Autopsia de la generación ‘cowboy’, por J.C.Deus

Rodrigo García, quizás sin saberlo, ha realizado una desagradable e incisiva autopsia de su generación, ese fruto podrido que nunca maduró, criado en los invernaderos del posfranquismo con sobredosis de conformismo, sin más modelo que una simulación feroz, que un baile de disfraces, que una impostura general. García es todo un personaje de la farándula oficial (Premio Europa del Teatro 2009 en la categoría de Nuevas Realidades) y su última producción, ‘Muerte y reencarnación en un cowboy’, es un engendro pretencioso e insoportable. ¿Lo sabe él, lo ha hecho a propósito, es una provocación a sus colegas, que llenaban a reventar el teatro, que venían a jalear sus ocurrencias, y a los que se les heló la risa en los labios? Tres cuartos de hora de ruidos espantosos y media hora de moralina pedante y manida. Además de dos pobres actores talluditos obligados a andar en pelotas de aquí para allá, un pasillo lateral proyectado en una gran pantalla en el centro del escenario, dos docenas de pollitos piando desesperados, una pobre chica haciendo de muñeca, un cutrerío lamentable, un toro mecánico, dos tumbonas y ‘Midnight cowboy’ convertida en ‘Brokeback Mountain’ como los sueños de los sesenta se convirtieron en las parodias de los ochenta junto a la mentira publicitaria del anuncio de Marlboro.

Ruido y parloteo. Primero, ruido infernal; después, parloteo fatal. Estrenada en noviembre pasado en Rennes, esta obra tiene todo el aspecto de ser una improvisación, de guión esquelético y montaje de andar por casa. García se muestra huidizo al explicar su idea de partida: «Viajaba en el AVE y me había quitado, como siempre, los zapatos y las gafas. Vi por la ventana un cementerio a doscientos por hora desde el AVE y me puse las gafas para apreciar las tumbas, y mira tú por dónde se trataba de una urbanización de chalets y me llevé una gran decepción».

Sus dos ‘colgaos’ cowboys, cuando por fin paran de hacer ruido y tonterías por el escenario, dicen cosas de este calibre: ‘Lo más asqueroso que me ha ocurrido es estar comiendo en un restaurante o viajar en tren y enfrente tener una familia con un hijo que se parece al padre y una hija que se parece a la madre, que además de tener los mismos rasgos, hacen la misma clase de gestos e incluso la voz se parece. Tuve que cambiar de mesa o de vagón porque me provocó náuseas esta escena’. Qué majos ellos y qué respeto por el prójimo.

O también: ‘Uno elige el cigarro que le trae el cáncer. No todos los cigarros traen el cáncer, es este cigarro que enciendo ahora el que me trae el cáncer. Soy yo quien elige el cigarro y el instante de encender mi final. Me di cuenta el sábado pasado, dije «éste es el cigarro que me va a matar», puedo tirarlo ahora mismo y seguir igual que estoy… Pero decidí acabármelo. Y disfrutar de empezar a morir. Los hay que no acaban los cigarros, no se queman ni los labios ni las yemas de los dedos y se cuidan de que el humo no se les meta en los ojos. Arrojan cigarros a medio consumir a las alcantarillas o a un charco en el asfalto y siguen su vida…». Qué majos ellos y que agudo análisis del libre albedrío y la condición humana.

La obra tiene dos partes: una primera de ruido y confusión, y una segunda de parrafones declamados y parálisis absoluta. Pero ya sea revolcarse sobre guitarras eléctricas con los amplificadores al máximo, primero, o pontificar sobre la risa en grupo y la vida de pareja, después, aquí no hay nada a lo que agarrarse. Hay dos chorvos con sombreros vaqueros que justifican la segunda parte del título, pero nada que tenga que ver con la primera. Es el vacío, es el vértigo de la nada. Sin muerte, siquiera. Y mucho menos con algún atisbo de resurrección.

O quizás García ha reflexionado largamente y ha trabajado duramente para ofrecernos en forma de monumental castaña una autocrítica cargada de arrepentimiento, de dolor por los pecados, de propósito de enmienda, de mortificadora penitencia al alba de una resurrección.

Esta obra llega a nuestro Festival errático en unos momentos en los que un adalid de esta generación, el excelentísimo señor presidente del gobierno, está a punto de caer mareado del toro mecánico o del tíovivo nacional. Es representativa del desastre en que está sumida una parte de la generación que estaba en párvulos cuando murió Franco, que ha crecido en la confusión de una Transición hacia ninguna parte, que ha envejecido sin madurar, y que sigue jugando a las casitas. Mucha droga, mucha pose, poco trabajo y menos autenticidad. García (que nació en Buenos Aires en 1964, hijo de un carnicero y de una verdulera españoles. A mediados de los años 80 se instala en España, donde trabaja en un primer momento como creativo publicitario; en 1989 crea la compañía La Carnicería Teatro. Tiene quince años de profesión y dos decenas de obras estrenadas. No confundirle con otro famoso Rodrigo García, director de cine e hijo del escritor Gabriel García Márquez) a lo peor ha realizado una movida fotocopia de un fracaso personal y colectivo protagonizado por eternos niñatos caprichosos sin más modelo que la industria del entretenimiento, sin más objetivo que encontrar un atajo, sin más arma que una astucia roma, un descreimiento estéril, un patético coger de aquí y de allá. Ha certificado su fallecimiento antes de tiempo, -pues están en los cuarenta, cerca de los cincuenta-, por inanición espiritual. Y está rezando por una reencarnación. Su próxima ‘proposición’ en enero próximo estará en el Centro Dramático Nacional partiendo de una composición de Joseph Haydn, ‘Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz’. ¿Muerte y resurrección de un vaquero asturiano?

MUERTE Y REENCARNACIÓN EN UN COWBOY
Una proposición de RODRIGO GARCÍA
Festival de Otoño en primavera
Naves del Español-Matadero Madrid
www.mataderomadrid.com
21, 22, y 23 de mayo.

Interpretación
JUAN LORIENTE
JUAN NAVARRO
MARINA HOISNARD

Iluminación CARLOS MARQUERIE
Director técnico ROBERTO CAFAGGINI
Técnico de sonido MARC ROMAGOSA

Producción Teatro Nacional de Bretaña-La Carnicería Madrid.
Duración aproximada: 1 hora y 15 minutos (sin intermedio)

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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