Crueldad y atavismo en esta tierra nuestra, por J.C.Deus

‘La Tierra’ ha confirmado a José Ramón Fernández y a Javier García Yagüe como valores firmes a tener en cuenta en la dramaturgia española, promesas del teatro independiente convertidas en realidad por el Centro Dramático Nacional (CDN). Sus cinco semanas en la sala pequeña del Valle Inclán han sido un gran éxito de público. La obra ha tenido buenas críticas y todo ha salido redondo.

Partiendo de un texto literario, no teatral, que demuestra profundo conocimiento de una realidad determinada y su lenguaje, -en este caso, algún lugar de la españa profunda durante la pasada década-, el director se ha convertido en co-autor y los ensayos en auténtica creación colectiva. Un mérito más del montaje que traspira naturalidad y verosimilitud.

El autor Fernández elabora su historia a partir de un suceso leído hace años. Un linchamiento colectivo que finalmente saldrá a la luz por el arrepentimiento de uno de sus protagonistas. La historia comienza con la vuelta al pueblo de la hermana de éste, diez años después de los hechos. Su llegada mueve las aguas estancadas y permite la reconstrucción por tramos discontinuos de lo sucedido. El director García consigue articular notablemente los distintos tiempos de la narración. Los actores están a la altura del desafío, especialmente logrado en el caso de Nieve de Medina cuya Pilar es enorme, y de Marta Poveda con su humilde María, dos personajes llenos de vida.

Hay un narrador -el espíritu del padre del protagonista-, encargado de conseguir un distanciamiento brechtiano que se superpone a la historia sin terminar de aportar más que un observador desapasionado en medio del escenario. Además, María, la hermana retornada, introduce con otra narración distanciada las escenas del pasado. Es una historia de esa españa que se resiste a desaparecer, que ha reemplazado la actividad agrícola por la construcción inmobiliaria mientras conserva sus atávicas tradiciones: toros y procesiones.

Juan quiere ser torero; es un señorito chulesco que oprime a su hermana María -en relaciones secretas con un joven guardia civil destinado en el pueblo- y a un pobre huérfano de su edad llamado Pozo, acogido en casa desde chico, algo retrasado, al que la familia trata como a un perro. La interpretación de este personaje por Mariano Llorente es sobresaliente. Juan y sus amigotes, pilotados por el tío Pablo, hermano de Pilar, la madre de Juan, ensayan la danza tribal que los mozos hacen desde hace siglos en las fiestas del pueblo, mientras planean con la luna llena entrar en la dehesa a torear.

Entonces, algo pasa. Y diez años después, Juan es un lisiado atormentado por la culpa, que se odia y maltrata a su mujer y a su hijo. El secreto lo intuimos: la noche que entran en la dehesa, el aspirante a torero es herido gravemente por un toro, y para velar por el secreto, sus amigos terminan matando al incómodo testigo.

El CDN presenta la obra de esta forma: ‘La tierra es la historia de un crimen. Un crimen sin criminales. Uno de esos crímenes de «se nos fue la mano». La tierra es la historia del silencio que ha escondido ese crimen, de la gente que miró para otro lado’. Y añade, en su habitual línea de izquierdismo de salón: ‘Tal vez sea eso lo que defina el siglo XX: nuestra mirada ausente, que no ve a unos terroristas con las uñas arrancadas, que no ve el humo sobre el cielo de Buchenbald, que no ve el Atlántico lleno de africanos muertos. Que hace como que no ve. La obra, escrita entre 1994 y 1997, ubicada en los años ochenta y noventa, se puede leer hoy, en 2009, a la luz de una realidad que por entonces no se comentaba: la tozuda memoria de los muertos. De todos esos muertos que hoy son ceniza y un par de balas. De todos esos muertos que descansan, si eso es posible, bajo la tierra de alguna cuneta de España’. Comparaciones y alusiones que sobran de todo punto.

Queremos creer que la obra tiene una pretensión más noble que estas odiosas y oportunistas comparaciones. Vemos en ella, más allá del crimen anecdótico, un retrato de la crueldad imperante en estos lares, de la arrogante brutalidad y la sempiterna incultura contra la que se ha estrellado esta democracia como ocurriera ya en el pasado a parecidos intentos de transición hacia mejores horizontes mentales.

Hay en La Tierra bastante mérito: un lenguaje realista, un argumento bien trabado, unos personajes auténticos. La escenografía es aceptable si se omiten unos cielos espantosos que deslucen el conjunto; y las evoluciones de los personajes, sus muchas entradas y salidas, están correctamente solucionadas. A destacar, las puertas correderas, el armario lateral, la ventana de dos hojas. La parte taurina se acepta a regañadientes, pues roza el tópico, pero la danza ritual que ensayan los mozos es un gran acierto. El personaje del joven guardia civil apenas aporta más que otro tópico a la escena costumbrista, y algunas divagaciones, como las bolsitas con tierra que atesora la madre, colaboran a justificar el título pero en si mismas no terminan de tener sentido. La música y el vestuario son correctos.

Si se examinara con la lupa rigurosa, hay muchas cosas sobrantes y algunas carencias en esta obra, que se terminó de escribir en 1997, y ha esperado una década para subir a los escenarios. Resulta ‘líricomanida’ la descripción de Madrid y la gente en el metro, inconcebible la traducción de las canciones de Bob Dylan por una chica de pueblo, descolocado el ‘filomagrebismo’ del autor, postizo el desnudo integral, y así sucesivamente. El solitario y sediento olivo es patético símbolo de la sequía física y mental que nos abruma por estos parajes ibéricos, pero de vez en cuando se abomban sus raices para decirnos torpemente que bajo tierra se esconde algo. También las mujeres barren a menudo sin ton ni son y hay recurrentes movimientos de mesas y sillas que tendrían solución mejor sin duda.

Todo ello, sin embargo, no es óbice ni valladar, como decía alguien, para ocultar que La Tierra ha sido una grata sorpresa, una propuesta de altura y calidad, una notable aportación a la escena española, y un barrunto de por donde deben ir los esfuerzos del CDN: autores de hoy, temas de ahora, calidad y compromiso sin demagogia ni populismo. Y además, casi rima.

LA TIERRA
de José Ramón Fernández
Dirección de Javier G. Yagüe

Escenografía y vestuario Elisa Sanz
Iluminación Pedro Yagüe
Música Eliseo Parra

Reparto (por orden alfabético)
Muchacho 2 Sergio Álvarez
Muchacho 3 Gabriel Andújar
Juan Joel Guijarro/Javier Macarrón
Pozo Mariano Llorente
Pilar Nieve de Medina
Pablo José Melchor
Muchacho 1 Vicente Navarro
Fernando Francisco Olmo
María Marta Poveda
Miguel Raúl Prieto
Muchacho 4 David Rubio
Mercedes Andrea Soto
Espectro Juan Julio Vélez

Producción del Centro Dramático Nacional
19 de noviembre a 27 de diciembre de 2009
Teatro Valle‐Inclán | Sala Francisco Nieva

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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