Salomé y la danza de los siete calzoncillos, por J.C.Deus

Buscando un argumento escandaloso, Oscar Wilde llegó a la Salomé bíblica que tanto juego había dado a artistas de todos los tiempos para pintar semidesnudos femeninos camuflados de historias piadosas. Rizando el rizo, la convirtió en una caprichosa ninfómana empeñada en seducir a un peligroso preso político; despechada por el rechazo de El Bautista, accede a bailar para su depravado padrastro y gobernador una danza erótica y le pide a cambio la cabeza del displicente casto varón servida en bandeja de plata. Con estos mimbres y semejante afán sensacionalista al de Wilde, Richard Strauss concibió esta ópera rupturista de enorme éxito. Y para incluirla en esta temporada, el Teatro Real la presenta encerrada en la cámara acorazada de un supuesto casino donde en vez de insinuarse la pecadora bajo siete velos en su famosa danza, se bajan los calzoncillos siete señores bien entrados en años mostrando sus partes pudendas al respetable público sin el menor recato.

¿Resultado? Otro escándalo en una temporada que naufraga a pasos agigantados. La noche del estreno sólo un espectador de platea se fue dando un portazo, pero al final la bronca que recibió el responsable de la escenografía fue épica. En general, la mayoría de los asistentes desaprobaron el resultado y sólo la protagonista despertó entusiasmo en este montaje coproducido con el Teatro Regio de Turín -donde se estrenó en marzo de 2008- y el Maggio Musicale Fiorentino, a donde se dirigirá a continuación.

La orquesta titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) se presentaba con una de sus formaciones más numerosas, 94 músicos, como exige esta fantástica partitura, su riquísima paleta tímbrica y una escritura orquestal minuciosa para evocar las pulsiones salvajes y libidinosas de Herodes, la voluptuosidad de Salomé o el ascetismo de Jochanaan. López Cobos dirigió la orquesta con saber y autoridad. La soprano sueca Nina Stemme mantuvo un nivel bien alto. La orquesta sonó excelentemente. El reparto estuvo bien sin excepción. Pero todo resultó un tanto afectado, como tantas veces, por un montaje ‘original’ del director de escena canadiense Robert Carsen, que con la disculpa de actualizar un argumento viejo sitúa el drama en lo que dice que es un casino de Las Vegas, concretamente el famoso Cesar’s, aunque nada lo indica. Narraboth y un paje son guardias de seguridad, los judíos invitados a la fiesta por el gobernador romano son un grupo de aficionados a la ruleta, los sirvientes van de egipcios (ellas en ‘topless’), Herodes es un ricachón cocainómano, Herodías empina el codo de lo lindo con un horroroso escarpe rojo al cuello, y Salomé es una señora corriente a la que sólo la falta el billete del metrobús en la mano. El único que lleva túnica es el Bautista, al que le colocan detrás en sus intervenciones un gran paisaje desértico. El libreto habla mucho de la luna, pero la acción tiene lugar bajo tierra y la luna sólo sale en los monitores de vigilancia.

Todo ello no tendría mayor importancia, y por supuesto no sería criticable, dependiendo del resultado final. Pero el resultado, que es lo que vale, no alcanza el nivel de brillantez y espectacularidad que uno ansía ver en el Real, el único lugar donde arquitectura, técnica y presupuesto permiten el lujo sin precio de la belleza sin limitaciones. El montaje es vulgar y quiere resarcirse con la ocurrencia de la danza de los siete velos convertida en el espectáculo de los siete calzones bajados. A nosotros no nos molestó especialmente; nos dejó fríos. Que es lo peor que puede suceder ante un escenario.

Robert Carsen había ya dejado su impronta en el Real con dos anteriores producciones, Diálogo de Carmelitas (2006) y Katia Kabanova (2008). En relación a esta última, ya disentimos en su momento: ‘El río Volga ha sido convertido en protagonista absoluto por Robert Carsen, el director de escena: inunda el escenario y constriñe a los personajes. Lo moja todo en una clara metáfora del poder absoluto que han logrado los escenógrafos en la ópera de hoy. Pensar que hace tan sólo dos décadas, los tenores iban a arriesgarse a romperse la crisma sobre pasarelas resbaladizas, o que las sopranos iban a cantar con los pies mojados, era impensable. Hoy lo vemos con naturalidad, y a veces vemos y veremos cosas peores’. Si Karita Mattila sufrió en remojo, Nina Stemme queda en enaguas la mitad de la representación, una prensa sugerente en el dormitorio pero fea en un escenario. Y es que da la impresión que este chico, Carsen, tiene algo personal contra las divas.

A López Cobos le preocupaba sobre todo que la enorme orquesta que a duras penas cabe en el foso, sepultara las voces. Se repetía una y cien veces el consejo del propio Strauss de dirigir esta partitura aligerando su volumen, como si fuera música de ninfas, de Mendelsson. Lo consigue, salvo en un momento concreto cercano al final en el que Gerhard Siegel queda mudo ante el torrente instrumental. El todavía director musical ultima su presencia en el Real con prestancia. Dejará buen recuerdo. Sus buenísimos modales le empujaban en vísperas del estreno a calificar de genial la solución de Carsen a la danza de los siete velos, aunque se libraba muy mucho de citar la bajada de calzoncillos y se quedaba con los velos sobre las cabezas masculinas. Pero lo que para Carssen es un sótano al fin y al cabo, para Cobos es atmósfera de noche tropical. Visión y sonido no conjugan.

Nina Stemme ya interpretó este mismo papel el pasado año en el Teatro del Liceu. Si bien es de las pocas sopranos líricas actuales que pueden cantar decentemente este personaje, resulta a nuestro modesto gusto un poco estridente, alejándose del estilo de Christel Goltz, por ejemplo, que preferimos. El tenor Gerhard Siegel (Herodes) ―que en el Real cantó recientemente en Wozzeck, Faust Bal y Lulu―, la mezzosoprano Doris Soffel (Herodias) y el barítono Wolfgang Koch (Jochanaan) la acompañan correctamente.

Richard Strauss (1864-1949) dio la campanada en su tiempo con esta su tercera ópera, y la siguiente -Electra- donde bruscas y continuas disonancias interrumpían provocadoramente los melodiosos temas interpretados por un centenar de músicos en cataratas de orquestación wagnerianas. El público de la ópera vienesa estaba preparado para recibir novedades con el siglo XX y prestó una acogida muy favorable a lo que era un experimento arriesgado. Pero el compositor no quiso seguir por este camino, no quiso terminar siendo Schoemberg y volvería a un neoclasicismo incondicional hasta el final de sus días.

A estas alturas Strauss ya había compuestos sus grandes poemas sinfónicos, cuyo idioma aplica a este desafío pagano que coincide en objetivos con su admirado Nietsche. Salomé inaugura el gran cambio en la música europea que trajo también la ruptura en la ópera. Los diez o doce motivos que acompañan a los personajes y subrayan su psicología se repiten y repiten a pesar de las disonancias, describiendo cada personaje. La ventana que abrió Wagner se hace puerta, pero Strauss se queda en el umbral pensando, y volvera con El caballero de la rosa hacia atrás de nuevo.

Pero aquí estamos, un siglo después, y nos sorprende que Antonio de Moral, el saliente director artístico, asegure que si por algo ha merecido la pena su etapa en el Real es por la oportunidad de haber ofrecido a Carsen tres producciones, ‘pues nunca se repite, y su visión metafórica está lejos de la provocación sin más’. Habrá algo más que destacar, nos suponemos. Al coreógrafo canadiense le oímos en vísperas del estreno interminables divagaciones metafóricas sobre Salomé como víctima en plena venganza contra sus padres. Ciertamente la obra comienza con las quejas de Salomé por la atmósfera irrespirable que reina en su casa, por las miradas lascivas de su padrastro, y termina con sus besos ardientes en la boca al decapitado antes de que Herodes horrorizado ordene que la maten.

Pero Salomé es una creación literaria, un personaje legendario sobre el que se puede elucubrar ‘ad infinitum’. El desafío está en acompañar la inmensa música de Strauss con una escenografía adecuada, hermosa y deslumbrante. Todo lo demás es estropearla.

SALOME
Richard Strauss 1864-1949
Drama lírico en un acto
Libreto de Hedwig Lachmann basado en la obra homónima de Oscar Wilde.

Nueva producción del Teatro Real en coproducción con el Teatro Regio de Turín y el Maggio Musicale Fiorentino.

EQUIPO ARTÍSTICO
Director musical Jesús López Cobos
Director de escena Robert Carsen
Escenógrafo Radu Boruzescu *
Figurinista Miruna Boruzescu *
Iluminador Manfred Voss
Coreógrafo Philippe Giraudeau

REPARTO
Herodes Gerhard Siegel (11, 14, 17, 20, 23, 26)
Peter Bronder * (13, 16, 19, 22, 25, 28)
Herodias Doris Soffel * (11, 14, 17, 20, 23, 26)
Irina Mishura (13, 16, 19, 22, 25, 28)
Salome Nina Stemme (11, 14, 17, 20, 23, 26)
Annalena Persson * (13, 16, 19, 22, 25, 28)
Jochanaan Wolfgang Koch * (11, 14, 17, 20, 23, 26)
Mark S. Doss * (13, 16, 19, 22, 25, 28)
Narraboth Tomislav Mužek *
El paje de Herodias Jennifer Holloway °
Primer judío Niklas Björling Rygert * °
Segundo judío Charles dos Santos Cruz * °
Tercer judío Ángel Rodríguez
Cuarto judío Eduardo Santamaría °
Quinto judío Josep Ribot °
Primer nazareno James Creswell *
Primer soldado Pavel Kudinov * °
Segundo soldado Kurt Gysen
Un capadocio Tomeu Bibiloni °
Una esclava Adela López °

* Por primera vez en el Teatro Real
° Por primera vez en este papel

Orquesta Titular del Teatro Real
(Orquesta Sinfónica de Madrid)

Figurantes-bailarines
Emma Aguirre, Magdalena Aizpurua, Antonio Albella,
Borja Alonso, Yvon Bayer, Carlos Belén, Jorge Calderón,
Vanessa Calderón, Rafa Casette, Olga Cervera, Sixto Cid,
Judith Clericuzio, José Antonio Cobián, Concha Contreras,
Javier Espada, Óscar Foronda, Joseba Gómez, Luis Guijarro,
Ismael de la Hoz, Jack Jamison, Félix Martínez Campo,
Oskar Mayer Estalote, Manu Mencía Calvo, Víctor Montesinos,
Elisa Morris, Lourdes Muñiz, Víctor Navarro Capell,
Victoria Paniagua, Carlos Patiño, Rodrigo Poisón,
Quique Sanmartín, Alicia Santos López,
José Luis Sendarrubias, Beatriz Silva Rodríguez,
Gigi Tejedor, Herminia Tejela, Igor Tsvetkov

Acto único: 1 hora y 50 min. sin interrupción.

Abril 11, 13, 14, 16, 17, 19, 20, 22, 23, 25, 26, 28

La función del día 20 será retransmitida en directo
por Radio Clásica, de Radio Nacional de España
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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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