El sainete judicial, por J.C. Deus

Todos copiaEn ese genuino tono populista y comercial con el que parece querer identificarse el director de los Teatros del Canal, Albert Boadella, lindando con lo chabacano en aras del fácil entendimiento, Ernesto Caballero ha ideado ‘La fiesta de los jueces’, un sainete sobre la situación lamentable de la justicia española en el que sirve de disculpa una comedia romántica alemana para aludir al espectáculo lamentable que ofrece el Consejo del Poder Judicial, los excesos tragicómicos del Estado de las Autonomías, y las ocurrencias del juez Baltasar Garzón y otras estrellas estrelladas de nuestra judicatura, todo dentro de la aberrante judicialización de la vida política española y la utilización partidista de los tribunales.

Dada la peculiar forma de hacer el avestruz del teatro español actual, todo intento de reflejar el aquí y ahora cuenta con nuestra favorable predisposición. Pero esta fiesta judicial está cogida por los pelos, tiene un nivel intelectual, literario y formal bajísimo, nos retrotrae al tardosainete de las películas de los Ozores y los vodeviles de Alfonso Paso, casi a Paco Martínez Soria y a Gracita Morales. No puede ser que yendo tan lanzados a la modernidad como dicen que vamos, nos hayamos quedado tan parados. La comedia española sigue alimentando al público de lo que al parecer éste únicamente entiende y demanda a nuestros comediantes. Escenografías pobrísimas, chistes fáciles, gritos abundantes, gestos exagerados y buenas subvenciones con pocos gastos.

DSC_1564No hay disimulo ni ambigüedades. ‘Nuestra justicia es un cachondeo, dice el director: ‘Imaginemos que, como colofón de un solemne acto institucional, los magistrados del Consejo General del Poder Judicial deciden llevar a cabo la representación de este clásico de la comedia. ¿Qué podría suceder? ¿Serían capaces de aunar sus distintas sensibilidades para llevar a buen término esta iniciativa escénica? ¿Soportarían ser juzgados por un incierto jurado popular sentado en las confortables butacas de un teatro? ¿Se procesarían los unos a los otros?’.

Hay un numeroso público para estas cosas, y es lícito atraerle a la taquilla y ponerse a su altura. Pero nosotros no podemos entrar en justificaciones a la hora de valorar los contenidos y aportaciones intelectuales y artísticas de las propuestas teatrales. Para pasar un rato, ratificar lo que oímos en la barra del bar, tener tema de conversación en las comidas, y reírse a toda costa por cualquier chorrada, bien vale y bien cubrirá objetivos para el teatro y la compañía. Pero su aportación es nula a pesar del trabajo decente y discreto de todo el elenco.

DSC_1396Los números musicales son espantosos y se empeñan en demostrar la nulidad congénita española hasta para tararear una melodía. Te tienen que explicar que la escena se presenta cubierta de restos de documentos y expedientes que han sido pasto de las trituradoras de papel, para que entiendas esa alfombra de confetis; también justifican el rústico -y amontonado en los laterales- mobiliario por necesidades del guión. Y finalmente te explican que el gran espejo que llena el frente del escenario duplicando la trama, no es para ahorrar ideas y presupuesto, sino que es ‘un desenfadado juego teatral que dota de inesperados y elocuentes planos visuales’, una metáfora de unos jueces que no hacen otra cosa más que juzgarse a sí mismos. Acabáramos.

El reparto viene liderado por un veterano, Santiago Ramos. Es un actor encasillado que hace de sí mismo, pero que posee una variada panoplia de recursos vocales y gestuales al gusto hispano, que le permiten defenderse hasta con este juez Adán, un sinvergüenza simpático, de los que tanto gustan al respetable. Más que Ramos, nos gustan por su mayor sobriedad Juan Carlos Talavera como el inspector, y Jorge Martín como el secretario. Las actrices, simplemente correctas, y la colombiana Karina Garantivá soportando un doble papel de tonta que destrozaría a cualquiera.

DSC_1368Heinrich Von Kleist fue todo un romántico intelectual alemán que, sin trabajo, editor ni productor, se suicidó en compañía de su amante en 1811 y quiso poner este epitafio en su tumba: ‘Ahora, inmortalidad, eres toda mía’. Dramaturgo, novelista -es el autor de La marquesa de O-, poeta, editor de revistas y periódicos, fue un torbellino hegeliano en cuya trayectoria esta comedieta significó poco.

Ernesto Caballero es ya un veterano de la escena española, como autor y director. Le vimos dirigir discretamente hace un año con ‘La tortuga de Darwin’, de Juan Mayorga, en La Abadía, y muy acertado en ‘La comedia nueva o El café’, de Leandro Fernández de Moratín, para la CNTC en 2008.

DSC_1216Teatro El Cruce es un proyecto teatral que se define por la poética de su director artístico, el mismo Ernesto Caballero, ‘lejos de certezas morales o ideológicas, con una mirada irónica sobre los usos y costumbres de nuestra sociedad’. Deben afinar si buscan alguna excelencia, ser más exigentes, no partir de la base de que los españoles somos idiotas, y nos dividimos en idiotas de derechas e idiotas de izquierdas.

‘La fiesta de los jueces’ es un entremés vetusto en las formas, ligero en el contenido, facilón en la realización, y comercial por encima de todo. Pero dependiendo de sus exigencias personales, a ustedes puede gustarles.

LA FIESTA DE LOS JUECES
Teatros del Canal, Madrid
Hasta el 26 de septiembre de 2010
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Compañía Teatro El Cruce

Iluminación: Juan Gómez Cornejo /
Espacio escénico y vestuario: Curt Allen Wilmer /
Música: Luis Miguel Cobo /
Movimiento escénico: Esther Acevedo /

Reparto

Juez Adán, Santiago Ramos
Inspector Walter, Juan Carlos Talavera
Licht, el secretario, Jorge Martín
Sra. Marta, Silvia Espigado
Eva, su hija, Karina Garantivá
Ruperto novio de Eva, Jorge Mayor
Veit padre de Ruperto, Paco Torres
Sra. Brígida, Rosa Savoini

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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