado, la de Boris Pokrovsky, se mantuvo en cartel sesenta años, entre 1944 y 2005. Todo ello habla de lo que Eugenio Oneguin representa para los rusos, todo ello nos dice cómo otros pueblos protegen su patrimonio por encima de coyunturas históricas, y todo ello da a la visita un especial significado, el de embajada política, como ya lo fue en Londres y París recientemente.

Se trata de una obra especialmente lograda, donde texto, libreto y música establecen esa unidad, esa cohesión tan difícil de encontrar en la ópera de todos los tiempos. Está dividida en tres cuadros, de los que el primero tiene siete escenas; el segundo, tres; y el tercero, dos. El libreto -de Modest Chaikovski, hermano del compositor, y K.S. Shilovski- es muy coherente desde el punto de vista argumental, potencia la figura de Tatiana sobre la de Eugene, mucho mejor trazada por Pushkin, y nos ahorra su trágica muerte en escena. La música… es de Chaikovski, y con eso se dice todo, del compositor clásico actualmente preferido por la audiencia global, si hacemos caso de las encuestas que lo colocan en popularidad por delante de Mozart y Bethoven. Una síntesis de clasicismo y romanticismo que llena al primero de sentimientos y descripciones anímicas sin caer en los excesos a los que se prestó el segundo.

Onegin 0766Seguramente Chaikovski (Viatka 1840 – San Petersburgo 1893) nunca pensó que estas escenas líricas se convertirían un siglo después en un favorito de las programaciones de todos los teatros de ópera del mundo. En España hacía quince años que no se programaba y ahora llega de la mano de quien quizás está más autorizado a hacerlo, el nuevo y eterno Bolshoi.

El director musical, Dmitri Jurowski, y el director de escena, Dmitri Tcherniakov, han realizado un gran trabajo. Ambos son ya dos figuras de nivel internacional. El primero, con 31 años de edad, ha dirigido las filarmónicas de Dresde, Shangai y Lazio entre otras grandes orquestas, y entre sus últimos compromisos líricos figuraron una ‘La dama de picas’ en Monte Carlo, y un ‘Andrea Chénier’ en la Deutsche Oper de Berlín. En el Palau de les Arts de Valencia dirigió hace dos temporadas ‘Esponsales en el monasterio’, de Prokofiev. El segundo, que ha cumplido cuarenta años, tuvo el honor y el desafío de montar este Oneguin para sustituir la producción clásica que llevaba 60 años representándose.

Onegin 0849La orquesta del Bolshoi bajo la batuta de Jurowski, sonó extraordinaria, especialmente en los metales y la madera. Algo más polémica, como suele ser habitual en estos tiempos, resultó la escenografía de Tcherniakov. Deslumbrante a primera vista, -de cuidadísima estética, extraordinaria ambientación, magnífica iluminación y preciosos movimientos del coro-, resulta algo repetitiva al final. Los libretistas habían imaginado el primer cuadro en el jardín de la casa de Tatiana, el segundo en su habitación, y el tercero en otro jardín, el de su residencia de casada. Tcherniakov lo unifica todo alrededor de una gigantesca mesa en un enorme salón, en la que dos docenas de invitados de la madre de Tatiana y Olga están comiendo cuando llega Vladimir Lenski, pretendiente de Olga, con su amigo Eugenio; la misma en la que Tatiana escribe su carta de amor al recién llegado y sobre la que se sube para proclamar su esperanza; aquella donde aún está sentada cuando el objeto de su amor viene a criticarla y rechazarla; la misma junto a la que se celebra el cumpleaños de Tatiana, y ésa frente a la que Tatiana se niega a bailar con Eugenio y éste corteja a Olga, provocando el despecho de Vladimir y el enfrentamiento de los dos amigos, y sobre la que, finalmente, muere Vladimir tras desafiar a Eugenio.

Finalmente, no. Porque en el acto tercero todavía la omnipresente mesa sirve de marco, años después, a los invitados del príncipe Gremin y su esposa, que no es otra que una Tatiana triunfadora en la alta sociedad, en un banquete al que pugna por sumarse un Eugenio que ahora es poco más que un marginado, una mesa que separará definitivamente a ambos cuando Tatiana reconozca que aún le quiere, pero que eso jamás supondrá que abandone a su actual marido, Hasta que Eugenio sólo en el escenario con la mesa de marras, quede postrado y contrito con una pistola en la mano.

Demasiada mesa, ciertamente. Contribuye tanto o más que un descanso de 25 minutos tras dos horas de presentación, a hacer del tercer cuadro un desencajado colofón que dificulta más que completa. Un tercer cuadro que rompe la unidad espacio temporal de los dos anteriores y por tanto necesitaba otro encaje contextual que la susodicha mesa. La cual también aporta probablemente confusión -disimulada por el impacto visual de la bellísima escena- en todo el primer cuadro.

Onegin 0833Pero la mesa no debe ocultarnos el bosque. Y el bosque de la representación del Bolshoi fue impresionante. La interpretación del coro y los cantantes estuvo a la altura de una lírica de alto nivel. A comenzar por la soprano Ekaterina Scherbachenko como Tatiana, una joven más que promesa que debutara hace tan sólo cinco años. El barítono Vladislav Sulimsky hace un Oneguin casi en tesitura de bajo, con una hermosa voz profunda y aterciopelada. El tenor australiano Andrew Goodwin, el único cantante no ruso del reparto- interpretó un suave Lenski que tiene intervenciones memorables. Los papeles secundarios dieron un tono notable a la representación tanto en el aspecto actoral como en el vocal.

Terminemos diciendo que la representación que tuvimos la dicha de presenciar en este 9 de septiembre de Eugenio Oneguin por el Bolshoi en el Teatro Real, fue un magnífico y original inicio de temporada. ‘La fuerza de la costumbre es un don del cielo que constituye para nosotros un sustituto de la felicidad’, repetirá dos veces al comienzo de la obra la madre de esta Tatiana capaz de declarar su amor a un hombre desconocido en aquellos lejanos tiempos de 1830: ‘con ciega esperanza apelo a una felicidad desconocida’. Monsieur Mortier comienza con buenas maneras y variadas iniciativas. El año que viene el Real viajará a Moscú para devolver la visita. Nunca había salido de la plaza de Oriente.
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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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