Thomas Bernhard, servido tibio, por J.C.Deus

Hace veinte años, el provocador literato austriaco falleció y se habló largo tiempo de suicidio antes de cumplir los temidos sesenta. Nunca se aclaró el caso y tampoco importa. Murió abominando de su Austria natal, tras una existencia dedicada a vengarse del mundo que le rodeaba. Para celebrarlo, si es que hay algo que celebrar, el Círculo de Bellas Artes ha programado su ‘El ignorante y el demente’, la obra teatral que en 1972 le colocó en órbita, escandaloso, procador y maldito. Todos envejecemos mal, incluida esta pieza. Que no es tan fácil de representar como parece a primera vista, si se quieren conservar sus esencias. El ignorante puede ser el pedante médico que nos agrede con la descripción pormenorizada de una autopsia clínica. El demente puede ser el alcohólico y ciego progenitor que ha fabricado una soprano ‘de coloratura’ a costa de sacrificar todo lo demás. Y estos dos despojos son el acompañamiento de la consagrada diva, víctima de haber representado doscientas veces seguidas el papel de la Reina de la Noche en La Flauta Mágica de Mozart. Todo placer reiterado puede ser un tormento. Un trío neurótico, enrrevesado en un remolino de odios como el que atenaza todas las relaciones humanas. Cada loco con su tema: los tres insistentes, obsesivos, neuróticos.

Bernhard ha creado su propio mundo teatral, que poco tiene que ver con Beckett, con Ionesco. Un mundo formado de infinitos discursos recurrentes, de enormes parrafadas repetitivas, de esa verborrea de la que se rodea el prójimo para sentirse vivo. Si los actores lo entienden, la obra crece; si los actores sólo actúan, la obra aburre, hasta irrita. Personajes encerrados dentro de sus fatales obsesiones. Y continuos exabruptos contra todo; en esta pieza, contra el mundillo artístico en general y el operístico en particular, contra la crítica periodística, contra el monstruo de mil cabezas llamado público.

‘Una obertura grotesca donde la metafísica queda diseccionada por una palabra que, cual el bisturí del forense, extirpa toda pretensión de grandeza y sublimidad; que demanda un tratamiento estilizado que acentúe los rasgos característicos de los personajes, sus anhelos, sus apresiones, hasta llevarlos al paroxismo; un espacio de representación no estrictamente descriptivo-realista; un trabajo actoral que concilie la elocuencia e intensidad dramática de la palabra bernhardiana con una expresividad gestual que trascienda los esquemas característicos de la interpretación naturalista’. La compañía Galanthiys Teatro lo tiene claro a nivel teórico pero no ha conseguido plasmarlo del todo a nivel práctico. El montaje tiene un nivel muy modesto, a veces casi de teatro universitario, y detalles desacertados como poner al supuesto ciego a acarrear mobiliario en el cambio de escenario.

Josep Albert se encarga con solvencia de interpretar el personaje central, el Doctor. Pero no consigue resolver su dilema existencial, entre las lecciones de anatomía y las diatribas contra todo lo que le rodea, frustrado médico particular de una diva caprichosa, rebelde sin causa. Antonio Canal hace un buen trabajo de Padre, salvo que se le olvida que es un señor que se trinca dos botellas de aguardiente diarias y no nos enteramos de que además es ciego hasta muy tarde y por referencias. A Ana Caleya se le notan sus conocimientos musicales y tiene prestancia es escena pero su personaje está mucho más atormentado que lo que ella consigue trasmitirnos. La enfermiza relación padre-hija sólo es planteada por el texto. El simbólico ciudadano ejemplar que es este amargado doctor, su doblez permanente, apenas se intuye. Diríamos que la realización es tímida. Nada más lejos de nuestro gusto que el teatro de cargar las tintas, pero estos personajes trastornados que se expresan con absolutar normalidad apenas traicionada en la repetición de una frase, necesitan ser colocados en el terreno pavoroso de la vida contemporánea, -infierno de normalidad, juego de apariencias-, para que la obra estalle con toda la intencionalidad que su autor quería darle.

Este montaje no lo logra. Merece un aprobado alto, y siendo el primero en España de esta obra, es imprescindible para los aficionados. Hace diez años la vimos en Roma, en plena fascinación personal por este lúcido intelectual que es su autor, uno de los pocos valientes en el lamentable fin de milenio que ha vivido la expresión artística europea. Entonces, se entendía mejor. Lo que se comunica es falsificación, porque la verdad es incomunicable. Para Thomas Bernhard, ‘el género humano y la naturaleza son una estafa’ y ‘el final está en el principio, y sin embargo se continúa’. Para él, el teatro es una terapia, un lugar de desmitificación, encerrado en una dimensión alucinante y obsesiva que intenta desenmascarar la existencia como la más atroz de las mentiras. Somos seres alienados cuya psicología está formada de sedimentos petrificados, de repeticiones obsesivas.

‘Todo es repetición de lo que ya está’, el mundo como una cita permanente, lo que pensamos no es más que una repetición, un acto de innegable pasividad, y hablar se convierte en una obsesión, reducidos a marionetas de las que consumo y sociedad de masas manejan los hilos. ‘Agotamiento , sólo agotamiento’ exclama la cantante de ópera al final de la obra.

No sólo la existencia es una tortura, sino que el arte degenera en ritual colectivo que todo anula, en valor de cambio: el arte ha degenerado en la sociedad de masas, el humanismo es comprado y vendido en los mercados del poder, reconocerlo significa la obligación de negarse como artista. Como dice Luigi Forte (‘Las formas del disenso’, Milán, Garzani, 1987), la existencia se reduce a un mecanismo de entretenimiento, un fraude malvado, un monstruoso engaño. Bernhard estigmatiza la existencia privada de toda autenticidad, la reducción del ser al valor de cambio; ‘se trata de un teatro de marionetas’ leemos en ‘El ignorante y el loco’, un mundo de ficción, de reproducción, adaptación, astucia. Sólo la máscara garantiza una actuación sin trabas.

‘Todo lo que se comunica no puede ser más que una falsificación o una imitación, porque siempre han sido comunicadas nada más que falsificaciones e imitaciones. La voluntad de veracidad es, como cualquier otra, sólo la vía más rápida a la falsificación y la imitación de un hecho dado. Lo que se describe pone de manifiesto algo, algo que corresponde a la voluntad de verdad del que lo describe, pero no a la verdad misma, porque la verdad es absolutamente incomunicable’. Eso pensaba Bernhard. Luchó por plasmarlo. Lo consiguió en muy poca pero enormememente meritoria medida. Es lo que distingue su obra.

En marzo de 2008 pudo verse en Madrid ‘Ante la jubilación’, escrita en 1979, subtitulada ‘Comedia del alma alemana’, una obra menor dentro de su gran repertorio, y en la versión estrenada por el Centro Dramático Nacional, desgraciadamente lastrada por una superficial politización ajena al trabajo en profundidad de este gran dramaturgo.

Un año antes pudo verse Wymazywanie (Extinción), una sobredosis de teatro de la más alta calidad, a cargo de Krystian Lupa, basada en su novela Auslöschung (1984). Partiendo del monólogo en el que Bernhard narra la muerte de los padres y hermanos, creaba un personaje que se ve obligado a regresar a la casa paterna y hacer frente a un mundo del que había huido para siempre, al pasado que ya no es pasado, que es futuro, su propio futuro. Se estrenó en marzo de 2001 y desde entonces, crítica y público se han inclinado servilmente ante esta apoteosis de seis horas de duración, de ritmo lento, de estética simple, de gestos prolongados, silencios enormes, movimientos lentos y atmósfera absoluta, fascinante y misteriosamente teatral. Lupa entiende a Bernhard porque entre otras cosas no duda en afirmar que el populismo es «el gran peligro de la democracia».

En 2003, «Maestros Antiguos», un montaje teatral basado en la novela del mismo título que cuestiona gran parte de las referencias de la cultura occidental, triunfó primero en el Romea barcelonés y luego en el madrileño María Guerrero. La adaptación de Xavier Albertí partía de un monólogo de gran altura intelectual y a una anécdota tan sencilla como la cita en un museo de dos cultos personajes, al que acuden habitualmente para reunirse frente a una pintura de Tintoretto: «Cuando vi Arte, de Yashmina Reza, -nos dijo entonces Albertí- pensé que Maestros Antiguos es lo mismo pero de verdad. Allí se cuestiona la negación de la pintura a partir de un lienzo blanco; aquí se cuestiona a los verdaderos popes de la cultura».

Las versiones teatrales de sus relatos El sobrino de Wittgenstein (1982) y El malogrado (1983), sus obras teatrales La fuerza de la costumbre (1974) y Minetti (1976), son otras experiencias de las que guardo grato recuerdo, completado con múltiples referencias trasversales con las que intentamos paliar nuestra ignorancia en un mundo inabarcable. Lo he visto en Londres, Roma y Madrid, en teatro comercial, en teatro subvencionado y en teatro alternativo. Con mejor o peor fortuna. Pero siempre es ese señor incómodo e inteligente que se llamaba Thomas Bernhard.

CÍRCULO DE BELLAS ARTES
El ignorante y el demente
Thomas Bernhard
GALANTHYS TEATRO

REPARTO
Doctor Josep Albert
Padre Antonio Canal
La Reina de la noche Ana Caleya
Señora Vargo Silvia Vivó
Winter, Criado Paco Celdrán

EQUIPO ARTÍSTICO
Escenografía Elisa Sanz
Vestuario Sol Curiel
Diseño de iluminación Luis Perdiguero
Dirección Joaqim Candeias

Horario: 22.05.09, 24.05.09 y 29.05.09 > 31.05.09 • 20:00
[entrada 15€ • socios 12€]

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

Lo más leído