El Prado corona a Francis Bacon, por J.C.Deus

No he podido ver qué caras han puesto Felipe y Leticia recorriendo la exposición. Cosas más difíciles les toca hacer cada día a los herederos de la Corona de esta España aún monarquía, que no sé yo si monárquica. Será la cara que pongan el noventa por ciento de los visitantes inadvertidos, cuando buscando las glorias históricas de la pintura occidental se topen de bruces con las horripilantes imágenes de cuerpos mutilados, los espachurrados rostros, la sordidez inconmensurable, y los estertores y retorcimientos vitales que el irlandés Francis Bacon plasmó como nadie en el pasado siglo.

El Museo del Prado protagoniza otro triple salto mortal de los que acostumbra la actualidad española, y expone desde hoy, al costado de las esculturas clásicas que vinieron de Dresde, una gran retrospectiva de Francis Bacon (1909-1992) organizada con motivo del centenario del nacimiento del artista por la Tate de Londres y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

A diferencia de Londres o Nueva York donde la presencia de la obra de Bacon ha sido constante en los últimas décadas, este artista únicamente ha sido objeto de una exposición en Madrid hace treinta años (Fundación Juan March, 1978). De ahí que la presentación de esta muestra en el Prado adquiera mayor audacia si ya de por sí no es bastante que el templo de la pintura clásica se arriesgue en vericuetos de los que siempre ha permanecido voluntariamente marginado.

Estamos ante dos cuestiones, o tres si se quiere. La conveniencia de rendir sin precedentes el Prado a Francis Bacon, la exposición en sí, y la valoración de la obra de este artista. Estamos seguros de que entre tres síes y tres noes habrá todo tipo de arpegios, sobre todo si se responde en privado, a salvo de inquisiciones bien activas en nuestros días. Obligados a dar la cara, no tenemos más remedio que encarar el interrogatorio diciendo que Bacon nos fascina desde que lo descubrimos en esa exposición madrileña que citábamos, que la retrospectiva merece ser vista por encima de casi todo, pero que esta fusión Prado-Bacon chirría un tanto, tiene tintes tragicómicos y aires de entreguismo. Atraerá multitudes, dinero, fama, pero rebajará estatus y excelencia. El Prado es único en el mundo, su estatus no depende de rompedoras exposiciones temporales.

Se habla estos días en tonos tan ditirámbicos del artista que se pierde el sentido de la medida. Es uno de los que perdurarán del siglo XX, sin duda, por la valentía de su testimonio, por la autenticidad de su postura. Pero subiéndolo a los altares, se tergiversa su angustioso mensaje, y se le convierte en santo que enarbolar contra otros santos, en ariete del asfixiante Zeitgeist oficial hecho de ateísmo furibundo y homosexualidad militante.

No se dejen engatusar. Este hombre sufrió mucho; sus cuadros transpiran horrores y decrepitud de una vida que odiaba en voz baja; el pintor de vísceras sangrantes y bombillas temblorosas, de colillas por los suelos y amantes en el retrete, nos transmitía su dolor inmenso. Los rostros reventados de sus amigos, los perrillos y los simios dolientes, y sobre todo esa brutalidad del niño paralítico que amenaza en una esquina del recorrido, nos dicen que llegó al infierno, que vivió en él y que en él murió ya octogenario un 28 de abril de 1992.

Su vida se cuenta a medias. Le dirán mil veces que le gustaba Madrid, que venía a visitar el museo del Prado; otros en voz baja fijan su interés madrileño en un romance con «n banquero español de nombre José. A mí me han dicho más confidencialmente que a lo que venía en realidad era a disfrutar o a sufrir de los jóvenes chaperos que se vendían junto al Café Gijón, pasada la Cibeles. Los tres motivos no son excluyentes. Aquí murió, -solo, achacoso y amargado- en aquella primavera.

El primer impacto de la obra de Bacon ya no se olvida nunca, aunque en estas dos décadas el aspecto más repugnante de la naturaleza humana haya salido frecuentemente a la superficie. Margaret Thatcher sólo veía en sus cuadros «asquerosos trozos de carne», pero hay más, sin duda. El comienzo de la exposición es decepcionante con esas crucifixiones tan celebradas como fallidas. Pero el final es apoteósico. Entre medias puede pararse el tiempo. Hay una foto gigante de su estudio convertido en un inmenso vertedero al final de sus días. Son 78 obras, entre ellas dieciséis de los trípticos más importantes realizados por el artista. Uno de ellos es la única aportación española, propiedad reciente del financiero Juan Abelló. La visión de conjunto empequeñece lo más publicitado de su creación, sus divagaciones sobre el Papa Inocencio X retratado por Velázquez. Quizás un tercio de las telas son de máxima categoría. Un nivel altísimo de emoción, de comunicación, de impacto anímico, que era lo que siempre obsesionó a Bacon.

Mientras que otras exposiciones anteriores se centraron en sus obras más recientes o en la presentación de alguno de sus temas más importantes, ninguna de ellas pudo alcanzar la dimensión totalizadora que tiene la organizada ahora con motivo de su centenario, ni las posibilidades de apreciación de su pintura que confiere la distancia de su muerte, va a hacer diecisiete años. Han sido muchas las aportaciones al conocimiento de su vida y de su obra con la ordenación del ingente material que guardaba su taller.

La exposición abarca desde las obras más tempranas de Bacon, en los inicios de su carrera, hacia 1946-1949, hasta los años finales de su vida, ya en 1991, y se estructura en capítulos que pretenden ordenar las obsesiones sucesivas del artista bajo denominaciones como Animalidad, Aprensiones, Crucifixión, Crisis, Retrato o Épica, sin que haga mucha falta y sin conseguir clarificar nada.

La complementa un ciclo de películas del que les recomendamos muy vivamente una: Love is the Devil: Study for a Portrait of Francis Bacon (El amor es el Diablo) de John Maybury (Gran Bretaña, 1998). No sale ninguno de sus cuadros porque no lo permitió su heredero y pareja John Edwards, quien heredaría sus bienes, valorados en 11 millones de libras. Pero sale el fantasma de Francis blanqueándose los dientes con detergente abrasivo antes de salir a sus víacrucis nocturnos.

Este espaldarazo del Prado a Bacon, mantendrá su cotización a pesar del estallido de la burbuja especulativa del arte contemporáneo. Bacon suscribió en 1954 un contrato de exclusividad con la célebre galería londinense Marlborough, que se mantuvo hasta su fallecimiento, extensible incluso a los derechos de reproducción fotográfica. Además de este despliegue formidable, varios coleccionistas españoles esconden obras de Bacon. ‘George Dyer en un espejo’ (Portrait of George Dyer In a Mirror, 1968), está en el Thyssen-Bornemisza. ‘Desnudo tumbado’ en el Reina Sofía y ‘Figura recostada ante un espejo’ en el Bellas Artes de Bilbao. El Desnudo tumbado se compró en los años ochenta por unos 60 millones de pesetas y ahora se cotiza por encima de los 4.000 (25 millones de euros). Gilles Deleuze opinaba que Francis Bacon había captado la esencia de los humanos de nuestra época. No es muy agradable ni muy optimista la frase, pero en alguna medida es cierto.

FRANCIS BACON
3 FEBRERO – 19 ABRIL 2009
MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Patrocinada por ACCIONA
Con la colaboración de la COMUNIDAD DE MADRID

La exposición ha contado con el comisariado conjunto de: Chris Stephens y Matthew Gale (Tate), Gary Tinterow y Anne L. Strauss (Metropolitan Museum of Art) y Manuela Mena (Museo Nacional del Prado).

El catálogo incluye una introducción general, introducción a cada una de las diez secciones de la exposición, reproducción de las 73 obras comunes en las tres sedes, biografía del artista, apéndice documental e índice y los siguientes ensayos:
. Matthew Gale y Chris Stephens, Al margen de lo imposible
. Gary Tinterow, con la ayuda de Ian Alteveer, Bacon y sus críticos
. Martin Harrison, La pintura de Bacon
. Manuela Mena, Bacon y la pintura española
. David Alan Mellor, Cine, fantasía e historia en Francis Bacon
. Simon Ofield, Relativos desconocidos
. Victoria Walsh, “La verdadera imaginación es imaginación técnica”

Actividades especiales
Con motivo de esta exposición, el Museo ha organizado un programa especial de actividades que incluye el habitual ciclo de conferencias, además de un ciclo de cine, proyección de documentales, itinerarios guiados y visitas exclusivas para jóvenes (El Prado Joven, últimos viernes de mes).

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Autor

José Catalán Deus

Editor de Guía Cultural de Periodista Digital, donde publica habitualmente sus críticas de arte, ópera, danza y teatro.

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